Un otoño sin Berlín

Pegado a la butaca del cine. Pensativo. Reflexionando sobre lo visto. Reponiéndose del zarandeo emocional transmitido desde la pantalla durante los anteriores 95 minutos. Emocionado. Tocado. Así se queda el espectador tras ver Un otoño sin Berlín, notable ópera prima de Lara Izagirre, quien dirige y firma el guión de esta historia emotiva de ausencias, afectos desgarrados, amores que duelen, batallas cotidianas por reconstruir vidas, pilares caídos o tambaleantes, relaciones en el filo. Hay películas que te dejan con una sonrisa. Otras que, tras pasar un buen rato, sabes que no recordarás especialmente. Que han pasado de puntillas por ti. Sin más. Algunas que te lamentas haber ido a ver. Y luego hay cintas especiales, con una enorme sensibilidad, de las que cuesta digerir, de las que requieren que el espectador ponga de su parte. Y Un otoño sin Berlín es una de estas últimas. 

Este filme supone, como digo, el estreno en la dirección de Lara Izagirre, quien demuestra que es una voz muy a tener en cuenta en el futuro. Una nueva firma en la industria cinematográfica española que se debe vigilar de cerca. La ópera prima de una directora es siempre un darse a conocer, una carta de presentación, una declaración de intenciones. Y aquí Izagirre muestra buen pulso narrativo, una notable capacidad de expresar sentimientos con silencios, con las palabras justas, con frases cortas, con situaciones desgarradoras, detalles llenos de dramatismos. Es una historia muy cuidada. Cada plano. Cada diálogo. Cada escena. Cada situación. Acierta con el tono, con la hondura de la trama, con la intensidad de la situación narrada, con el retrato de la pérdida de sus personajes, todos ellos vulnerables, dolidos, al borde del límite. Es una cinta intensa, con aspiraciones de no ser un mero entretenimiento, que no pretende ser sencilla. Es una película que busca, y desde luego al menos conmigo lo consigue, dejar poso. 

Se agradece mucho que se trate a los espectadores como personas adultas, como seres maduros capaces de hacerse su composición de la trama, de completar aquellos puntos que no queden explicitados, de poner las piezas que faltan en el rompecabezas emocional del filme. Y en Un otoño sin Berlín, en efecto, ocurre justo esto. No es algo demasiado común en el cine, donde con más frecuencia de la deseada se le da todo machacado al espectador. Que no deba completar nada. Que no deba poner nada de su parte. Que no aprecia que se es exigente con él. Aquí es todo lo contrario. Y es algo muy positivo que habla bien del talento de la directora y, por supuesto, de las sensaciones interpretaciones del reparto, sobre todo de una descomunal Irene Escolar, quien borda aquí su primer papel protagonista en el cine como todo lo que hace esta joven brillante. 

Escolar da vida a June, una joven que regresa a su pueblo tras una temporada en el extranjero. Poco más se conoce de su historia al comienzo de la película y sólo se irá desvelando a cuentagotas. Por eso no es oportuno contar más de lo debido. Se sabe que algo fracturó su vida anterior, que la obligó a escapar. Se aprecia que la relación con su aita (padre) no es la mejor posible. June intenta recomponer su relación con Diego (Tamar Novas), quien vive encerrado en su piso, donde hace meses que no sale, escribiendo relatos. Es una historia dura. Es la suya una relación tóxica, siempre al límite. El desgarro de las relaciones que duelen, de las parejas que se quieren pero se hacen daño, de quienes no se saben querer. O esa es, al menos, la interpretación que uno saca, pues, como digo, la cinta deja un amplio espacio a la interpretación del espectador. Puede quien vea en June a una luchadora que intenta recomponer los fragmentos rotos de su vida anterior regresando a casa o quien la vea más bien como alguien incapaz de ayudar a su novio y con dificultades para comunicarse con las personas que más quiere, que se marchó a las bravas, sin despedirse de nadie, sin tener contacto con nadie durante su ausencia, o casi. 

De esto, de cómo a veces cuesta comunicar lo que se siente con las personas que más queremos, también trata la película. De la lucha por encontrar sentido a la existencia. Es una historia de supervivencia, con June intentando recomponer su vida tras la ausencia forzada por un pasado doloroso. El impacto que para ella supone encontrarse todo patas arribas a su regreso, porque cuando huimos de los problemas estos jamás desaparecerán sin más a la vuelta de la escapada. La lucha de Diego, atrapado en casa, con fobias y miedos que le impiden llevar una vida normal. Esa idealización del amor, ese Berlín que es más que una ciudad, el paraíso perdido de la pareja, el lugar donde todo será posible, la utopía de una vida en común feliz. "-¿Cuánto tiempo podemos estar en Berlín con 4.000 euros? -El que nosotros queramos". "-Hay que viajar ligero. -Sí, pero hay que meter lo básico. -Lo básico somos nosotros dos". "-¿Has estado en Berlín? -No, a Berlín sólo voy contigo". La ciudad alemana no es una ciudad alemana, es un territorio donde la pareja proyecta un futuro distinto al presente gris, un lugar donde, esta vez sí, su relación podrá funcionar, donde dejarán de hacerse daño, donde empezarán a saberse querer. 

La portentosa Irene Escolar y el notable Tamar Novas en un papel nada sencillo están acompañados por otros personajes que completan el retablo de relaciones personales, de hilos que June quiere recomponer, volver a tejer a su vuelta. Su aita, Ramón Barea, parco en palabras, que le reprocha la forma en que se fue, pero que quiere a su hija. Su hermano, quizá junto a su amiga Anne, el único incondicional de June, siempre pendiente de ella, siempre preguntando aquello de "¿estás bien?", cuando por otra parte resulta bastante evidente que no. Un niño al que empieza a dar clases de francés y enseña bastante más cosas que este idioma. La dolida madre de Diego, sobre cuyo desencuentro con su hijo nada explícito se llega a decir en el filme, pero que sufre por la situación del joven, le hace compra, le lleva libros que le gustan, pero lleva meses sin verlo. Tal vez años. Es una historia humana, sensible, intensa. Una mirad,a la de Lara Izagirre, que no deja indiferente, que aspira a remover al espectador. Con un Otoño sin Berlín se estrena a lo grande. Es una cinta, claro, con imperfecciones, pero estas quedan muy atenuadas al lado de sus indudables fortalezas. La inteligencia, el acierto de tratar al espectador como alguien maduro, la intensidad dramática de la historia narrada, la forma sutil de contarla. Y, por supuesto, Irene Escolar

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