Postales de Karlovy Vary y Bratislava

Karlovy Vary es la elegancia hecha ciudad. El emperador del Sacro Imperio Germánico Carlos IV, el mismo que ordenó la construcción del puente de Praga que lleva su nombre, ordenó levantar esta ciudad balneario en la región de Bohemia en 1350. Repleta de fuentes termales que alcanzan temperaturas superiores a los 70 grados centígrados y bañada por las aguas del río Tepla (que significa precisamente templado), esta ciudad es lujosa, exquisita, impecable. Como un inmenso escenario de cine, pero no de cartón piedra, sino auténtico. No parece una ciudad donde alguien viva. No se ven supermercados, ni farmacias, ni centros de salud. Es sólo un templo para el lujo, la elegancia y la belleza. Edificios hermosos, de colores pastel, mucha vegetación y agua por todas partes. También tiendas de productos de lujo. Un patio de recreo espléndido para personas acaudaladas que quieran tomar los baños y disfrutar mientras tanto de una experiencia lujosa. Los turistas con bolsillo más reducido, disfrutamos contemplando la belleza de esta ciudad balneario que regala probablemente varias de las estampas más hermosas de todo el viaje y que nos recuerda también que la República Checa es más que la imponente y viva ciudad de Praga. 

El recorrido por carretera de la capital checa hacia Karlovy Vary es, de hecho, el primer aliciente de la jornada, antes de disfrutar contemplando sus elegantes construcciones y sus fuentes termales. Un 48% de la superficie de República Checa son bosques y esa vegetación ofrece en este tiempo una explosión fastuosa de colores de otoño. Ocre, rojo, marrón, amarillo... Incontables colores propios de esta estación de hojas que caen y árboles que tiñen sus ramas. Sin duda, en primavera, con las plantas de los jardines floreciendo, Karlovy Vary debe resultar también encantadora, pero, rodeada como está de bosques, el otoño dibuja un escenario sin par en esta ciudad balneario que cada año acoge, entre otros eventos, un festival de cine. 


Al igual que ocurre en Praga, la historia también ha dejado sus huellas en Karlovy Vary. Desde su propia construcción por mandato del emperador Carlos IV hasta épocas más recientes. Así, la plaza del teatro se llamó de Lenin durante la época de la dictadura comunista en Checoslovaquia y, antes, desde allí lanzó un discurso inflamado y alocado Hitler después de anexionarse los Sudetes en la Conferencia de Munich de 1938, donde se reunieron Hitler, Mussolini, Chamberlain y Daladier. En esos pactos se acordó entregar a Alemania esta región de Checoslovaquia, donde la mayor parte de la población hablaba alemán. Inocentemente, los líderes británico y francés pensaron que con este pacto se calmarían las ansias expansionistas del dictador alemán. Donde hoy se levanta el lujoso hotel Bristol de Karlovy Vary había una sinagoga que fue destrozada en la noche de los cristales rotos, en 1938, en la que el odio del nazismo desencadenó ataques a centros de culto y comercios de la comunidad judía. Ahora sólo queda allí una placa conmemorativa de aquella ignominiosa noche de ira. En la ciudad se mantiene una escultura de Karl Marx, padre del comunismo, que visitó esta localidad en algunas ocasiones, pero se retiró hace tiempo una inmensa estatua dedicada a Lenin. 

Más atrás en el tiempo hay que remontarse para conocer otro rasgo histórico que hoy perfila parte de la ciudad, la visita que realizó el zar ruso Pedro el grande (1672-1725) a esta ciudad balneario. Desde entonces data la estrecha relación de Karlovy Vary con Rusia, una unión que llega hasta nuestros días por la sustancial comunidad rusa que vive o veranea en esta localidad, como demuestra el hecho de que en esta ciudad existe un consulado ruso. Como herencia de esa relación queda la iglesia ortodoxa, con sus cúpulas doradas, sus adornos azules y ese estilo tan poco frecuente en esta parte de Europa. También en su interior la iconografía y el estilo de decoración del templo religioso es bien distinto. Las relucientes cúpulas de la iglesia se observan con su pureza radiante a distancia. Es la más peculiar construcción de una ciudad donde sólo hay dos edificios que rompen con la grandiosidad de Karlovy Vary: una mole de hormigón que es hoy un hotel y fue en su día un edificio oficial en la época comunista y otra fachada de estilo cubista que, si bien en otro lugar atraería, aquí desentona. 

