Pérez-Reverte y Sabina

El Mundo
Aún se pueden encontrar joyas en los periódicos. Antonio Lucas, que es una joya en sí mismo, con su prosa lírica y su maestría en el uso del lenguaje, auspició un encuentro entre Joaquín Sabina y Arturo Pérez-Reverte en el diario El Mundo. La charla conquistó la portada del periódico y cautivó a los lectores. Aún se encuentran joyas, sí. Pero no es tan sencillo. Cuesta hallar (yo diría que es imposible) prosista más preciso y rico que Lucas, quien en esta charla se echa modestamente a un lado para que leamos u observemos (en la web de El Mundo se puede disfrutar de un vídeo de la charla) las reflexiones del poeta que ha puesto banda sonora a la vida de muchas personas y del periodista corresponsal de guerra metido a novelista consagrado y académico rebelde que incendia Twitter de vez en cuando y expresa lo que siente sin filtros en sus columnas semanales. 

"Nadie que haya leído historia de España puede ser optimista, porque repetimos siempre los mismos ciclos de suicidio", dice Pérez-Reverte. Y, con Gil de Biedma (la más triste de todas las historias es la de España, porque siempre acaba mal) es imposible no darle la razón. Reprocha entonces Sabina que vuelven, aunque no tengo claro si alguna vez se fueron, las dos Españas. La crispación. El cainismo. La autodestrucción. El Barça o el Madrid. El PP o el PSOE (me da igual si lo cambiamos por Podemos y Ciudadanos ahora). A favor o en contra de los toros. Católico intransigente o ateo irredento. Cualquier cuestión se lleva al terreno de la política de baja estofa en España. A las trincheras. Hoy como ayer. Por eso gusta escuchar a dos personas lúcidas, ejemplares en su oficio, reflexionar con sosiego sobre lo que ocurre en el país. Sobre la vida, en general. Desde la tolerancia, aunque con firmeza en la expresión de sus ideas. 

Repite Pérez-Reverte en cada intervención pública, y nos cansamos de escucharlo, que España perdió dos trenes de progreso a lo largo de la historia: el Concilio de Trento, donde apostamos por un dios reaccionario y triste, y la Guerra de la Independencia, donde atacamos a los franceses en vez de aquella monarquía analfabeta encarnada por Fernando VII. "Eso nos descolgó de Europa para siempre", dice en la charla con Sabina. Nunca antes se ha habían encontrado. Y acaba el encuentro con el cantautor preguntando al académico por qué no se conocerían antes. En apariencia, poco tienen que ver. Parecen personas bien diferentes. Magistrales en lo suyo, ambos. Pero distintos. Como Sabina y Serrat, que son íntimos. O como Pérez-Reverte y Javier Marías, también con una estrecha relación. Pero coinciden en casi todos los puntos planteados en la charla. Simbólicamente, afirman ambos, a España le hubiera venido bien una guillotina. Después reflexionan sobre la Guerra Civil, un gran ajuste de cuentas. 

Preguntados sobre la cultura y lo mal que este gobierno se lleva con ella, Sabina habla de un odio atroz. y Pérez-Reverte recuerda que Rajoy nunca ha ido a la RAE. Ni a un estreno de teatro o de cine. Naturalmente puede parecer que son parte implicada (lo son, de hecho). Ya están aquí un cantante y un escritor diciendo qué hay de lo suyo. Pero, primero, tengo bastante claro que ambos tienen con su obra una legión de seguidores y un legado infinitamente más preciado que la labor de cualquier gobernante. Segundo, tienen razón en lo que afirman. Y tercero, me gusta un argumento que suele emplear Luis María Ansón en sus columnas en El Cultural cuando habla del 21% del IVA y del sistemático desprecio a la cultura del actual gobierno: nadie se acuerda del nombre del ministro de Hacienda en los tiempos de Cervantes, pero cuatro siglos después se sigue admirando el Quijote. Personalmente, un gobernante que no muestra la menor inquietud cultural y cuya lectura favorita, y a veces pensaríamos que casi única, es el Marca, me inspira poca confianza. 

En la formidable charla, Sabina y Pérez-Reverte se echan flores. "El estilo nace de los límites", cuenta Sabina. Irónico, sin tomarse demasiado en serio a sí mismo. Hablan los dos desde un estatus, ganado con los años, en el que pueden decir lo que les venga en gana. Y a los que el paso del tiempo les ha dado lucidez ("hasta a los más tontos los años les da cierta lucidez", afirma Pérez-Reverte). Hay un momento precioso de la charla en el que el autor de 19 días y 500 noches le pregunta a su interlocutor si le preocupaba la ecología cuando era joven. "Me importaba todo un carajo. La trampa en la que la vida te pilla es cuando tienes hijos", responde. "Si no tuviera una hija ahora saldría a la ventaja a reírme a carcajadas y a escupir a uno de cada diez que pasaban". 

Hablan ambos de lo que les gusta, de autores favoritos, de lo que significa para ello la literatura. Pero también de lo que no les gusta. "A falta de cultura, necesitas etiquetas", resume con claridad Pérez-Reverte ese vicio tan español. Esa necesidad de situar a todo el mundo a izquierda o derecha, con estos o con aquellos, sin caer en la cuenta de que quizá hay en este país alguien que piensa por sí mismo y no en bloques, es decir, que puede coincidir con algunas posiciones de estos y con otras de aquellos. O con ninguna de las dos, que suele ser también frecuente (y saludable). Y Sabina, que es sobre todo sabinista, encarna también esa postura, esa forma de ver la vida. Es de izquierdas, pero nunca ha votado. Para el poeta la autoestima es peligrosa. "Desprecio con todo mi alma el autoestima. No tienes que ser tú, sino aprender otras cosas. La autoestima está haciendo mucho daño", dice Sabina. Pérez-Reverte dice que detesta, sobre todo, la estupidez, pues la ve más peligrosa que la maldad. 

Y así transcurre una charla gozosa, un encuentro de dos referentes culturales españoles. Dos tipos libres, maduros, que han vivido y viven como han  querido y que han escrito canciones, poemas, novelas y artículos que siguen (seguimos) con devoción muchas personas. Y con Antonio Lucas como testigo  privilegiado del encuentro. Uno siente envidia por su vocabulario rico, su brillantez, la frescura de sus artículos de opinión, sus originales reportales. Nunca simples. Siempre con hallazgos estilísticos. Con contundencia. Con enfado bien expresado. Con compromiso, pero sin ataduras ni dogmatismos. Es Lucas quizá el más excelso continuador de la mejor tradición de la prensa española, que de siempre tuvo entre sus articulistas a muchos de los mejores escritores de la época, desde Larra hasta ahora, pasando por Umbral, padre y referente inalcanzable hoy para tantos. Un trío de ases en una de esas joyas que, sí, aún se pueden encontrar en los periódicos. 

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