Corrupción estructural

Dicen que la primera condición necesaria para resolver un problema es reconocer que se tiene. Esta semana, el ministro de Economía en funciones, Luis de Guindos, declaró que España no tiene un problema de corrupción estructural. Ya saben. Casos asilados, que es como los brotes verdes, pero en manzanas podridas. Un par de días después de aquella declaración, Jorge Fernández Díaz, ministro del Interior, le quitó la razón. No él, claro, que sostiene un punto de vista idéntico al de su compañero de gabinete provisional, sino los datos que presentó. Parece que el ínclito y verborreico ministro quería sacar pecho de lo mucho que el actual gobierno ha luchado contra la corrupción. Pero, francamente, el escenario parece bastante menos halagüeño. Parece, en corto, el retrato de un país en proceso de descomposición con un problema, sí, estructural de corrupción. 

A saber. 2.442 detenidos por presuntos delitos de corrupción en 2015. 800 euros de gasto anual a cada español (y poco me parece) por todos los escándalos. 1.108 casos de corrupción sólo el año pasado, donde los detenidos, por cierto, no son sólo políticos. Qué importante es recordar que, allí donde hay un gobernante que pone el cazo, hay alguien que lo llena con comisiones ilícitas para obtener contratos. Parecen cifras propias de un país donde conviene desterrar la historieta de que son sólo casos aislados, pobres ovejas descarriadas. No es así. No lo es si nos creemos que todos los escándalos de corrupción se conocen, ni digamos ya si pensamos que lo que aflora a la superficie es sólo la punta del iceberg. 

En este país se ha desarrollado una fascinante capacidad de mantener la corrupción en un plano al margen del debate político, en una realidad paralela. Andalucía. Escándalo de los ERE. Sospechas más que fundadas de utilización de ingentes cantidades de dinero público para comprar voluntades. El partido que puso en marcha ese sistema nauseabundo sigue gobernando. Valencia. Todos los concejales, todos, del partido que gobernó los últimos años están imputados por presuntos casos de corrupción. Madrid. La líder regional del partido que ha regido durante dos décadas la comunidad dimite porque se ve rodeada de escándalos de sus colabores más cercanos. Y así podemos seguir. No cuela el discurso de los casos aislados. Sencillamente no es creíble. Son formas de actuar muy asentadas. 

Si se compra la idea de que son cuatro sinvergüenzas que han engañado a todos, empezando por su propio partido, se están sentando las bases para que esta forma ilícita de proceder se asiente. Es necesaria una purga. No valen ya soluciones cosméticas. Pasó el tiempo en el que la herida se podía restañar con mercromina. Hay que intervenir y extirpar. Tan injusto es generalizar como inocente y cándido creernos de verdad que esta avalancha de escándalos es casualidad, es la sucesión en el tiempo de casos puntuales, no un problema estructural. El sistema está corrompido. Apuntalar el edificio se antoja ya una solución insuficiente. Porque las vigas están resquebrajadas y amenazan con derrumbarse. Y por eso asombra tanto que se consiga separar la peste de los escándalos de corrupción de todo lo demás. El PP se presenta como el único garante de la estabilidad, olvidando que hace unos días la policía registró su sede. Otra vez. Se defiende que, en realidad, España necesita cuatro reformas de nada, cuando parece obvio el hartazgo creciente de la ciudadanía y la evidencia de que esto no carbura.

Sólo esta semana, y me dejo algo seguro, hemos conocido nuevas informaciones sobre el caso Púnica. Hemos sabido que el PP de Madrid utilizaba para fines ilegales el Canal de Isabel II, ese que querían privatizar. Que esta institución pagaba para hacer campañas de imagen para Ignacio González (nunca un dinero tan derrochado sin el menor efecto, por otra parte). En Palma sigue el juicio al caso Noos, donde queda de manifiesto que el duque de Palma cobraba hasta por respirar y nadie le ponía pegas por ser vos quien sois. Y hoy, de remate, Rodrigo Rato, exvicepresidente del gobierno, comparece ante el juez que le investiga por enriquecerse, presuntamente de forma ilícita, durante su catastrófico mandato en Bankia. Quien duerma más tranquilo por la noche pensando que todos estos escándalos son coincidencias, casos aislados, puede seguir en su engaño. Pero, como en el cuento, el emperador está desnudo y es imposible mantener el engaño indefinidamente

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