Postales de Praga

El lema de la bandera presidencial de la República Checa es "la verdad vence". La frase sirve para resumir la embriagadora impresión que causa de Praga en el visitante. Gana por su arrolladora belleza y por su excepcional ambiente. Cuesta concebir como real una ciudad tan monumental, hermosa y señorial. Vence la verdad, sí, pero más parece cuestión de magia, de juego visual, como el del teatro negro típico de este país tan cultural. Praga cautiva, enamora, vence por rendición absoluta, aplastante, sin la mejor resistencia posible. 

Las ciudades también tienen alma, una esencia difícil de describir que es o que finalmente termina por conquistar al viajero. Y esa esencia de Praga es asombrosa, cautivadora. Praga fascina por ser un inmenso museo al aire libre (con el puente de Carlos como principal exponente de esta belleza desbordada). La ciudad es en sí misma una gigantesca exposición de distintos estilos arquitectónicos y artísticos. No es ya que haya muchos monumentos en el centro de la ciudad (la ciudad vieja, una de las cuatro localidades que se fusionaron en 1784, junto al barrio del castillo, la ciudad pequeña y la ciudad nueva, que componen hoy la capital checa). Es más bien que cuesta encontrar algún edificio modesto, vulgar u ordinario en un paseo por sus animadas calles peatonales. Por mucho que uno se empeñe no encontrará ninguno que desentone. 

Praga fue conocida en su día como la ciudad de las 100 torres. Pero esa descripción quedó desfasada hace mucho. Cuenta ya con más del triple. Sólo en su centro histórico tiene 58 iglesias. 130 en toda la ciudad. El puente de Carlos, con sus imponentes estatuas de piedra arenisca que representan las figuras de distintos santos y escenas religiosas, es uno de los mayores símbolos de la ciudad y merece un paseo sosegado cruzado las aguas del río Moldava, que cruza la ciudad, para observar detenidamente cada escultura. Una de ellas está dedicada a san Juan Nepomuceno, de quien se dice que murió ahogado en las aguas del Moldava, donde el rey Wenceslao IV de Bohemia le ordenó lanzar por negarse a romper el secreto de confesión de la reína Sofía de Baviera, según la leyenda, o por ordenar a un abad sin permiso del monarca, según los historiadores. 

Junto al portentoso puente de Carlos, el otro monumento icónico de Praga es su reloj astronómico, que concentra a cientos de personas en cadas hora en punta para observar a las figuras animadas que asoman por las dos puertas en lo alto del impresionante conjunto, así como el cuadrante astronómico que indica la posición del sol y la luna y el calendario circulas con los meses. El reloj está situado en una fachada del ayuntamiento de la ciudad vieja, en una calle que desemboca en la sensacional plaza central de Praga, el punto más vivo de la ciudad, donde siempre hay músicos callejeros actuando. Y este aspecto, el formidable ambiente de la capital checa, la presencia permanente de artistas callejeros, los conciertos de música clásica cada tarde en sus iglesias, los pintores de caricaturas y retratos en el puente de Carlos, es quizá lo que hace de Praga una ciudad única. Ese alma del que hablábamos antes. Ese algo difícil de describir que enamora al visitante, lo que convierte a una ciudad preciosa, majestuosa y monumental en un lugar especial, diferente, donde uno desea perderse, donde el tiempo corre lento, que invita a celebrar la vida. 

Esa devoción por la cultura, ese admirable mimo que se aprecia a cualquier representación artística, se descubre también en la atención prestada a Kafka, escritor que cuenta con su museo a las orillas del río Moldava y con multitud de placas conmemorativas allí donde vivió. En el callejón de oro, un peculiar rincón de la ciudad del castillo, vivió el autor de La metamorfosis y allí escribió su obra de relatos Un médico rural, que se puede comprar en diferentes idiomas. Si de libros hablamos, también es muy recomendable entrar a echar un vistazo (que puede convertirse en un rato largo si se es amante de la literatura) en la librería Shakespeare, con obras sobre todo en inglés, pero también en francés, alemán o español. Es un templo de los libros. Con sus baldas de madera, su escalera de caracol, sus espacios de lectura. Un rincón precioso, cerca del museo de Kafka., que merece una visita. 

