Resumen del año en el mundo

2015 ha sido el año de la vergüenza. El año de la indiferencia ante el drama que llama a las puertas de Europa. Ha sido el año de la fotografía del niño Aylan (¿se acuerdan?), muerto, ahogado, olvidado, ante las costas turcas. Ha sido el año en el que la inoperancia y la exasperante lentitud de la Unión Europea se ha sufrido en una cuestión tan vital como la crisis de los refugiados, con un insensible e insuficiente plan de reparto de personas, como si fueran vacas, que además no se ha cumplido. Ha sido el año de ver a una periodista poniendo la zancadilla a un padre aterrado que lleva a un hijo en brazos. Ha sido el año de las vallas para frenar la desesperación, de los muertos en las playas, de la rabia ante la injusticia y la desigualdad de un mundo enfermo. Ha sido el año en el que la Vieja Europa tiene más razones que nunca para sentir bochorno, vergüenza y culpabilidad. 

Europa ha mostrado su peor cara, la de la falta de sensibilidad, la de la insolidaridad. La Europa oficial, se entiende. La de las instituciones. Con gobiernos racistas como el de Hungría, que construyen vallas y alambres para impedir el acceso a su país de familias enteras que buscan en Europa las oportunidades que no tuvieron en su país. Con unas autoridades comunitarias sin el ímpetu necesario en la coordinación de la respuesta a los miles de refugiados procedentes, en su mayoría, de Siria, ese país que se desangra desde hace más de cuatro años sin que la comunidad internacional haya hecho nada para evitarlo. Ha sido un año triste, porque no han faltado quienes ha alentado los más bajos instintos, la más repugnante xenofobia, contra las personas que se juegan la vida a diario, y la pierden con frecuencia, en su camino hacia la Europa de las oportunidades, no quienes han sacado partido de este drama estafando a los refugiados. 


Este verano veíamos en todas las televisiones, en todos los periódicos, escenas conmovedoras. Padres con sus hijos a cuestas y las pocas pertenencias que pudieron sacar de su casa antes de huir de la guerra. Barcazas cochambrosas cargada de sueños, miedo y hambre. Niños hambrientos rodeados de policías. Riadas de seres humanos recorriendo Europa mientras sus dirigentes veraneaban o, como mucho, se reunían en lujosos salones de Bruselas para debatir con voz muy seria pero sin la menor voluntad política de atajar el problema, que lo es para estas personas desesperadas, no para los países que los acogen, que están obligados además por Derecho Internacional a acogerlos, puesto que son refugiados que escapan de los horrores de la guerra. El paso de Calais, Centroeuropa, la isla griega de Lesbos... Han sido muchos los escenarios de la vergüenza, los que nos ponen ante el espejo de una sociedad desigual e injusta. No hemos estado a la altura. Seguimos sin estarlo. El plan de la UE está en fase incipiente, aunque los gobernantes no dejaron pasar la ocasión de fotografiarse con los primeros acogidos a ese programa. 

Este año nos ha avergonzado la dejación de los gobernantes y el nauseabundo racismo de muchos que, tras reconocer que les dan pena esos pobrecitos, comienzan a decir que aquí no tenemos sitio ni recursos para todos, que a ver quiénes se cuelan entre los refugiados, que esto no puede ser, que van a atacar a los principios católicos históricos de Europa... Es imposible, e indeseable, recopilar todos los exabruptos racistas escuchados este año. Particularmente odiosas fueron las declaraciones del cardenal y arzobispo de Valencia Antonio Cañizares, quien, mientras el papa pedía a todas las parroquias acoger a refugiados ante este drama humanitario que ponía a prueba la caridad cristiana, se preguntó en un desayuno de prensa de esos con dulces ricos y mesas muy elegantes si la "invasión de perso... inmigrantes" (llamarlos personas le parecía una concesión humanitaria excesiva) eran todos "trigo limpio". Luego rectificó, a medias, echando la culpa a todos los que le habíamos entendido mal, pero quedó clara su falta de sensibilidad, una de las más odiosas declaraciones públicas de este año. No sería justo olvidar que, al lado de tanta xenofobia, muchas ONG,  muchos ciudadanos anónimos  y muchos periodistas comprometidos se han movilizado en toda Europa para atender como merecen, con un trato digno como seres humanos iguales a nosotros que son, a los refugiados

Las personas que intentan llegar a Europa huyen de la guerra en Siria y de la extensión del autodenominado Estado Islámico, el Daesh, una organización medieval que extermina a todo aquel que considera infiel, que puede ser desde quien profesa otra religión hasta un musulmán que baile o no se vista como ellos consideran. Este 2015 será recordado por múltiples atentados yihadistas, aunque son los perpetrados en Europa los que más han impactado, abriendo un debate lógico sobre por qué nos conmueven más las muertes en París que en Kenia o en Kabul. Y todos son odiosos, viles, execrables, pero indudablemente, esto se sabe de siempre, la cercanía de un suceso es directamente proporcional al impacto que causa en quien lo conoce. 

