Resumen cultural del año (yIV)

No encuentro mejor forma de despedir un año que recordando las fronteras cruzadas, los caminos recorridos, las aventuras fuera de casa, los viajes ilusionantes, los sueños cumplidos. No puedo quejarme de todo lo vivido en 2015. El camino de Santiago, una experiencia transformadora que te hace reamueblar tu cabeza y comprender lo importante de verdad en la vida. Ese saludo en todos los idiomas, con todos los acentos, de "buen camino". Esa fábula de entendimiento y solidaridad con los otros caminantes. Ese reto personal de crecer y conocerte más a cada paso. Esos preciosas paisajes gallegos. Esa hospitalidad. Esa gastronomía. Esa espiritualidad. Esas sonrisas y ese esfuerzo. Esas palabras de aliento. Esa sensación de paz interior, de desconexión. Todo lo que se cuenta del camino de Santiago y que, suena a tópico pero así es, sólo se puede conocer si se ha vivido, atrapa, transforma, engancha. 

Frases captadas en la ruta. "Es el camino y no la meta lo cambia nuestras vidas". Esos instantes únicos. El encuentro con personas de otros lugares de España y de otros países. Esos cánticos y esos silencios. Ese recogimiento y esa actitud festiva, alegre, de celebrar la vida. Esas sonrisas. Esas iniciativas. Esas historias personales de desconocidos que dejan de serlo al compartir el camino. Esa diferencia entre las motivaciones para emprender esta aventura, y el sentimiento de plenitud al llegar a Santiago, al vislumbrar la plaza del Obradoiro. El camino, en efecto, cambia nuestras vidas. "El camino es como montar en bici, nunca se olvida", como leí en O Pedrouzo. 

San Sebastián, una de las capitales de mi cartografía sentimental, un paraíso que suma a su belleza y todos sus encantos el hecho de ser el lugar de residencia de una de las personas más especiales de mi vida, ha sido otro destino este año (y lo será siempre). Descubrí Astigarraga y Hondarribia. Descubrí las sidrerías (una experiencia gastronómica única). Volví a recorrer la playa de la Concha, a ir de pintxos por el barrio viejo, a pasear por las cales de la señorial Donosti. Otro de los momentos estelares de 2015. 

Málaga también fue un descubrimiento de este año. Diez años después, volví a veranear con mis tíos y mi prima, pilares de mi vida, en Torremolinos. Pasé unos días sensacionales de sol, playa, helados, buena comida, descanso y, sobre todo, risas y buenos momentos. Aprovechamos para disfrutar de la muy cultural y hermosa capital de la Costa del Sol, donde visitamos el Museo Picasso de Málaga y recorrimos el Muelle Uno y otros lugares de la ciudad, que me enamoró a primera vista. 

Otro Museo Picasso, el de Barcelona, que acogía una exposición sobre la relación entre el genio malagueño y Salvador Dalí, fue uno de los lugares que visité en un viaje exprés a la capital catalana, donde cumplí otro de mis sueños, vivir un día de Sant Jordi. La fiesta en torno a la cultura, la de las rosas y los libros. Regresé extasiado de un ambiente tan lúdico y emocionante, con un buen cargamento de libros y con la promesa de regresar, cada año si es posible, a la bella Barcelona en la más hermosa de sus fiestas. La Rambla convertida en un río de letras, toda la ciudad volcada con la literatura. Las colas para las firmas de los autores... Fue uno de los mejores momentos de este año. 

Este año también conocí Londres, ciudad cosmopolita, moderna y tradicional a la vez, elegante y rompedora, clásica y contemporánea, grande y habitable, ciudad de contrastes, inabarcable, inmensa, bella, divertida... Volveré a la capital británica, que enamora desde el momento en el que pones la pie en cualquiera de sus concurridas calles, pasión que no parece de crecer. Fuera de España, 2015 también me ha permitido conocer Oslo y Bergen, en Noruega, en muchos aspectos dos ciudades de cuento, muy diferentes a lo que estamos acostumbrados a ver. En septiembre, por último, conocí Praga, Viena y Budapest en un viaje que fue una sucesión de asombrosos descubrimientos, de cultura, monumentos, historias, aventuras y experiencias fascinantes. Cada ciudad, con su encanto, con su esencia, con sus rasgos diferenciales que la hacen únicas. Praga y esa personalidad de ciudad viva y alegre. Viena y la majestuosidad de sus palacios. Budapest y la presencia omnipotente del Danubio. Karlovy Vary y su sensación de lujo y elegancia irreales. Bratislava y su tranquilidad. 

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