Iglesias convoca elecciones

Ayer se estrenó la segunda temporada de El Ministerio del tiempo, la extraordinaria serie de TVE. Estaría bien que pudiéramos viajar atrás en el tiempo a través de una de sus puertas. Trasladarnos a la noche del 20 de diciembre, día de las elecciones, para comprobar si se lanzó algún tipo de gas o se filtró alguna sustancia en las bebidas de los responsables políticos que les lleva a ver una realidad distorsionada. Porque, desde luego, es lo que parece. Nadie da la sensación de haberse mirado los resultados de las elecciones. Total, para qué. Si ya tenían sus esquemas mentales organizados y sus roles asumidos en este teatro. A ver si ahora va a ser más importante la realidad que los pensamientos y los deseos de cada cual. Los funcionarios de El Ministerio del tiempo se encargan de asegurarse de que el pasado transcurra tal y como se recogen en los libros de Historia. El problema tras las elecciones del 20 de diciembre es justo ese, que ningún partido político es fiel a lo que realmente ha ocurrido. Como en esos libros donde se puede elegir la ruta que se sigue, cada cual construye su visión propia de los comicios. Y así estamos. Asistiendo a un espectáculo de baja estofa en el que se entremezclan las realidades paralelas de las distintas formaciones. 

Ayer Pablo Iglesias presentó un documento para formar gobierno. Un texto extenso en el que pide para sí mismo una vicepresidencia poderosa, con el CNI, el CIS, una nueva secretaría de Estado dedicada a combatir la corrupción y demás. También pide ministerios (el del tiempo, de momento, lo respetan) para políticos de Podemos. Y de Izquierda Unida. Y de Compromis. Y, ya de paso, pone como condición también la celebración de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, una condición que el PSOE bajo ningún concepto aceptará, como ha repetido una y mil veces. Es decir, Iglesias convocó ayer elecciones. Porque se le pueden discutir muchas cosas al líder de Podemos, pero no su inteligencia. Y, tan inteligente como es él, no podrá creer de verdad que los socialistas van a aceptar este documento. Le puede salir mal la jugada, pues está siendo muy evidente que juega a forzar elecciones, pero esa es su apuesta. Nunca dejó de serlo. 

La arrogancia de Iglesias es descomunal. No sé si mayor que la de Sánchez, ahí andará. Pero, desde luego, sobresaliente. No anda mal de prepotencia tampoco Rajoy, con quien parecen no ir los casos de corrupción que inundan la calle Génova. Presentó Iglesias su propuesta de un gobierno de coalición con el PSOE, sin hablar con el PSOE. Y así, más o menos, sigue. Salvo que se estén produciendo negociaciones en la sombra, algo que tampoco descartaría. Esa prepotencia le lleva a situarse como vicepresidente todopoderoso en el hipotético nuevo ejecutivo. Y a no ceder en nada. Si se busca el acuerdo uno entiende que se debe ceder en algo. Este documento de Podemos es, básicamente, su programa electoral, incluidos puntos que en absoluto coinciden con los socialistas que, aunque sólo les sacaron medio millón de votos, obtuvieron un resultado mejor que ellos y, por tanto, les correspondería encabezar el gobierno. Por cierto, Iglesias sería el responsable de vigilar la corrupción. ¿Y qué pasa si la corrupción afecta a la vicepresidencia todopoderosa que él encarnaría? 

Somos muchos quienes pensamos que, llegados a este punto, el lío catalán sólo se puede resolver con una consulta. Pero, desde esta posición, reconocemos que es evidente que el PSOE jamás aceptará esa postura. Nunca. Por tanto, si se busca un acuerdo, plantear esta opción como línea roja es tanto como convocar nuevas elecciones. Que es lo que, en el fondo, persigue Podemos. Lo que no tengo claro es que el partido de Iglesias esté midiendo bien su actuación, pues se les ve con demasiada claridad que están forzando la celebración de otros comicios porque creen, y las encuestas de momento le dan la razón, que les irá bien y lograrán más votos. No sé si quien votó a Podemos en diciembre lo hizo respaldando los tres ejes centrales, hasta ahora, de la actuación del partido morado: tener cuatro grupos en el Congreso, celebrar un referéndum en Cataluña y controlar la vicepresidencia y muchos ministerios. Una diría que quien votó a podemos lo hizo para que centrara la agenda en torno a asuntos sociales, no identitarios y mucho menos en tics de vieja política como la de pedir sillones. 