EL año comenzó con la masacre en la redacción de la revista satírica Charlie Hebdo, un fanático y repugnante ataque a la libertad de expresión que arrebató la vida a doce personas. Esta publicación se caracterizaba por sus irreverentes e inteligentes críticas al fundamentalismo. Y esa actitud valiente y necesaria, ese ejercicio de un derecho sagrado en toda sociedad democrática, les costó la vida. Entonces las redes sociales se llenaron del eslogan "Je suis Charlie", pero lo triste es que no era verdad. Nunca lo fue. Ninguno somos Charlie. Casi nadie lo es. Por la cobardía ante los fanáticos. Porque plantar cara a estos criminales que quieren implantar un régimen medieval es jugarse la vida. En noviembre, la capital francesa volvió a sufrir el ataque de la sinrazón. Los atentados del 13N en París, que a todos nos conmovieron porque los asesinos dispararon indiscriminadamente contra jóvenes que disfrutan de un concierto o de un rato con amigos en terrazas parisinas. Difícil apreciar con más claridad que los terroristas, los bárbaros del siglo XXI, quieren acabar con nuestros valores como civilización. Para ellos somos seres depravados, infieles a exterminar. No es el Islam, es una lectura perversa del Islam. 

Tras esos ataques llegó una reacción furibunda del gobierno francés, aprobando un estado de excepción durante meses, cayendo en la tentación de limitar derechos y libertades para garantizar la seguridad. Un error en el que ya cayó el gobierno estadounidense tras los ataques del 11-S y que acabaron con el espionaje masivo que desveló Edward Snowden. También surgió de los viles atentados de París la movilización de Francia contra las posiciones del Estado Islámico en Siria y un cierto consenso en torno a la idea de que se debe combatir con la fuerza a este grupo, que controla ya una amplia extensión de Siria e Irak y que aspira a implantar un califato regido por la sharia. Luchar contra el fundamentalismo es uno de los grandes retos del próximo año, y de los siguientes. En este debate nos vemos con frecuencia envuelto en dos extremos que no conducen a ningún sitio: el ardor guerrero de quienes ansían ataques, bombardeos y muertes, sin caer en la cuenta de que eso fomenta más odio y genera más yihadistas, y el buenismo estúpido de quienes culpan de los atentados, y de todo, a Occidente, es decir, a las víctimas en vez de a los verdugos. Posturas radicales ante un fenómeno de enorme complejidad. Entre medias, la evidencia de que nos enfrentamos a los bárbaros del siglo XXI y de que es necesaria una acción coordinada contra las vías de financiación de este grupo, que en muchos casos proceden de aliados de Occidente. 

De París llegó también una de las grandes noticias del año, el acuerdo en la Cumbre del Clima. Aunque falta concreción en el texto pactado por 195 naciones, al menos se incluye el compromiso con reducir a menos de dos grados el calentamiento global antes del final del siglo. Desde el principio del encuentro existía un tono conciliador, una moderada expectativa de paso adelante. Y eso se logró. Probablemente no suficiente, pero al menos sí es un primer avance, un cambio en la actitud mundial, un primer acuerdo global sobre el clima. 

2015 ha sido también un año de muchas elecciones en el mundo. En Francia, donde el Frente Nacional fue el partido más votado en la primera vuelta de las regionales, aunque después quedaron relegados a un segundo plano gracias a que los votantes de los otros partidos prefirieron apoyar al de enfrente antes que al partido de Le Pen, que centra su discurso en el antieuropeísmo y el odio al diferente. En Venezuela, donde el partido en el gobierno perdió de forma estrepitosa la mayoría en el Congreso, lo que debería obligar a un proceso de diálogo con la oposición, lo cual sería todo un avance, pues supondría pasar de encarcelarla a hablar con ella, En Argentina, donde el conservador Macri llegó a la Casa Rosada. Elecciones  también en Grecia, donde el triunfo no le sirvió a Syriza para imponer a la UE su visión alternativa de la economía y los sucesivos rescates recibidos por el país heleno. Al final, el partido de Tsipras pasó por el aro ante la amenaza velada de una expulsión de la zona euro, con la consiguiente quiebra del país. En Estados Unidos habrá elecciones el próximo año y el protagonista de los debates de precandidatos republicanos está siendo el millonaria, excéntrico y odioso Donald Trump, que ha atacado, no necesariamente por este orden, a mujeres, mexicanos, negros, personas con discapacidad, musulmanes, homosexuales... 

Precisamente este año ha habido avances importantes en los derechos de los homosexuales en distintos países del mundo. La conservadora Irlanda votó sí al matrimonio gay, pero Eslovenia votó en contra. Decíamos entonces, con la consulta irlandesa, que era inquietante que se sometieran a votación los derechos de ciudadanos. ¿Y si a algún iluminado se le ocurre preguntar si los inmigrantes merecen atención sanitaria? ¿Acaso si la gente votara que no se les debería excluir de ese derecho? Los derechos están por encima. Siempre. O asó debería ser. En Eslovenia, los gays viven sabiendo que la mayoría de sus compatriotas les ha negado el derecho a casarsecon quien aman. Un avance trascendental llegó en Estados Unidos, donde el Supremo legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo en vísperas del 28 de junio, Día del Orgullo LGTB. Este 2015 ha vuelto a quedar claro que hay mucho camino que recorrer en pos de la igualdad real, pues presenciamos sentencias lamentables como la de la Justicia europea avalando la prohibición a los homosexuales a donar sangre por la mayor presencia del sida en este grupo de la población, como si ser gay fuera de por sí un factor de riesgo. 

En este y otros campos, estamos lejos de una sociedad igualitaria. Seguimos padeciendo racismo, homofobia y machismo en un mundo feo en el que es mucho lo que debemos luchar todos desde la premisa de Martin Luther King: "No me preocupa el grito de los violentos, de los corruptos, de los deshonestos, de los sin ética. Lo que más me preocupa es el silencio de los buenos". 

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