Tradiciones salvajes

"Van a ver a un animal tan bueno como hostigado, que lidia con dos docenas de fieras disfrazadas de hombres, unas a pie y otras a caballo, que se van a disputar el honor de ver volar sus tripas por el viento a la faz de un pueblo que tan bien sabe apreciar este heroísmo mercenario. Allí parece que todos acuden orgullosos de manifestar que no tienen entrañas, y que su recreo es pasear sus ojos en sangre, y ríen y aplauden al ver los destrozos". Bien podrían ser estas frases el fragmento de una crónica del repugnante torneo, que así lo llaman, del Toro de la Vega de Tordesillas. Pero no. Es una pequeña parte de un artículo escrito por Larra en 1828 sobre las corridas de toros en Madrid. Entraremos encantados de entrar en este jardín de lo que se conoce como fiesta de los toros unos párrafos más abajo, pero hablemos antes de los argumentos zoquetes que defienden quienes argumentan que esta tradición ("cultural", se animó incluso a calificarla ayer el ministro de Justicia) se lleva celebrando (por decir algo) cinco siglos y que ahora no va a venir ningún animalista a impedirla

Llama la atención que el primer argumento que emplean los defensores de esta sangrienta y macabra fiesta en torno a la agonía de un animal sea su antigüedad. Como si el hecho de que algo se haga exactamente igual que hace 500 años lo blindara del paso del tiempo, del avance (desigual, vistas las actitudes borregas de algunos) de la humanidad. Más parece que si una práctica se mantiene desde hace cinco siglos, esta será extemporánea, una herencia rancia y brutal a exterminar del pasado. Igual les da un disgusto a los defensores de que se celebre esta "fiesta", pero casi nada se hace ya como hace 500 años. Ahora vamos a médicos, existen las vacunas, elegimos en elecciones a nuestros gobernantes... Son esas pequeñas desgracias del avance del tiempo. También era habitual hasta hace no tanto lanzar a cabras desde el campanario del pueblo. Esa "tradición" se ha extinguido, por muchos años que se llevara perpetrando. 

Por tanto, igual deberían revisar ese argumento. "Es que es algo de lo que ya disfrutaba mi tatarabuelo", decía ayer a la prensa (a la que hostigaron, por cierto, muchos habitantes de Tordesillas y trataron de impedir, incluso con agresiones, que hicieran su trabajo) un joven. Tal vez habría que recordar que su tatarabuelo no tenía agua corriente en su casa y por eso no anda él, queremos pensar, viviendo como hace un siglo. El derecho de pernada, aquel según el cual los señores feudales podían mantener relaciones sexuales con cualquier sierva, también es muy antiguo. Y el garrote vil. Y la Inquisición. Nadie anda reivindicando esas prácticas que, precisamente por venir de lejos, observamos como actividades atávicas y despreciables desde nuestra civilización. No, por mucho que se empeñen, el hecho de que esta tradición se mantenga desde hace siglos no la hace menos odiosa ni macabra. 

Cuando el argumento de la historia, el más manido entre quienes ven una fiesta a preservar el maltrato a un toro hasta que muere lanceado por un macho alfa que pasa a ser el gran héroe del pueblo, se desgasta, pasan a otros. Por ejemplo, ese de que también se mata a las gallinas y a los cerdos y no por eso dejamos de comer jamón. Está bien que nos recuerden nuestras contradicciones a quienes nos mostramos defensores de los animales pero aún así comemos carne. Se lo agradecemos de verdad. Sucede, en todo caso, que nadie hace un espectáculo público de la tortura de una gallina o un cerdo. No se reúnen masas de personas que jalean al matarife ni acuden personas ávidas de ver sangre y maltrato animal a las granjas. Así que no parece del todo comparable. 

Más argumentos. "Al que no le guste,que no mire". Tampoco vale este falaz argumento. Porque, si lo estiramos, cualquiera podría ir por la calle disparando a perros y si alguien, espantado, le afeara su comportamiento al maltratador le bastaría con decir "si no te gusta, no mires, respeta mi libertad". No sé dónde está recogido el derecho a ser sádico con un animal, a disfrutar matando a un toro. La libertad a torturar a animales, a organizar fiestas en torno a su muerte, es una libertad mal entendida. También se suele decir que parece que hablamos del todo como si fuera una persona. Que los derechos son los de los seres humanos y no de los animales. Sí y no. Un animal no es una persona, de acuerdo, pero eso no nos da derecho a torturarlo. Los instintos bajos que despierta en quien se pone como reto matar a un toro clavándole una lanza no me parecen muy recomendables para una sociedad civilizada. No veo el beneficio en alimentar estos instintos alarmantes. Quien actúa así con un animal, a quien no sólo no le importa quitar la vida a un astado que se desangra delante de él, sino que parece disfrutar de aquello ("es lo más grande que he hecho en mi vida, dijo el pobre infeliz que mató ayer al toro en la vega de Tordesillas), es alguien poco de fiar. No me parece buena persona alguien a quien le llena maltratar a un animal. No iré tan lejos como para decir que quien puede hacerle eso a un animal también es capaz de hacérselo a una persona, pero el hecho es que parece disfrutar arrebatando una vida. 

No es propio de una sociedad avanzada del siglo XXI, si es que queremos serlo, que existan fiestas centradas en la agonía de un animal. No lo es. Y en España cualquier ley de protección a los animales choca con que una forma muy antigua y ritual de torturar a un toro se conoce como "fiesta nacional". Supongo que alguien habrá en Tordesillas a quien le espante el Toro de la Vega, pero parece claro que ningún alcalde de esa ciudad defenderá la prohibición  de esta "fiesta" si sigue contando con el apoyo mayoritario del pueblo. Igual pasa en otras ciudades. Nadie prohibirá los toros en Madrid o Pamplona. Y se antoja complicado hallar diferencias entre el vil maltrato al toro en Tordesillas y las corridas donde, primero con banderillas, después con el picador y más tarde con la espada, se va torturando a un animal hasta la muerte, mientras se le burla para regocijo del público de la plaza. 

Y este mal, por cierto, no es exclusivo de España. Entre los argumentos esgrimidos por un joven asistente a la manifestación de la Diada para defender la independencia de Cataluña estaba que se no se sentía representado por la bárbara cultura española, simbolizada en los toros. Ni los toros son la cultura de España ni parece argumento para que quiera vivir en una Cataluña independiente, pues en esa región se prohibieron las corridas, pero no los bous al carrer, donde a los astados se les pone llamas en los cuernos, lo que les abrasa. Parece que las corridas son un maltrato animal españolista a extirpar de Cataluña, pero los bous al carrer son una forma de tortura animal catalana que se debe preservar

No es concebible que en pleno siglo XXI se siga celebrando como algo festivo la muerte de un animal. Y por mucho que se empeñen los taurinos, esto resulta difícilmente cuestionable.  Puede ser injusto que se ponga tanto el foco en Tordesillas cuando en tantos otros lugares hay tradicionales igualmente repugnantes. Pero es injusto, no porque no se merezcan los defensores del Toro de la Vega la crítica, sino porque, reduciendo todo el maltrato animal a este "festejo", nos olvidamos de los demás episodios nauseabundos que siguen perpetrándose en España. Acabamos como empezamos, con Larra. "Si bien los toros han perdido su primitiva nobleza; si bien antes eran una prueba de valor español, y ahora sólo lo son  de la barbarie y la ferocidad, también han enriquecido considerablemente estas fiestas una porción de medios que se han añadido para hacer sufrir más al animal y a los espectadores racionales". 

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