Tacticismo e interés general

Algunos ilusos creímos que los resultados de las elecciones del 20-D empujarían a los partidos políticos a dejar a un lado sus intereses particulares en pos del bien común. No lo creímos del todo, porque ya conocíamos el percal de nuestra mediocre clase política, pero sí albergábamos ciertas esperanzas. O queríamos albergarlas, al menos. Naturalmente, tras la esperpéntica primera ronda de contactos del rey con los portavoces de los distintos partidos que componen el nuevo Congreso, con polémicas estúpidas sobre peinados y ubicaciones de por medio, hemos perdido ya toda esperanza. España se sigue pareciendo demasiado a España. La clase política sigue fiel a todos los vicios que la han alejado de los ciudadanos. Y seguimos para bingo. 

Todos los movimientos de los principales partidos tras las elecciones, todos, han estado guiado más por tacticismo e interés partidista que por voluntad real de acuerdo. Incluso el único acuerdo, por llamarlo de algún modo, al que llegaron PP, PSOE y Ciudadanos, el de nombrar presidente de la Cámara a Patxi López (en realidad, el PP se rindió a la evidencia) no se vendió como tal, porque cómo van a darle ese disgusto a sus votantes las dos formaciones del rancio bipartidismo. Cómo van a aceptar que lleguen a acuerdos. ¡Qué es esto! Como si fuéramos una democracia avanzada en la que sus políticos están dispuestos a renunciar a ambiciones personales y partidistas por el bien común. ¡Y qué más!

Para empezar, tanto Rajoy como Sánchez deberían estar en su casa, o en su defecto, buscando salidas profesionales distintas a la responsabilidad a la que ambos aspiran. El presidente del gobierno en funciones preside un partido intoxicado por casos de corrupción hasta el tuétano y además obtuvo un resulta electoral entre malo y muy malo, a pesar de ganar. Él es un obstáculo para cualquier clase de acuerdo. Se aferra al sillón, presentándose como la única alternativa al caos, como el único que puede dirigir a España por el buen camino. Habla de estabilidad. Pero, claro, nos vienen a la mente Bárcenas, los sobres en B, la "organización criminal" del PP valenciano, y no entendemos nada.La decisión de Rajoy de no presentarse a la investidura es puro tacticismo. Que se estrelle el PSOE y luego ya llegamos nosotros a mantener el invento de estabilidad que entre los dos hemos construido, dejando el país hecho unos zorros y con una crisis institucional difícil de camuflar. 

Qué decir de las ansias de poder, que son las propias de quien se juega su supervivencia, de Pedro Sánchez. Para él la única salvación es llegar a ser presidente del gobierno. A pesar de haber cosechado el peor resultado de la historia del PSOE, él quiere gobernar. Y le importa poco con quién o cómo. Porque la alternativa a pactar con Podemos y algún partido nacionalista para llegar a La Moncloa es abandonar el timón de Ferraz. De nuevo, los intereses partidistas interponiéndose en el bien común. Sucede que Podemos, con la arrogancia de su líder otra vez tomando el control de su iniciativa política, se lo pone difícil. Y sucede también que no basta con llegar al gobierno, sino que debería acordarse, sea cual sea el acuerdo para un nuevo ejecutivo, un programa concreto y estable de medidas, para tener cierta certeza. Si se está liando esta para investir a alguien, no digamos qué sucedería si ese nuevo gobernante no cuenta con mayoría suficiente para sacar adelante sus leyes. 

Lo de Podemos la semana pasada fue cósmico. Una demostración de su habilidad táctica, pero que está muy bien en series de televisión o en teorías sobre cómo controlar la agenda política, aunque no tanto en la vida real. La puesta en escena de Pablo Iglesias con sus compañeros de partido que pretende colocar como ministros en un ejecutivo liderado por Sánchez ("gracias a la sonrisa del destino") y con él mismo como número dos fue surrealista. La prepotencia del líder de Podemos es difícilmente alcanzable. Ha obtenido un gran resultado en las elecciones, por supuesto, y representa a cinco millones de españoles, por lo que es un líder político al que se debe respeta (resulta obsceno que se le envíe al gallinero del Congreso, por ejemplo). Pero se ha confundido pensando que él, tercer partido más votado, puede marcar las normas para formar un gobierno. Y no tengo claro que persiga tanto formar un ejecutivo con el PSOE como arrinconar a este partido. Porque humillar y despreciar a aquel con quien se desea pactar no parece la mejor forma de lograr un acuerdo. 

¿Ciudadanos? Tan en tierra de nadie como siempre. Albert Rivera sigue en modo campaña, cultivando ese perfil de líder moderado con capacidad para pactar con todo el mundo y de entenderse a su izquierda y derecha, clamando por acuerdos entre el PP y el PSOE por una aparente altura de miras y un supuesto sentido de Estado que, me temo, esconde más bien el pánico ante una nueva convocatoria electoral que, previsiblemente, le iría mal a la formación naranja. Alberto Garzón, de IU, se ha unido demasiado rápido al convite organizado por Podemos, que plantea incluirle en el gobierno, ese que Iglesias habló directamente con el rey sin negociar con Sánchez antes. Estar unidos en desear desalojar al PP del gobierno es un nexo evidente entre las formaciones de izquierdas. Evidente y legítimo. Pero para gobernar hace falta un programa común que vaya más allá de echar abajo todas las medidas del gobierno actual.

Para completar el circo están los actores secundarios, como el ínclito Felipe González, que cree que el PSOE debe dejar gobernar al PP. Algunos no han entendido aún cuán desconectado está una parte importante de la población española del bipartidismo. Que el escenario ha cambiado. Que esos acuerdos entre dos eran factibles cuando sumaban el 80% de los votos, pero es poco representativo de la sociedad española ahora. Cuesta defender que la estabilidad y el bien común sólo lo pueden defender quienes llevan varias décadas alternándose en el poder y han construido un sistema de enchufes, corruptelas y obsecidades varias. Es una desfachatez defender que quienes han gobernado hasta ahora pueden, de la mano, hacer las reformas que pide la población. Igualmente cuesta ver futuro a un gobierno, ese hipotético acuerdo de izquierdas, que sólo tendría en común la animadversión hacia el PP, siete millones de votos, y donde habría una colosal confrontación por hacerse con el liderazgo de la izquierda en España. 

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