Un escándalo muy dañino

Como aficionado al ciclismo, cuando se conoce un caso de dopaje (cada vez menos frecuentes) me afecta por partida doble. Uno, porque me siento engañado. Por el dolor de descubrir que alguien con quien has disfrutado, a quien has animado, con cuyo esfuerzo has vibrado, ha hecho trampas. Dos, porque ese escándalo alimentará la injusta generalización de quienes asocian automáticamente ciclismo con dopaje, como si todos los corredores engañaran y como si el deporte de la bicicleta fuera el que más problemas de dopaje tiene, cuando en realidad es, de largo, el que más combate esta lacra. Con la noticia de los posibles fraudes en las subvenciones púbicas al cine español, adelantada el lunes por El País, me ocurre lo mismo que en los casos de dopaje en el ciclismo, me duele por el hecho en sí, gravísimo, y también por la utilización perversa que interesadamente se hará de la información por parte de quienes no dejan pasar la ocasión para manifestar su desprecio al cine español. 

Según esta información, la Justicia investiga posible engaño en las cifras de taquilla y espectadores de 42 películas. Las ayudas públicas obtenidas gracias a estos engaños podrían ascender a los 1,5 millones de euros. Es una información muy grave. Entre los imputados por este caso se encuentra el expresidente de la Academia del Cine, Enrique González Macho, un símbolo de la industria cinematográfica en España, quien ha negado categóricamente su implicación en este fraude. El sistema de ayudas al cine vigente hasta ahora, que va a cambiar en breve, es perverso (con lo cual, como es obvio, no estoy justificando el presunto fraude), pues hace depender de la taquilla y el número de espectadores (se debe llegar al menos a 60,000 espectadores, o 30.000 si es en lengua no castellana) las subvenciones. Y, en cuestión de creaciones artísticas, que las ayudas públicas dependan de números es preocupante. Porque, como es lógico, bajo ese sistema sólo se darían subvenciones a cintas con éxito en la taquilla, lo que sería tanto como decir que sólo vale la pena producir taquillazos. Como si no existieran tantísimas creaciones que pasan sin pena ni gloria por las salas a pesar de su brillantez, o tal vez precisamente por ellas. Como si una elevada taquilla fuera sinónimo de calidad. 

Como digo, la noticia es grave. Por mucho que se barruntara, por mucho que, en el fondo, todo el mundo en el cine compartiera  desde hace muchos años suspicacias sobre datos de taquilla falseados para llegar a la cifra justa a partir de la cual se podían recibir subvenciones,por mucho que el sistema sea perverso, la información no pierde un ápice de gravedad. Es dinero público. Y cada céntimo de dinero que procede de los impuestos de todos los españoles debe estar controlado. No es de recibo que se engañe a la Administración, por mucho que esta muestre un sistemático desprecio a la cultura. No va de eso. Es un delito. Y una noticia gravísima porque puede causar un daño enorme en la imagen del cine español, tan vapuleado por ciertos sectores de la sociedad y de la opinión pública. Urge que se aclare este escándalo y que los responsables paguen por ello. 

No soy un defensor del cine español. Soy amante del buen cine. Siempre he defendido que las películas no tienen nacionalidades. Sólo hay dos tipos de cintas, las buenas y las malas. Poco importa la nacionalidad de su directores, de dónde procedan sus actores, en qué lugar ha sido rodada o en qué idioma. Me gusta el buen cine. Punto. Precisamente por eso me rebelo contra esos prejuicios tan injustos y desfasados que defienden que el cine español, así, en su conjunto, como si todas las películas producidas en España fueran iguales, no vale nada, que es de baja calidad, que son todos una panda de paniaguados que viven de las subvenciones públicas... En España hay películas buenas, malas y regulares. Exactamente igual que en el resto del mundo. Pero me duele que personas que llevan sin ver cintas españolas muchos años se expresen sin el menor pudor y con rotundidad sobre el cine español. Que si siempre se habla de la guerra civil (no recuerdo cuál fue la última película sobre la contienda que he visto, sí sé que hace mucho tiempo). Que si los desnudos. Que si todas las películas tratan de lo mismo. Que si las interpretaciones son pobres. Que si el sonido... Sencillamente es falso. 

En parte, esta oposición furibunda de muchas personas al cine español tiene que ver, como todo en este bendito país, con la política. Se asocia a los actores con la izquierda, así que desde cierta derecha se les niega el pan y la sal. Así de pobre es el debate público en España. Ya saben, la gala de los Goya en la que tantas personas del mundo del cine compartieron con el 90% de la población española su oposición a la guerra de Irak. Las manifestaciones públicas contra el actual gobierno o a favor de distintas causas. Esa idea de que, como los actores son ricos gracias al dinero que le da el Estado (lo cual es de nuevo falso y una generalización absurda) no tienen derecho a compartir sus ideas. Como si la libertad de expresión no pudiera ir con ellos. Lo cierto es que en España se hacen muy buenas películas y hay mucho talento. Se debe proteger y cuidar, exactamente igual que hacen en la mayoría de los países de nuestro entorno, donde sí entienden que el cine, la literatura, la música, el teatro, son bienes a preservar. Y hablamos de cultura. De arte. De algo que no va de nacionalidades ni posiciones políticas. 

