Triste e injusta Europa

Viktor Orban, xenófobo primer ministro húngaro, asistió ayer junto a otros líderes al congreso del Partido Popular Europeo, donde además de apoyar a Rajoy ("has cogido el toro por los cuernos", le dijo Merkel, en alemán), se aplaudió la intervención racista de este personaje. Sería un inmenso error centrar el drama de los refugiados, la crítica a la incompetencia de la Unión Europa para atender de forma digna a estas personas, en este tipo que practica un discurso del odio, de las esencias de Occidente, al modo del cardenal Cañizares, para defender que se expulse a estas personas y se les devuelva a sus países de origen, desconocedor (o más bien, no) de que allí hay guerras, que es de lo que huyen, naturalmente. 

No es sólo un problema de que los húngaros hayan elegido como primer ministro a un ser racista hasta el vómito. Ojalá fuera sólo cuestión de que este tipo ha decidido poner una valla en la frontera de Hungría, lo que obliga a los asilados a cambiar su ruta por Europa rumbo a Alemania. Lo que está ocurriendo en Europa es mucho más grave que la existencia de un político ultra que suelta por su boca proclamas xenófobas en cuanto se le presenta la ocasión. Pero sí es uno de los síntomas de esta decadencia triste, lamentable, espantosa, de Europa. De este proyecto apasionante, de unión, ilusionante, que se ha convertido en una burocracia inoperante, en una máquina de imponer una única política económica y, ahora, en una negación de los principios básicos, como el respeto a los Derechos Humanos, que en teoría están en su base

Lo más preocupante de esta crisis de los refugiados son las muertes de hombres, mujeres y niños (sí, siguen muriendo niños, aunque ya sus fotos no abran periódicos ni impacten como la imagen de Aylan). La injusticia. El trato atroz que los gobiernos de algunos países, como Hungría, dispensan a estas personas que huyen de la guerra y la incapacidad del resto de ejecutivos comunitarios para poner en marcha ese plan de reparto de refugiados, esa atención digna con la que, en teoría, casi toda Europa se comprometió. ¿Qué sentido tiene permitir que miles de personas deambulen en condiciones penosas por media Europa si se les va a dar asilo, porque además obligados están los países a ello por el Derecho internacional? Las imágenes de estas pobres personas, familias enteras, caminando entre el barro, ateridos por el frío, cruzando la frontera con Eslovenia escoltados por militares a caballo, como si fueran presos políticos o peligrosos delincuentes. Esos niños que, a pesar de su caminata interminable, sonríen, juegan con los policías, como si algo dentro de ellos se resistiera a renunciar a la inocencia propia de su edad. 

Todos tenemos responsabilidad en este drama. Todos. Por supuesto, los gobernantes que, como Orban, juegan a ganar votos con un discurso del odio infectado de xenofobia. Ayer dijo en el Congreso del PP Europeo, y fue aplaudido, lindezas como que "nuestro objetivo no puede ser darles una vida europea" o que "tenemos que ser valientes, dejar de lado lo políticamente correcto y hablar de nuestro continente sin hipocresía". Ahora los Derechos Humanos se deben de llamar "políticamente correcto". El derecho de asilo, al que todos los países de la UE están obligados, insisto, por el Derecho internacional, es a los ojos de Orban algo hipócrita. Por cierto, no sé muy bien qué aplaudían Merkel, Rajoy y otros líderes europeos en este repugnante discurso del primer ministro húngaro, pero no estaría mal que entre las fanfarrias electoralistas de la recuperación, el presidente español encontrará un hueco para explicar si está de acuerdo con las palabras de su colega húngaro. En opinión de Orban, la izquierda quiere una Europa sin religión y sin fronteras y que pretende importar votantes. Igual Rajoy está de acuerdo con este panfleto racista. Convendría que lo aclarara. 

Pero, insisto, el problema es mucho más profundo. Responsabilidad tienen los gobernantes racistas, pero también los que no lo son y no se ponen como prioridad dar una atención digna a los refugiados. A qué esperamos para poner en marcha ese plan de reparto de refugiados, por qué permitir que continúe este triste deambular de personas por media Europa. La Comisión Europea, promotora de este acuerdo, también debería actuar. Y por supuesto los países que se comprometieron a aportar dinero para cooperación con los países de origen de los refugiados y que no han puesto ni un céntimo de euro, que son la mayoría (España ha puesto algunas migajas, al menos). Responsabilidad tienen también los ciudadanos europeos, muchos más de los que nos gustaría reconocer, que albergan sentimientos racistas, de odio al diferente. En Alemania se enseñorea por las calles Pegida, una formación xenófoba, de extrema derecha, que ataca a Merkel por defender dar cabida a los refugiados. Ayer se desmanteló un grupo que pretendía atentar contra centros de refugiados, ataques que son cada vez más habituales en Alemania. Sacerdotes como el señor Cañizares que siembran el odio. 

Y también tiene (tenemos) responsabilidad en lo que sucede, sí, esa inmensa mayoría que acude (acudimos) en silencio al triste e injusto espectáculo de miles de personas que llegan a Europa clamando nuestra ayuda. Da pena esta Europa que pierde sus principios, que son los del respeto a los Derechos Humanos y la solidaridad, no los que burdamente pretende presentar Orban, la religión católica y pamplinas similares, como si la propia religión católica (y todas las demás) no predicaran que se debe tratar por igual a todas las personas, sin preguntarles por sus creencias o su origen. De tantos líderes que pretender conservar lo que ellos consideran la pureza europea, este proyecto común que en su día tanto ilusionó se está derrumbando con cada muerte de niños en nuestras costas, con cada familia que camina sin descanso entre miradas de odio o indiferencia. Triste e injusta Europa. 

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