Postales de Viena

Lo primero que asombra al visitante al llegar a Viena es su tranquilidad, su ritmo pausado, su silencio. Hasta hacer sonar los cláxones de los coches está prohibido en la majestuosa y señorial capital de Austria. Para describir esa calma de Viena existe incluso un término en alemán, según leí en el hotel en la interesante revista Metropole, pensada para relatar cada mes lo más destacado que acontece en la ciudad. Este término es Gemütlichkeit, que significa algo así como tranquilidad o comodidad. Y, en efecto, rezuma Gemütlichkeit la ciudad de Viena, lugar que invita a paseos tranquilos, a tardes de cafeterías, a disfrutar la vida con calma, sin prisas. El estrés, los atascos, el ritmo apresurado de las grandes ciudades no tiene cabida en Viena. Quizá uno de los rincones donde más clara queda esa esencia de la ciudad austriaca es en el parque Stadpark, famoso porque en él reluce una dorada escultura dedicada a Johan Strauss.

La capital austriaca es una de esas ciudades en las que a las tarjetas desplegables de 100 postales les falta espacio para recoger todos los palacios de la Avenida del anillo, calle semicircular que circunda el centro de la ciudad y recorre el espacio que ocupaba antiguamente una muralla. La decisión del emperador Francisco José de derribar la muralla en 1857 y construir una amplia avenida donde situar los más lustrosos edificios de la ciudad, a la imagen de la monumental París, definió el rasgo más característico de Viena hasta nuestros días, el hecho de que en ese anillo se concentren cientos (sí, cientos) de palacios. Una ciudad para ir mirando hacia arriba, a las fachadas, vigilando de reojo el paso del tranvía, que tiene preferencia. La avenida del anillo se inauguró hace 150 años.

Viena es, sobre todo, una ciudad musical que todos tenemos asociada al celebérrimo concierto de Año Nuevo de su Filarmónica. Por las calles de la ciudad austriaca pasearon grandes compositores, allí vivieron y en ella inspiraron algunas de sus más reconocidas obras. En Viena, por ejemplo, vivió Wolfang Amadeus Mozart después de ser expulsado de su lugar de residencia en Salzburgo por su vida algo disoluta. Llegó el gran compositor a la capital austriaca en 1781 y recibió allí el cariño de los vieneses. Residió en la orden teutona, cerca de la catedral de la ciudad, También murió en Viena, a unas manzanas de su primera residencia.

La música y Viena son sinónimos, dos caras de la misma moneda. Por eso, la construcción de un majestuoso edificio que albergara la Ópera de la ciudad fue una de las prioridades del emperador Francisco José. Estrenada en 1869. fue el primer gran edificio de la Avenida del Anillo. Ninguno de sus dos creadores vivió para asistir a la inauguración. En aquella época, su mezcla ecléctica de estilos fue muy criticada, tanto que uno de los dos arquitectos se suicidó incapaz de soportar la presión y otro murió de un infarto un par de meses después. Sin embargo, hoy el edificio de la Ópera de Viena es uno de los símbolos de la ciudad. Cada día hay función, siempre diferente a la de la sesión anterior. Por eso, trabajan a diario en ella 380 operarios. Cuando visitamos el patio de butacas, estaban organizando y probando el escenario, que cuenta con 1.750 metros cuadrados. Los bombardeos de la II Guerra Mundial dañaron el edificio, del que sólo se conservó la parte más próxima a la fachada principal. Fue restaurada, lo que fomentó aún más esa mezcla de estilos. En una de las salas, por ejemplo, lucen dos imponentes cuadros cubistas.

La música clásica es algo más que una religión en Viena. Por eso y porque, sin entender de esta disciplina, uno observa cada año con veneración el concierto de Año Nuevo de la Filarmónica de la capital austriaca, asistir a un concierto en esa ciudad es una experiencia inolvidable. Disfrutamos de hora y media de concierto en una sala del Palacio imperial de invierno. Además de composiciones de Mozart y Strauss, entre otros, gozamos con fragmentos de óperas como La flauta mágica, con la aparición en el escenario de dos sopranos, un bajo y un barítono. Uno regresa de Viena embriagado por la experiencia de aquel concierto, por el espléndido edificio de la Ópera, por el respeto que se tiene a la música. En definitiva, con ganas de escuchar música clásica, de asistir a conciertos, de disfrutar de las armoniosas composiciones. El concierto incluyó como propina fuera de programa, claro, la Marcha Radetzky, de Johan Strauss padre, en honor al mariscal homónimo, igual que en el Concierto de Año Nuevo.

Viena es, por encima de todo, la ciudad de la música. Pero también es la de los palacios. Se cuentan por centenares en la Avenida del Anillo. Majestuoso el Palacio de invierno,  en especial su plaza de los hérores, en una de cuyas salas disfrutamos del concierto de música clásica, y espectacular el de verano, Schömbrunn (fuente bonita). Fue un palacio austero, se pretendía que su extensión, ya de por sí amplia, fuera aún mayor, pues estaba inspirado en el palacio de Versalles. Pero aun así, impone el lujo de sus salas y la belleza de los jardines que lo rodean. Un tercer palacio imperial es el de Belvedere, de la bella vista, que ordenó construir Eugenio de Saboya, militar galo que sirvió a Austria tras ser despreciado en su país y que alcanzó grandes cotas de poder, sólo por debajo del del emperador Leopoldo, en su victoria frente a los turcos. En ese palacio proclamó el gobierno austriaco el final de la ocupación de los aliados tras la II Guerra Mundial en 1955 tras firmar el país un tratado en el que se comprometía a permanecer neutral ante cualquier eventual guerra futura.