Este grupo, nutrido sin duda, de personas que no dejan pasar ninguna ocasión para echarse a la yugular del cine español, así, en general, sin matices de ninguna clase, verá ahora el cielo abierto con el escándalo de las subvenciones públicas. Y por eso me apena tanto este escándalo. No es sólo que hablemos de engaños a la Administración, un delito gravísimo que debe ser perseguido. Es que además esto dará alas a quienes, desde la ignorancia y la ceguera sectaria, desprecian todo lo que huela a cine español, esa farándula que vive de las subvenciones, ese rojerío sin talnto. Por eso el escándalo es tan dañino. Por eso puede ser una de las peores noticias para la industria del cine en España de los últimos años. Y, sin embargo, este escándalo, que insisto por cuarta o quinta vez para que quede claro, debe acabar con todos los culpables rindiendo cuentas ante la Justicia, como es obvio, no cambia nada. Sigue siendo escandaloso el desprecio a la cultura del gobierno. Continúa siendo un error el 21% del IVA. Se sigue necesitando un nuevo sistema de financiación al cine más justo y no tan perverso como este, que hacía depender del número de espectadores las ayudas, condenando así al cine independiente. Ahora está cerca de aprobarse un nuevo sistema en el que las subvenciones no serán a posteriori, lo que reducirá la dependencia de la financiación bancaria de las producciones. En otros países de la UE, Francia es un buen ejemplo, se tiene claro que el cine es un bien cultural a preservar. Aquí seguimos en el politiqueo, en el vuelo bajo, en la ignorancia, porque no otra cosa es minusvalorar el cine, igual que se hace con el resto de representaciones culturales. 

Hablar del cine español en 2015 debería ser hablar del éxito de taquilla de Ocho apellidos catalanes, de la brillantez de Truman, la última cinta de Cesc Gay en la que deslumbran Ricardo Darín y Javier Cámara, donde se plantea una hermosa historia sobre la amistad, la muerte y lo que vale la pena de la vida. Del siempre libérrimo Álex de la Iglesia que ha recuperado para el cine a Raphael en Mi gran noche. Del salto a la dirección de Javier Gúzman, con la notable A cambio de nada, o de  la también actriz Leticia Dolera con Requisitos para ser una persona normal. Del próximo estreno de Palmeras en la nieve. De Bárcenas, la cinta sobre el interrogatorio del juez Ruz al extesorero del PP, que parte de una obra de teatro. De la comedia Los miércoles no existen, que también procede del teatro, De Regresión, la última cinta de Alejandro Amenábar. De la tierna e inteligente Un otoño sin Berlín, ópera prima de Lara Izagirre. 

Lo vuelvo a decir, no estoy defendiendo que no se persiga el presunto fraude a las ayudas públicas al cine. Como es lógico. Al igual que cuando surge un escándalo de dopaje en el ciclismo, deporte que adoro, no estoy restando gravedad a las trampas de ese corredor por denunciar que se generalice. Lo que sí hago es pedir que la rama del árbol no nos impida ver el bosque. Que un caso como este, lamentable, imperdonable, del todo injustificable, no manche la buena imagen de todo el cine español, de una industria que da empleo a miles de personas, que aporta al Estado más de lo que recibe de él vía impuestos. Y a la que, además, no podemos juzgar por meros criterios económicos, porque la cultura está por encima, en otro plano. Y eso nunca lo han tenido del todo claro los gobernantes aquí. Y, tristemente, tampoco muchos ciudadanos. No vemos la literatura, el cine o la música como una riqueza que se debe cuidar y fomentar. Y es como una industria más, en el sentido de que se debe cumplir la ley, se han de seguir los requisitos, en este caso, para recibir subvenciones. Pero es algo más que una simple industria. No produce peines, siendo estos muy necesarios. Apela a las emociones, a los sentimientos, al cerebro, al alma. Lo prosaico también afecta a la industria cinematográfica, claro, pero su valor está por encima. 

Se necesita una nueva ley del cine en la que todos los actores implicados crean en lo que hacen, en la que el Estado ayude al cine no por ser caritativa o con la nariz tapada, sino porque entienda que es  un baluarte de eso que se llama ahora Marca España. Por eso es importante reclamar ahora que no se utilice este escándalo como posición de fuerza para imponer propuestas ante una industria oportunamente desprestigiada. Porque el momento en el que se ha conocido esta noticia, en mitad de las negociaciones entre Cultura y la industria sobre el nuevo modelo de financiación, lleva a muchos a sospechar. Que no se tenga la tentación de confundir un caso puntual inaceptable pero puntual, con el todo, con el bien a proteger y fomentar, que es el cine, la cultura. Que se apueste por el cine que rompe taquillas, pero también por el independiente, por el de pocos espectadores y mucho talento. Porque la robustez de ese invento que llaman cine español, sin saber aún muy bien qué es eso, depende de su pluralidad, de su diversidad, de su riqueza. Porque es importante que se dé la oportunidad a jóvenes cineastas que, de otro modo, sin ninguna ayuda pública, no podrían plasmar sus ideas, hurtándonos a nosotros de su talento. Seguimos necesitando historias que nos conmuevan en la pantalla, que nos hagan reír, llorar, pensar. El cine sigue siendo necesario y el cine español, sea lo que sea lo que esto signifique, nos sigue regalando grandes obras que merecen ser protegidas y están muy por encima de los presuntos delitos que ahora, razonablemente, se investigan. 

Comentarios