Raphael sinphonico


Mantenerse fiel a sí mismo es una de las hazañas más complejas en la música, igual que en el resto de ámbitos de la vida. Cultivar un estilo propio innegociable. Pasar por encima de las modas y los años. Superar la adversidad y los obstáculos de la vida. Ser auténtico, uno mismo, sin concesiones. Superar el paso del tiempo y ganarse a nuevos públicos. Envejecer con enorme vitalidad juvenil en el escenario, olvidarse de los años, burlarse de lo que dice el carnet. De todo ello es capaz Raphael, que ayer regaló en Madrid un concierto memorable de más dos horas y media de duración que el intérprete acabó con más energía y frescura que como lo empezó, y ya es decir. 

Electrizante, personal, único, el cantante, que es un artista total, en cada gesto, en cada mirada, en cada paso que da sobre el escenario, desgranó buena parte de su inmenso repertorio ante un público entregado a la energía descomunal de un hombre con 72 años con más vitalidad que los veinteañeros que, sí, también disfrutaron anoche de sus canciones en un recital intergeneracional, con padres, hijos y abuelos. Es la integridad de Raphael, tan poco frecuente en el mundo de la música hoy en día, lo que le hace incomparable. Está por encima de las modas y los estilos. Es él mismo. Siempre lo fue. Sin concesiones comerciales, hace (y nunca dejó de hacer) lo que le viene en gana. Es Raphael. Y no se precisa más. Hoy, naturalmente, tiene carta blanca para lo que desee tras décadas de éxito. Pero el gran logro en una carrera musical (y aquí volvemos a compararlo con cualquier otro aspecto de la vida) es mantenerse fiel a uno mismo, ser quien se quiere ser y no quien los demás esperan, cuando tan fácil es ceder a tantas tentaciones. 

Con una formidable orquesta sinfónica de Málaga detrás, él devora el escenario, impone su portentosa voz por encima de los instrumentos y, sobre todo, impone su presencia, que lo llena todo. La orquesta es un excepcional acompañamiento, un modo sublime de disfrutar de sus canciones, pero Raphael lo desborda todo, como una presa de agua que supera las barreras e inunda lo que encuentra a su paso. Convence por aplastamiento, noquea al público con su descomunal fuerza. Arrasa con su energía, con su voz, con su carisma. Lo arrasa todo a su paso y sólo queda la rendición incondicional de un público, es verdad, ya de antemano entregado, pero que se deja cautivar con más pasión por todo lo que transmite el artista, que dijo sentirse en casa en Madrid en una de las pocas interpelaciones a quienes llenaron el palacio de los deportes de la Comunidad de Madrid, ahora llamado Barclaycard Center por aquello del dinero. Hasta a su mejorable acústica se impuso, portentoso, inapelable, Raphael. No está al alcance de cualquier llenar un recinto de estas dimensiones y mucho menos hacerlo vibrar como lo logró ayer el cantante.  

Con Mi gran noche llegó el primer momento en el que puso en pie al palacio. Su extraordinario voz fue lo que más asombró. Su energía. Había que recordarse, porque era increíble, que ese señor que estaba poniendo el pie un pabellón con miles de personas tenía 72 años. Canta en una de sus canciones. Qué sabe nadie, "a veces oigo sin querer algún murmullo y no hago caso y yo me río y me pregunto  qué sabe nadie". Dice en Escándalo, quizá su gran éxito, el más coreado y el más grabado a juzgar por las luces encendidas de los móviles, "no me importa que murmuren  y que mi nombre censuren  por todita la ciudad  ahora no hay quien me detenga  aunque no pare la lengua de la alta sociedad". El tema central de las canciones de Raphael es Raphael mismo. El amor, los sentimientos. Sí. Pero él mismo, con las referencias a su juventud, a su arte, a las largas giras, a sus anhelos, a sus amores, a sus vivencias, es el protagonista mismo de su repertorio y lo fue, de principio a fin, del concierto de anoche. Una reafirmación constante. La demostración de que ser uno mismo sale a cuenta y es el modo más honesto de pasar por la vida. 

Se adueña de todas las canciones, las hace suyas, le da un toque personal. Comparte con la fallecida Chavela Vargas, a la que recordé cuando Raphael interpretó Gracias  a la vida, una virtud sutil pero exquisita, la de saber rematar los temas, ponerles un punto final rotundo, claro, nítido, estruendoso o brusco, pero siempre potente, tras un in crescendo constante. A ello le acompaña muy bien la orquesta sinfónica. Raphael ha actuado en festivales indies y ha protagonizado la última película de Álex de la Iglesia. Celebra sus 50 años, sí, 50, o más bien alguno más ya, encima de un escenario en plena forma, como proclamó en la primera canción de la noche, Ahora. "Ahora que han pasado los años.  intensamente vividos. exprimidos.  sigo en forma. no estoy cansado". Y dedicó las dos siguientes horas largas a demostrarlo. No dejó duda alguna al respecto. 

Acabó con Qué sabe nadie, El tamborilero (pistoletazo de salida a la Navidad) y Como yo te amo, dedicada a Madrid. Habló lo justo al público, siempre de usted, porque los grandes artistas hablan con sus canciones. Raphael con su voz, sus interpretaciones, esos gestos desatados, esos paseos por el escenario, esa teatralidad. Con su profesionalidad y madurez, que sólo puede ser fruto, además del talento, de un oficio ejemplar y admirable, Raphael dio ayer una lección y demostró que tiene cuerda para rato. Es un prodigio. Hay un momento del concierto en el que arrebata la batuta al director de la orquesta. Ese instante lo resume todo. El concierto de anoche y su carrera. La figura singular y personal de Raphael, distinto ya desde la decisión de cambiar la f de su nombre por ph. Y a partir de ahí, todo lo demás. Siempre llevando la batuta de su arte y su carrera. Fue, sí, nuestra gran noche. La de todos los que disfrutamos, asombrados, entregados, fascinados, de la energía del artista de Linares. Un concierto inolvidable. 

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