Una de las más memorables experiencias culturales que traemos de este viaje, que continuó por Budapest y Viena, como contaremos los próximos días, fue un concierto de música clásica en la iglesia de San Clemente. Un cuarteto de cuerda más una soprano que interpretaron obras de Vivaldi, Mozart, Bach y Händel, entre otros. La excepcional acústica del templo religioso y su apabullante belleza convierten este convirtieron de una hora en una vivencia inolvidable. El teatro de los estamentos, donde Mozart estrenó su ópera Don Giovanni es otro de los majestuosos templos de la ciudad checa. Otra representación cultural típica de Praga, que queda para la próxima visita porque no nos dio tiempo a presenciarla, es la del teatro negro, una modalidad artística muda que sirvió para esquivar la censura del régimen comunista que gobernó durante décadas Checoslovaquia tras el final de la II Guerra Mundial. 

A las ciudades les marca su historia y eso se observa con claridad en Praga. Al igual que las otras localidades que visitamos durante este viaje, la capital checa sufrió primero el terror nazi y más tarde el dominio dictatorial del régimen comunista. Por ejemplo, una plaza de la ciudad que durante la dictadura comunista se llamó Plaza del Ejército Rojo rinde homenaje en la actualidad a Jan Palach, el estudiante que se quemó a lo bonzo en protesta contra la execrable dictadura comunista durante la primavera de Praga, revuelta popular que fue reprimida con brutalidad por el régimen que gobernaba el país en 1969. El país tendría que esperar otros 20 años, hasta la revolución de terciopelo de noviembre de 1989, para liberarse de forma pacífica de la tiranía del partido comunista checoslovaco. 

El barrio judío, con su cementerio de lápidas apiladas, da cuenta de la otra ideología fanática y criminal que infectó Europa el siglo pasado de dolor, muerte, odio e intolerancia: el nazismo. Allí quiso Hitler establecer un museo de una raza,la judía, extinguida durante le Holocausto, hasta allí llegaba su locura y su antisemitismo. Impresiona caminar por el barrio judío de Praga, zona que recuerda los niveles de inhumanidad y fanatismo a los que es capaz de llegar el ser humano. La ciudad cuenta con seis sinagogas en este barrio que se llama Josefov, en homenaje al rey José II, que fue tolerante con la libertad de culto de esta comunidad religiosa. 


Pero Praga es más. Sí. Todavía más. Mucho más. La imponente catedral de San Vito con sus coloridas vidrieras y los escudos de los territorios que controlaron los Habsburgo, incluidos Castilla y Aragón. En esa catedral está enterrado Fernando, hermano del emperador Carlos I de España y V de Alemania. El resto de edificios en la ciudad del castillo como el Santuario de Loreto, al lado de la catedral, y las imponentes vistas de la ciudad desde su altura. La plaza de San Wenceslao, centro neurálgico de la ciudad nueva, con el majestuoso edificio del museo nacional al fondo de esta amplia avenida. La mezcla de estilos en sus calles, con edificios cubistas, renacentistas, modernistas, rococó. La lujosa Avenida de París, su milla de oro... 

Cuando se viaja, además de conocer los grandes monumentos de las ciudades que se conocen y, sobre todo, de callejearlas, hay otros dos aspectos que siempre se intenta escudriñar es el nivel de vida del país al que se viaja, el carácter de sus gentes, y también su gastronomía. Sobre el primer aspecto, República Checa, según nos explicó el guía, es el segundo país de la UE con menos tasa de paro y es una potencia en tecnología. Parecen los ciudadanos checos gente seria. Tienen fama de ariscos. No parece tanto eso, pero sí es cierto que cuesta verles sonreír. Son gente de fiar, nos contó el guía, un enamorado del pueblo checo que achaca a su dura historia (bajo dominios de tiránicas potencias ajenas durante buena parte de su existencia) ese carácter más frío, al menos, en apariencia

De la gastronomía, una palabra, tan impronunciable como fácil de aprender cuando se descubre el sabor al que está asociada: trdelnic (o trdelník). Tres días estuvimos en Praga y tres veces tomamos este postre, que es una masa cilíndrica enrollada en un pin cho de madera que da nombre precisamente a esta masa de harina aromatizada con canela. Es una bomba dulce. Una bomba deliciosa. Se puede tomar sola, y uno ya va bien servido, o también untada de chocolate o, ya venidos arriba del todo, relleno de helado. Pasear por las calles de Praga degustando un trdelnic es una de esas experiencias que se aproximan mucho a la felicidad. Un sabor y un olor que, al modo de la magdalena de Proust, servirá para recordar siempre (hasta la próxima visita) la impresionante y especial ciudad de Praga.

Mañana: Karlovy Vary y Budapest. 

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