Truman triunfa en los Goya

Fernando León de Aranoa regaló en un sencillo discurso de agradecimiento una de las mejores frases de la trigésima edición de los premios Goya que se celebró el sábado. "Las películas no compiten entre sí, sólo pueden sumar". Y, en efecto, los filmes no son equipos de fútbol que puedan competir. Ni objetos cuyas cualidades se puedan medir y analizar de forma objetiva. No hay modo de determinar qué película es mejor que otra. Y eso todos, sobre todo quienes dedican su vida a crear arte con imágenes que luego se plasmarán en la pantalla grande, lo saben. Pero todos entramos al juego cada año de poner a competir entre sí a las cintas. Más que eso, los premios sirven, sobre todo, de reafirmación necesaria de un sector a menudo vilipendiado por sectarismos y fobias políticas, pero que genera miles puestos de trabajo, si nos ponemos pragmáticos, y regala sueños, ilusiones y aventuras a los espectadores. 

Así que los premios cinematográficos son más una fiesta de celebración de un año próspero en creaciones, que 2015 lo ha sido en España, que una competición. Pero, en el fondo, hay ganadores y perdedores. Y precisamente al recoger León de Aranoa el Goya a mejor guión adaptado por Un día perfecto, galardón al que también optaba La novia, empezamos a tener claro que la del sábado no sería la noche de la cinta de Paula Ortiz que plantea una pasional y hermosa recreación de las Bodas de sangre de Lorca. Finalmente se conformó con dos reconocimientos, el de mejor dirección de fotografía (no cabía otra opción ante semejante explosión de belleza y poesía en cada plano) y el de mejor actriz de reparto para Luisa Gavasa, la madre dolida y atormentada del filme

Quedó claro de nuevo que partir con más nominaciones no es garantía de triunfo. La película ganadora fue la excelente Truman, que se llevó cinco de los seis premios a los que aspiraba. Todos ellos, de los gordos, como se suele decir, aunque para una cinta todo, desde las interpretaciones hasta el sonido, es importante. El drama donde planea la muerte pero que es un canto vitalista, aquel en el que se aproxima el final y se da una lección de vida, el bello canto a la amistad y el formidable duelo interpretativo entre Javier Cámara y Ricardo Darín (mejor actor de reparto y protagonista, galardones que estaban cantados), fue la mejor película del año. Cesc Gay ganó también en la categoría de mejor director. Su visión madura, sin aspavientos, inteligente, tierna, verosímil y reflexiva de las relaciones personales en nuestro tiempo (recuerdo la notable Una pistola en cada mano) venció al lirismo desbocado y extasiante de La novia

Fue la de esta año una edición de Goya con muchas cintas recibiendo reconocimiento, y eso está bien. Natalia de Molina, quien ya cautivó a los académicos y a los espectadores con su adorable personaje en la excelsa Vivir es fácil con los ojos cerrados, se llevó el Goya a mejor actriz protagonista por su papel de madre coraje desahuciada en Techo y comida. Pronunció un discurso emotivo, que erróneamente interrumpió la organización poniendo la música a ahogar sus palabras pasado un minuto, como hizo con todos los premiados y le afeó Ricardo Darín,en el que regaló esta joya: "El cine gana cuando se les da más espacio a las mujeres". Y dirigida por una mujer, Isabel Coixet, está precisamente otra de las cintas ganadoras de la ceremonia, Nadie quiere la noche, que ganó en las categorías de mejor dirección de producción, mejor diseño de vestuario, mejor maquillaje y peluquería y mejor música original. 

En el apartado musical, que abrió además la gala, el gran triunfador de la noche fue el risueño y talentoso Lucas Vidal, autor junto a Pablo Alborán de la canción de Palmeras en la nieve y compositor de la música de Nadie quiere la noche. Vidal dedicó el premio a los jóvenes con sueños. Les animó a perseguirlos. Y animó a todos a pasar buena noche. La suya, seguro, fue gloriosa, con dos Goya nada más comenzar la ceremonia. 

La juventud brillante y talentosa también se reconoció en las categorías de mejor actor y actriz revelación. Irene Escolar recogió el Goya, que dedicó en parte al taxista que le llevó al aeropuerto tras la obra de teatro que representaba la misma tarde del sábado, por su primer papel protagonista en la dura y sensacional Un otoño sin Berlín. Todos lloramos un poco, o un mucho, cuando Miguel Herrán, protagonista de A cambio de nada, agradeció el galardón y se lo dedicó a su madre y al director del filme, Daniel Guzmán. "Me has dado una vida Daniel"; le dijo Herrán, a quien el director vio casi de casualidad en un casting y que era, según sus propias palabras, un adolescente sin interés por estudiar ni por casi nada. Un poco, como el protagonista del filme. Guzmán también fue reconocido como mejor director novel. 

También fueron protagonistas de la noche El desconocido, que ganó en las categorías de mejor montaje y mejor sonido; Anacleto, agente secreto, por mejores efectos especiales; Atrapa la bandera, mejor cinta de animación; El clan, mejor filme iberoamericano; Mustang, mejor película europea y Sueños de sal, mejor documental. Mariano Ozores fue reconocido con le Goya honorífico

¿La gala qué tal? Un poco, como la lotería de Navidad. Cuando no nos toca, o sea, cada año, nos convencemos de que el próximo año compraremos menos décimos. Pero, según se va acercando el 22 de diciembre, nos volvemos a ilusionar para, finalmente, decepcionarnos cuando no nos toca. Y vuelta a empezar. Pues con la ceremonia de los Goya sucede un poco lo mismo. La de este año fue especialmente plana y sin ritmo, a pesar de un Dani Rovira muy voluntarioso que dejó momentos muy divertidos en sus monólogos. Pero se hizo larguísima. Hasta la actuación de Serrat quedó, cerca de las doce, como algo que no venía del todo a cuento. No digamos ya el homenaje a Buñuel con los tambores por el patio de butacas. 

Es un mal endémico. Con tantas categorías, es casi imposible lograr que la gala tenga ritmo, con la consiguiente presentación de los nominados y los discursos de agradecimiento. Luego están los añadidos que, lógicamente, se quiere dar a cada gala, espectáculo de magia incluido este año. Es realmente difícil acertar. No tuvo la gala de este año la frescura del pasado. Es un debate complejo el de cómo hacer de esta ceremonia, que es sobre todo un homenaje a las gentes del cine, un entretenido espectáculo televisivo. En todo caso, la audiencia acompañó: 3,9 millones de espectadores (la mayor cifra desde 2013) y una cuota de pantalla del 25,8%, máximo desde 2010

Entre las bromas divertidas de Dani Rovira en la noche resaltó aquello del pacto de los Goya, que les soltó a Pedro Sánchez, Pablo Iglesias (con smoking), Albert Rivera y Alberto Garzón que había una sala con plasma preparada y que podían reunirse y decidir entre los cinco cómo desatascar los pactos de gobierno. La política tuvo cierto peso. Volvieron a quedar claras las preferencias políticas de la mayoría del mundo del cine (enorme ovación a Manuela Carmena y recurrentes chistes sobre Rajoy). Acudieron los cuatro responsables políticos mencionados. También el ministro de Cultura. No fue lo más importante de la noche, y eso está bien. Sí parece necesario que, gobierne quien gobierne, atienda más a la cultura y, como pidió Antonio Resines (cuesta verle dando discursos serios como presidente de la Academia), asumir que el cine, como parte de aquella, es una cuestión de Estado, un bien a preservar. 

Comentarios