En el palacio de verano se pueden ver retratos de distintos emperadores y monarcas del pasado. Uno de ellos, el archiduque Carlos de Austria. Él intentó hacer valor sus derechos al trono de España tras la muerte sin descendencia de Carlos II, lo que dio lugar a la Guerra de Sucesión española (que falsamente intentan los independentistas catalanes presentar como guerra de Secesión) entre los partidarios del borbón Felipe de Anjou, quien finalmente accedió al trono, y de Carlos de Austria, que fue Carlos IV del Sacro Imperio Romano Germánico. Los años que pasó en España dejaron huella en Carlos. A su regreso a Viena mandó construir la Escuela Española de Equitación, que existe todavía hoy y conserva su prestigio. También trajo consigo a un séquito de confianza de españoles, lo que dio un lugar a un dicho similar al que empleamos aquí en España al decir aquello de "me suena a chino". Así, "suena a español" sigue siendo empleado en Austria, por esa llegada de consejeros españoles que no entendían nada de alemán y a quienes los miembros de la corte del archiduque tampoco comprendían.

Dentro de la Avenida del Anillo destacan otros edificios como el Museo Albertina (al que dan nombre el duque Alberto y su esposa María Cristina) o dos edificios simétricos enfrentados en la plaza de la emperatriz María Teresa que acogen, respectivamente, el museo de ciencias naturales y una pinacoteca. La catedral de san Esteban es otro de los lugares de la ciudad de visita obligada. En permanente remodelación por la piedra con la que está construida su fachada, el templo tiene multitud de guiños masones pues su constructor, Anton Pilgram, pertenecía a esa orden. Entre esos detalles hay símbolos fálicos en la fachada de la catedral o una de Cristo con una rodilla descubierta. También aparece el propio autor de la catedral, asomándose a una ventaja en el formidable púlpito de entrada al templo. La catedral fue reconstruida tras sufrir bombardeos durante la II Guerra Mundial. La iglesia de San Francisco, de estilo renacentista, o la de San Pedro, imponente, son dos de los muchos templos religiosos de la ciudad. El Ayuntamiento y el Parlamento, de inspiración helena, también relucen entre tan asombrosa sucesión de monumentales edificios en la avenida central de la capital austriaca.

Fuera de la Avenida del Anillo hay otros muchos puntos de interés en Viena como la zona frente al Danubio que acoge, por su ventajosa política fiscal, a sedes de grandes multinacionales y, por esa posición neutral adquirida tras la II Guerra Mundial, a algunos organismos internacionales como la Organización Internacional de la Energía Atómica (pese a que Austria no consume energía nuclear y es autosuficiente con energías renovables como la eólica en un elevado porcentaje), la Organización de Países Exportadores de Petróleo o la sede de la ONU en Europa. El río Win, que da nombre a la ciudad y desemboca en las aguas del canal de Danubio, o el parque de Prater son otros lugares atractivos de la capital austriaca, que también cuenta con un barrio judío. En Viena, 80 sinagogas fueron destruidas durante la noche de los cristales rotos.

De la política actual en Viena me llamaron la atención dos aspectos, bien diferentes. El primero, que existe en la ciudad un asentado sistema de alquiler de viviendas públicas. Según nos explicó la guía local, se creó tras la II Guerra Mundial y los vieneses lo defienden como un derecho adquirido. Es inclso frecuente que vivan de alquiler en la ciudad y después tengan casa de veraneo en propiedad en otro lugar. La capital austriaca, donde salta a la vista que el nivel de vida es muy elevado, cuenta con una muy elevada tasa de ciudadanos que viven en estas viviendas públicas de alquiler en distintas modalidades. Una de ellas, el alquiler de por vida, que se puede dejar en herencia de padres a hijos por importes económicos. El otro aspecto político es que el último día que estuvimos en Viena, el domingo 11 de octubre, se celebraran elecciones municipales. Desde el final de la II Guerra Mundial gobierna en la ciudad el Partido Socialdemócrata, pero esta vez amenazaba su primacía un partido populista antiinmigración que incluso era líder en los sondeos. Finalmente, esta formación, que ha centrado su discurso en atacar a los refugiados e inmigrantes, cosechó un inquietante 30% de los apoyos, pero los socialdemócratas ganaron con un 39% de los votos. 

Por acabar con cuestiones más dulces, como escribí más arriba, Viena es una ciudad elegante de cafeterías lujosas donde degustar con calma exquisitas tartas. Hay muchas variedades y, en el tiempo que estuvimos en la ciudad, nos dio tiempo a probar varias. Entre ellas, la famosa tarta Sacher, que tomamos en la cafetería del hotel que da nombre a este dulce de chocolate y mermelada de albaricoque. Por cierto, su historia es bien peculiar. Inventó la receta de la tarta el repostero Franz Sacher. Su hijo, Eduard Sacher, conocía la receta, que desarrolló cuando fue aprendiz en al confitería Demel, también de Viena. Poco después, creó el hotel Sacher. Tras una disputa legal, la Justicia dictaminó que el hotel Sacher puede vender su tarta con el nombre de Original Sacher-Torte y la repostería Demel, como Eduard Sacher-Torte. Una buena tarta Sacher, con cualquiera de sus dos denominaciones, frente a las sosegadas y elegantes calles vienesas es una merienda exquisita, a la altura de una ciudad de ensueño. Un broche dulce a un viaje inolvidable que aquí he intentado recopilar estos últimos cuatro días. 

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