Steve Jobs

1984. Todo listo para la presentación del Macintosh en California. La expectación es inmensa tras el distópico anuncio publicitario de Apple en el descanso de la Super Bowl. Surge un fallo. El ordenador que va a presentar Steve Jobs y que pretende revolucionar el mundo no puede decir "hola". Está programado para ello. Lo hizo en los ensayos previos, pero a falta de media hora para el comienzo, no puede. Da igual, en realidad. Nadie conocía esa capacidad. Nadie conocía casi nada del Macintosh, de hecho, pues en aquel anuncio no se enseñaba el producto. Pero Steve Jobs quiere que hable. Debe hablar. Y si no lo hace, se suspende la presentación. Abronca Jobs al responsable de resolver el problema. "Has tenido tres semanas. Es el triple de tiempo del que tuvo dios para crear el universo", le espeta. "Sí, algún día nos tienes que contar como lo hiciste", le responde su empleado, a quien Jobs amenaza con ridiculizar si el aparitito no dice "hola". En ese diálogo se comprime la persona detrás del genio. El ego disparado de un hombre que, sí, cambió el mundo, pero a la vez fue un déspota con quienes le rodeaban. 

Vemos a un Jobs (con una interpretación más que notable de Michael Fassbender, que suple con su talento la falta de parecido físico con un personaje tan conocido por todos como el creador de Apple) prepotente, egocéntrico, extravagante, desagradable, antisocial, cortante, egoísta, insensible. Pero, a la vez, a un Jobs genial, visionario, convencido de la grandeza de sus ideas y de los proyectos que tiene entre manos. Es decir, el hombre imperfecto ("tengo defectos de fábrica" le reconoce a su hija Lisa en un momento del filme) que hay detrás del genio creador del iPhone, del iPad, del Macinstoch, del iPod... Un genio indiscutible del siglo XXI. Tanto como que era alguien insoportable. 

La cinta, muy teatral, donde priman los diálogos, con un ritmo trepidante en el que vuelan las dos horas de metraje, está estructurada en torno a tres presentaciones: la del Macintosch en 1984; la de Next, el proyecto que ideó Jobs tras ser despedido de Apple, que después le serviría para regresar por la puerta grande a la campaña de la manzana, en 1988 en la Ópera de San Francisco, y la del iMac en 1998 en San Francisco. Una película de interiores y diálogos. De personalidades. De desentrañar los traumas infantiles (fue un niño adoptado carente de amor y cariño) de un revolucionario que no reconoció durante muchos años a su hija Lisa, que despreció y humilló a la madre de esta, interpretada por Catherine Waterston) y a quien sólo soportó durante muchos años su asistente Joanna Hoffman, a la que da vida con sublime interpretación la cada vez mejor actriz Kate Winslet (qué lejos queda Titanic). 

Jobs está convencido de estar cambiando el mundo. Y de tener la razón. Siempre. Se ve como un director de orquesta que da sentido al trabajo de su equipo. Innovador y autoexigente al máximo. De trato difícil, por no decir insoportable. Son constantes las discusiones con Wozniak, el cocreador de Apple en aquel garaje mítico donde nació la que hoy es la mayor compañía del mundo por capitalización bursátiles. Él está harto de que todo el mundo le vea como Ringo cuando sabe, dice, que ha sido John. "Todo el mundo quiere a Ringo", responde Jobs. Insensible. Sin la menor empatía. Preocupado, básicamente, por él y su grandeza. Por ser el padre de unos productos que revolucionen el mundo. Un visionario. Un genio brillante en su trabajo y desastroso en las relaciones personales. Convencido, como los grandes emperadores del pasado (se compara con Julio César), de que todo el mundo le odia. Se mira en el espejo de Alan Turing, de Pablo Picasso, de Bob Dylan.

El retrato de Jobs es descarnado. No se le idolatra. Tampoco se le demoniza. Sólo se ve a la persona real, de carne y hueso. Con sus rarezas y excentricidades, pero también con su genialidad. La relación con su hija Lisa es uno de los hilos conductores del filme. Siempre conflictiva, pero, al final, es el único punto humano, sensible, tierno, que vemos en el creador de Apple. Hay una escena junto a Lisa en la que se hace un guiño al lanzamiento del iPod y la digitalización  de la música. Es mucho lo que debemos a Jobs y resulta innegable su capacidad de integrar la importancia del diseño en la tecnología, ser el creador de productos como el iPhone o el iPad que hoy posee (no digamos ya, quiere poseer) mucha gente. Con sus defectos, muchos, y sus virtudes. "La gente no sabrá lo que es, pero querrá tenerlo", dice en un momento del filme sobre el Macinstosh. Un genio, para lo bueno y lo malo. Una película excepcional, mejor aún que la muy notable La red social, que narra el nacimiento de Facebook. 

Comentarios