Pero esta distorsión de la realidad no aqueja sólo a Podemos. El PSOE actúa como si hubiera ganado las elecciones y como si no hubiera obtenido el peor resultado de su historia. Es muy dudoso que Pedro Sánchez pueda liderar el gobierno de España con sólo 90 diputados. Ante tan pésimo resultado, debería haber dimitido. No digo que el PSOE no esté legitimado para intentar formar una alternativa al PP, que por supuesto lo está. Pero no debería confundir deseos con realidad. Para empezar, el PP ha ganado las elecciones. En su derecho está de no hablar con el PP ni apoyar al partido de Rajoy. De hecho, no creo que sus votantes entendieran otra cosa. Pero Sánchez no debe olvidar que ese partido tuvo más de siete millones de votantes y, sobre todo, que posee la mayoría en el Senado y más de un tercio de los diputados del Congreso, lo que significa que cualquier reforma de calado como una hipotética reforma constitucional debe contar con su apoyo. 

Ayer el PSOE anunció a bombo y platillo que ha llegado a acuerdos trascendentes con Izquierda Unida-Unidad Popular. Naturalmente, todas las formaciones políticas son respetables, sobre todo aquellas que, como la liderada por Alberto Garzón, anteponen las ideas y los principios a los cargos, a diferencia de Podemos. Pero esta coalición tiene 2 escaños en el Congreso. Está muy bien que los socialistas lleguen a un acuerdo con ellos, pero la aritmética es tozuda. Si el PSOE está muy lejos de contar con mayoría suficiente para la investidura, no digamos ya para después formar un gobierno estable, ahora, con el apoyo de IU, está dos diputados más cerca. Pero sigue lejísimos. Es como esa ficción de buscar el apoyo de Ciudadanos, aunque saben que juntos no suman, intentando forzar al PP a abstenerse para dejarles gobernar, cuando el PP pidió lo mismo al PSOE y este se negó. Legítima es una actitud y, naturalmente, legítima es la otra. 

Qué decir del PP. La realidad y el actual gobierno nunca se han llevado bien. Un ejemplo muy paradigmático fue aquel cabreo del ministro Montoro (dónde está Montoro, por cierto) con el informe de Cáritas sobre la pobreza infantil. Esa realidad les afeaba su discurso triunfalista de la recuperación. Y por ahí no pasaban. Como aquella frase cínica, que la realidad no te estropee una buena noticia. Una de las ideas más repetidas por Rajoy durante la campaña fue precisamente esta, quejarse por que estemos todo el día hablando de la desigualdad creciente durante su mandato y de tantos ciudadanos que comen sólo gracias a los bancos de alimentos o que han perdido su vivienda, cuando España es un gran país y tenemos muchas cosas buenas. Donde estén los fríos datos macroeconómicos, aunque escondan precariedad y miserias, que se quite la realidad. 

Ahora, tras el 20-D, el despego del PP con la realidad se refleja en el comportamiento del siempre tranquilo Mariano Rajoy, que observa lo que ocurre a su alrededor estupefacto. De verdad parece desentenderse de los múltiples casos de corrupción que manchan su partido y retratan una formación intoxicada por corruptelas. No va con él. No alcanza a comprender cómo no se le aclama presidente por haber evitado el caos económico en España. Él, que cogió el país al borde del rescate y lo salvó milagrosa e indoloramente, ahora se ve sólo y sin capacidad de seguir al frente del ejecutivo. Y encima, le martillean a diario con los casos de corrupción, como si eso pudiera ensombrecer su brillante gestión. El discurso de Rajoy es claro: todo lo que no sea que él siga en Moncloa es destructivo y horroroso para España. Como si la Gürtel, la Púnica y tantas interminables tramas de corrupción con el sello del PP no  cuestionaran ese discurso de único garante de la estabilidad que se atribuye la formación de derechas. 

Ciudadanos quizá es, de todos los partidos en liza en este teatro posterior a las elecciones, el que más realista (o menos alejado de la realidad) se muestra. Pero sólo a ratos y porque la realidad le obliga a ello. Obtuvo un buen resultado, pero mucho peor del que esperaba, que le dejaba en un papel menos trascendente del que esperaba. Ahora, no sin sobreactuar, se presenta como el yerno perfecto, como el partido que busca alianzas y tender puentes entre los dos popes del bipartidismo que, por otro lado, tanto criticó en el pasado, y sigue criticando de vez en cuando. Como la situación política es tan volátil, uno no se atreve a hacer pronósticos. Pero, así como al principio, cuando se vislumbraba la opción de unas nuevas elecciones, tenía bastante claro que muchos votantes de Ciudadanos volverían al PP visto el lío montado, ahora no lo tengo tan claro. Porque, ya digo, aunque con cierta sobreactuación, el partido de Albert Rivera se está presentando como una formación moderada que anima a izquierda y derecha al acuerdo. ¿Cómo va a terminar todo esto? No lo sé. Pero parece que las elecciones serían a finales de junio. 

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