Hacienda somos todos (o casi)

El lunes comenzó en Palma de Mallorca el juicio del caso Nóos, esa asociación sinónimo de lucro (sutil hallazgo de Ignacio Escolar), que montó Iñaki Urdangarin con su socio Diego Torres. Uno ponía los contactos que le otorgaba el parentesco con la familia real y otro la experiencia y, visto cómo se desenvolvió en la entrevista con Ana Pastor el otro día, el desparpajo propio de quien carece de escrúpulos, o los tiene muy escondidos. El caso Nóos reúne a varios presuntos delincuentes sobre cuya culpa deberán decidir los jueces. Pero apesta. Mucho. No presuntamente. Apesta a delitos. A aprovechamiento obsceno de una posición social privilegiada. A tráfico de influencias. A capitalismo de amiguetes, A tuberías del Estado. A España, en resumen. A esta España oficial nuestra que clama por la estabilidad sin percatarse de que los partidos políticos están intoxicados de corrupción y la principal institución del Estado también está bajo sospecha, como mínimo, de hacer la vista gorda. Un sistema que se tambalea, con grietas por todos lados, a pesar de lo cual hay más insistencia por apuntalar los maltrechos muros  y paredes que por reconstruir de arriba abajo el edificio. 

Cuesta mirar la actualidad política y judicial en España, más estos días, con cierto optimismo. Cuesta mucho. Porque es un ejercicio de candidez excesivo. Todos somos ya mayorcitos. A estas alturas de la película, los cuentos de hadas nos gustan sólo en las páginas de un libro o en las pantallas del cine si estamos sensibleros. No en los informativos. No en la actualidad. Cuentos de hadas como ese que dice que la infanta Cristina, hermana del rey, no sabía nada de los (presuntos) chanchullos de su marido, porque estaba y está locamente enamorada de él. El amor como estrategia de defensa. Como atenuante de las actitudes incorrectas. Es que estaba enamorada. Esa actitud de presentarse como una esposa florero, que no sabe nada de las cuentas de la casa ni entiende de esas cosas, aunque trabaje en La Caixa. Ese aceptar aparecer como una pobre engañada por su buen marido. Ese insultar a la inteligencia. Esa desparpajo en la mentira. 

El comienzo del juicio ha sido bastante desolador. Muy desmoralizante, pero también muy revelador de nuestro país. Da una imagen perfecta de España. Si somos muy optimistas, y lo siento mucho pero no es mi caso, podríamos decir que es el juicio a una época de nuestro país. Ya pasada. Veremos. No estoy tan seguro de que haya pasado. Una época de despilfarro de dinero público. De corruptelas. De engaños a Hacienda. De irresponsabilidad. De delitos. De sensación de impunidad de muchas personas, responsables políticos y demás, que se sentían intocables. La perfecta descripción del capitalismo de amiguetes que es la precisa y descarnada historia reciente de nuestro país. Cuando Urdangarín se vio en apuros por las informaciones periodísticas sobre las desorbitadas facturas que pasaba a entidades públicas por trabajos que podría hacer un chaval de primaria, fue Telefónica, una empresa privada, la que le dio una escapatoria digna. Un puestazo en Estados Unidos para esperar que capeara el temporal. Esa misma empresa en la que, según la versión de Diego Torres, le ofrecieron un empleo al socio de Urdangarín en las actividades de Nóos a cambio de asumir más culpa de la que le correspondía. 

Más capitalismo de amiguetes y establishment que se protege. Se ha hablado mucho de la doctrina Botín. De si es correcto o no aplicársela a la infanta Cristina. Es un debate jurídico que se me escapa. Pero es revelador que la doctrina no se llame Pepito Pérez ni se la sacara de la manga nadie para proteger a un electricista humilde, sino que fuera la oportuna vía de escape para Emilio Botín, el banquero más poderoso e influyente del país en ese momento. Vaya por dios. Esa doctrina que salvó de sus asuntillos judiciales a Botín puede servir ahora para librar a la hermana del rey de responder por defraudar, presuntamente, a Hacienda. Porque, resumiendo, a Hacienda no le molesta que le defraude doña Cristina de Borbón. Y como no hay perjudicado, no basta con la acusación popular para hacer pasar a la infanta por el mal trago de ser juzgada. Muy pulcro todo. Muy técnico. Muy serio. Muy razonado. 

Se puede disfrazar como se quiera. Pero es escandaloso. Que exista la propia doctrina Botín y que Hacienda y la Fiscalía se hayan puesto al servicio de la hermana del rey no del Estado. Porque Aizon era una sociedad donde se desviaba parte del dinero recaudado por el instituto Nóos y, vaya por dios, la propietaria al 50% de esa sociedad era la infanta Cristina. Y con ese dinerillo se pagaban su palacete en Barcelona, las fiestas de cumpleaños de sus hijos y las clases de zumba. Pero ella, pobre, no sabía nada. Para terminar de abochornar a cualquier observador imparcial del juicio, la representante de Hacienda, Dolores Ripoll, dijo que el famoso eslogan Hacienda somos todos "debe circunscribirse al ámbito para el que fue creado: el de la publicidad, exclusivamente como forma de concienciación al país". Al país, sí. No a la infanta Cristina. ¿Dónde vais? Es decir, que defraudar a Hacienda, si eres hermana del rey, no es dañar a todos los ciudadanos que tributan lo que deben y cumplen con el Estado. Cósmico. Surrealista. Esperpéntico. 

Ella no ha cometido ningún delito, dice Hacienda, volcada en defender a quien, presuntamente, la ha engañado, en lugar de exigirle responsabilidades. La razón de afirmar sin aparente rubor, que la frasecita esta de Hacienda somos todos no opera para la infanta Cristina, sólo para concienciar al populacho, es que el juez Castro, instructor del caso Nóos, entiende que a la hermana del rey no se le puede aplicar la doctrina Botín, sino la doctrina Atutxa, que matizó aquella (Atuxa, Botín, dónde va a parar) diciendo que sí se podía juzgar a alguien sólo con la acusación popular si el daño causado afecta al bien común y, por su naturaleza, no hay un perjudicado claro. Pero ahí estaba la representante de la Hacienda Pública para echar un cable a Cristina de Borbón. A Hacienda, pues, no le incomoda que una sociedad de la que la infanta era propietaria junto a su esposo recibiera dinero de Nóos, que se presentaba como una asociación sin ánimo de lucro. Como le leí hace tiempo al gran Javier Ruiz Taboada, "Hacienda somos tontos". La independencia judicial es uno de los pocos pilares a los que aferrarse en esta España en estado catatónico de decadente fin de era. Pero, si la hermana del rey está de por medio, todo se tuerce un poco más. 

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