Además de las fachadas, que ofrecen el majestuoso conjunto a la ciudad, entre los encantos de Karlovy Vary ocupan también un lugar destacado sus columnatas. Una de ellas, la del molino, está inspirada en los templos griegos. También cuenta esta ciudad balneario con una columna de la peste, esculturas que alzaban las ciudades en agradecimiento por haber superado esta enfermedad o, como fue el caso de Karlovy Vary, directamente por no haber sufrido su paso. Esta ciudad es armoniosa, elegante, esbelta, de insultante belleza. También es ciudad de compras, para quien le guste. Sobre todo, de obleas (muy ricas las de chocolate), joyería, limas de esmlate o cristal de Bohemia. 

Tras esta ciudad balneario visitamos Bratislava, hoy capital eslovaca, que hasta 1993 era una ciudad de Checoslovaquia, al igual que Praga y Karlovy Vary. En esa fecha, la República Checa y Eslovaquia se separaron. Fue una separación amistosa, sin rasgos de nacionalismos ni odios identitarios. La primera comunidad extranjera hoy en Eslovaquia es la checa y también sucede así a la inversa. No quedan recelos entre ambos países y sí la idea de que esa separación fue pacífica y más promovida por los políticos que ansiada por la población. Tampoco se arrepienten de ella en ninguno de los lados de la frontera. En la República Checa se mantiene su propia moneda, la corona checa, y en Eslovaquia se adoptó el euro. No hay grandes diferencias económicas entre ambos países. Cada uno tiene su propio idioma, aunque son muy parecidos. 

De camino a Budapest, pudimos pasar unas horas en Bratislava en una jornada intensa (desayunamos, comimos y cenamos en tres países diferentes ese día), pero bien aprovechada. Antes de llegar a la capital eslovaca, pasamos de largo por Brno, conocido por su gran premio de motociclismo y porque es la mayor ciudad industrial de la República Checa. También vislumbramos los campos donde se llevó a cabo la relevante batalla de Austerlitz, conocida como la batalla de los tres emperadores, pues ahí se enfrentaron las tropas de Napoleón, que resultan victoriosas, a las del zar ruso Alejandro I y el emperador Francisco II del Sacro Imperio Romano Germánico en 1805


Poco más de una hora después de cruzar la frontera, llegamos a Bratislava, por la que pasa el Danubio, aunque no en la parte céntrica de la ciudad, es una localidad tranquila y con buen ambiente. Animada debe de ser, puesto que es la ciudad más joven de Europa: un 65% de su población tiene menos de 35 años. Es frecuente encontrarse con músicos callejeros en sus calles peatonales, donde también llaman la atención las distintas esculturas dedicadas a personas anónimas de la ciudad como "el mirón" y no a políticos, militares u hombres de Estado. También tiene su catedral, un castillo conocido como "la mesa dada la vuelta", por su forma geométrica y un precioso edificio de la ópera que desemboca en una amplia avenida peatonal. 

En Bratislava vimos por primera vez el Danubio, el segundo río más largo de Europa, que inspiró el Danubio Azul, quizá la composición musical más famosa y reconocida de Johann Satruss hijo. El río está a las afueras de la ciudad, lo que hurta a la capital eslovaca del impagable espectáculo de contemplar sus más representativos edificios a ambas orillas del Danubio como sucede en Budapest, unión precisamente de dos ciudades (Buda y Pest) separadas, o entrelazadas, según se vea, por el río. De eso hablaremos mañana. El Danubio queda, pues, cerca del centro de Bratislava, pero no plenamente integrado en la ciudad. Del Danubio Azul nos contaron dos anécdotas o leyendas curiosas. La primera, aquella de que en realidad sólo lo ven azul quienes están enamorados y otra según la cual Strauss la compuso estando azul o tras haberse puesto azul. Igual que en España decimos ponerse morado a darse un homenaje gastronómico, allí existe el dicho de ponerse azul cuando se va la mano con el alcohol. De ahí que lo viera de ese color. 

Mañana: Budapest. 

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