La única carta de Sánchez

Ayer comenzaron las primarias para ser candidato a presidente en Estados Unidos, el mayor y más largo show político del mundo. Aquí, de momento, jugamos en otra liga, pero el inédito escenario abierto tras las elecciones del 20 de diciembre empieza a tener también mucho de sohw (de reality show) y se está alargando mucho. Y lo que queda. Ayer todos los líderes de los principales partidos, salvo Rajoy, que pasada la campaña vuelve a dosificar sus apariciones públicas por no cargarse la agenda, comparecieron dos veces ante la prensa. Parecíamos de repente espectadores de Gran Hermano, con Sánchez, Rivera e Iglesias como concursantes que nominaban a otros ante la cámara y relataban su día. Los vimos y escuchamos por la mañana y volvieron a aparecer por la tarde, en un bonito homenaje al día de la marmota. Eso ya lo habíamos vivido. 

Como se esperaba, el rey encargó a Pedro Sánchez formar gobierno, después de que Mariano Rajoy volviera a decir aquello de "preferiría no hacerlo", al no contar con apoyos. Nada que se salga de lo previsible. Nada distinto a lo que debía hacer el rey a quien los líderes políticos han estado enredando de forma no del todo leal en estas últimas semanas. No fue muy seria la negativa de Rajoy hace un par de semanas. Tampoco que Iglesias le propusiera a don Felipe su idea de gobierno con el PSOE sin haber hablado antes con Sánchez. Ni parece serio ir contando a los medios lo que el rey despachaba con los líderes políticos. El jefe del Estado debería quedar fuera de las batallas partidistas y del tacticismo en el que han caído todos los representantes de los partidos. 

Nada de lo que ha pasado tras el 20-D lo hemos vivido antes en España. No estamos acostumbrados. Nunca antes teníamos tan poco claro quién gobernaría con quién tras unas elecciones generales. Así que, en las reacciones algo sobreactuadas y exageradas a lo que está ocurriendo, a izquierda y derecha, uno observa, además de un evidente interés partidista y sectario, mucha falta de costumbre de la política del pacto. Llama la atención que todos los políticos digan tener tan claro el mandato de los españoles el 20-D. Rajoy, para autoproclamarse como la única solución sensata para España, aunque muchos más ciudadanos votaron a otras opciones. Y Sánchez, para decir que, claramente, los españoles han votado por el cambio progresista, como obviando que cosechó los peores resultados de la historia del PSOE. No digamos ya cuando Albert Rivera habla como si fuera presidente del gobierno (espero contar con Iglesias para esto y lo otro) o cuando Pablo Iglesias impone ministros y carteras al líder del PSOE o suma a sus votos los de Izquierda Unida, ahora sí, para decir que tiene más que los socialistas. 

Así que todos debemos habituarnos a este nuevo escenario que, en realidad, no lo es tanto. Lo es en lo que respecta a las dudas sobre la formación del gobierno, pero no en cuanto a las batallitas de vuelo bajo entre los partidos. Ahí estamos en lo de siempre. Sánchez se negó a hablar con el PP, pero ayer en cuanto recibió el encargo del rey pidió a los populares sentarse a charlar y que le faciliten gobernar España para desbloquear la situación. No a los sectarismos ni a los bloqueos, dijo. Se lo podría aplicar él. Como se podría aplicar Iglesias lo de no usar términos grandilocuentes para hablar de política. Ahora Sánchez tiene la legitimidad de intentar formar gobierno, puesto que el primer partido no cuenta con mayoría suficiente y, en lugar de buscarla, ha preferido que se estrellen otros antes en un pleno de investidura para después llegar a recoger los escombros de salvapatrias. Intentará hablar con Ciudadanos y Podemos. Está en su derecho. El problema es que se antoja muy difícil que de este proceso resulte un gobierno con un programa más o menos concreto y con una estabilidad garantizada. 

Sánchez juega por su supervivencia política, y no sé si es la mejor postura posible para negociar la formación de un gobierno. Para él la disyuntiva es clara: o es presidente del gobierno o se va a su casa. Porque la única opción que tiene de soportar las embestidas de los barones y de la vieja guardia, la que detesta a Podemos por encima de todas las cosas, es llegar a La Moncloa. De lo contrario, su futuro en el partido está fulminado. Negociar desde esa posición tan desesperada resulta poco recomendable. Hablará con Ciudadanos, que ha dicho que se amoldará (siempre se amolda) e intentará buscar un acuerdo, al menos, para facilitar la investidura. Pero no parece posible un acuerdo entre ambos partidos que, por coherencia, obligara al PP a abstenerse para que hubiera un gobierno estable. 

La postura de Podemos parece también confusa. En apariencia, quiere gobernar con el PSOE. Sólo ellos dos, más Izquierda Unida (dos escaños). No quieren ni oír hablar de juntarse con Ciudadanos. Pero, ¿en realidad quiere Podemos gobernar? Por decirlo de otro modo, ¿de verdad cree Pablo Iglesias que Sánchez puede aceptar un ejecutivo así, en el que estaría tutelado por Podemos y en el que los principales ministerios los ocuparían políticos del partido morado? Entre los defectos que se pueden echar en cara a Iglesias no está el de la falta de inteligencia. Y precisamente porque no es tonto, el líder de Podemos sabe que esa oferta es imposible de aceptar por el PSOE, incluso por este PSOE, incluso por este Sánchez desesperado que se juega su futuro político a una carta. Sencillamente no puede aceptarlo sin abrir un boquete en su partido, aunque el líder de los socialistas haya sido hábil estableciendo una consulta entre los militantes para decidir sobre los pactos de gobierno. Más bien da la impresión de que Podemos quiere forzar unas nuevas elecciones. A diferencia del PSOE, tiene las de ganar casi en cualquier escenario. Aunque, y creo que esto no lo están considerando en la formación de Iglesias, los votantes les pueden castigar si interpretan que están adoptando una actitud de bloqueo. 

No habría nada aberrante en que el PSOE y Podemos pactaran la formación de un gobierno con medidas concretas. Ni siquiera en que para ello contaran con la abstención de partidos nacionalistas, siempre y cuando esta no llegue a cambio de cesiones. Es peligroso esto de defender que sólo una opción es válida (además, la opción de todos los concejales de Valencia imputados y de los discos duros que son pruebas judiciales destruidas), porque jamás eso es así. O nosotros o el caos, no. Porque, además, chirría la capacidad de algunos observadores de disociar la intoxicación por corrupción hasta el tuétano del PP con su papel como garante de la estabilidad. Pareciera como si, en realidad, que metieran la mano en la caja diera un poco igual si se tienen calmados a los mercados y se hace la política económica "correcta". Pero cuesta separar la multitud de escándalos de corrupción que afecta al PP de su capacidad para gobernar. Así que no se trata de que cualquier alternativa que no pase por el PP sea el caos más absoluto. Pero sí, desde luego, de que esa hipotética alianza de izquierdas debería tener un programa en común y unas medidas concretas que aplicar, no que tuviera como único nexo los deseos de desalojar a Rajoy de La Moncloa. 

Comentarios