Cataluña, la campaña sin fin

Hoy se celebra la Diada de Cataluña, fiesta de todos los catalanes pero de la que se han apropiado desde hace años los independentistas. Este 11 de septiembre coincide con el comienzo oficial de la campaña para las elecciones autonómicas del día 27, si es que alguien puede distinguir el periodo de campaña del griterío sin fin en el que llevamos viviendo meses, años, a cuenta de la la independencia en Cataluña. No son unas elecciones más, eso está claro. Convergencia, ERC y otras formaciones y organizaciones soberanistas se han unido en la lista de Junts pel Sí, donde están todos los que defienden la independencia de Cataluña salvo las CUP, que se presentan por separado. Las encuestas le dan a la suma de esta lista única y las CUP mayoría absoluta, lo que para Artus Mas, cuarto de la lista de Junts pel Sí pero líder de hecho de esta formación, es suficiente para comenzar el proceso de desconexión de Cataluña de España. 

Sin ánimo de ofender a nadie, ahora que todo el mundo habla de sentimientos más que de argumentos razonados (sentirse catalán, sentirse catalán y español, sentirse europeo...) yo me siento cercano a los catalanes que están hartos del monotema del independentismo. Y estoy convencido de que es un porcentaje elevado de la sociedad catalana. Elevado y en auge. Veremos cuántas personas acuden a votar a las elecciones. Auguro una elevada abstención que, en parte, atribuiría sin duda a ese hartazgo de quienes quieren que se debata sobre cuestiones sociales, sobre educación y sanidad, por ejemplo, esos asuntillos menores que se están supeditando desde hace años a la independencia en el debate político catalán. La sociedad catalana parece divida en dos bloques, pero no nos olvidemos del tercero, de quienes están hastiados de este único tema que centra cada conversación, cada mitin político, cada acto de los partidos, cada programa de radio y televisión

Me cuesta comprender eso de sentirse de una nacionalidad concreta, esas ansias patriotas de tantos catalanes. No por español, sino por escéptico sobre banderas, patrioterismo barato y nacionalismo excluyente e infantil (si es que existe de otro tipo). Me cuesta y aun así lo respeto. Faltaría más. Si hay quien se siente catalán, quien considera que lo más importante de su vida es que en el DNI ponga nacionalidad catalana en lugar de española, hay que respetarlo. Sobre todo porque los sentimientos no se pueden imponer. Ese es el gran riesgo, la gran trampa, de todo nacionalismo (incluido el español). No se hablan de hechos concretos, ni de datos. Se habla de sentimientos. No se apela a las ideas o a la cabeza, sino a las vísceras y al corazón. No se trata de analizar detalladamente en qué puede mejorar Cataluña si es un Estado independiente, sino de apelar a sentimientos patrióticos. Se busca que se erice la piel al ver ondear una bandera estelada. Y que eso supla el debate sosegado de ideas. Allá cada cual. 

Quien prefiera anteponer la misión del independentismo a todo lo demás (incluida la urgencia de pedir explicaciones y responsabilidades por los escándalos de corrupción que salpican a Convergencia) es libre de actuar así. Y sin embargo cuesta entenderlo. Cuesta comprender que partidos de izquierdas se hayan abrazado a un partido derechista de la burguesía tradicional catalana, una formación conservadora, la que más ha recortado en Sanidad y a la que, además, no le caben ya más presuntos. ¿En qué se basan quienes tanto confían en Junts pel Sí para esperar que la nueva Cataluña independiente funcionará bien, que allí no meterán la mano en la caja sus líderes, si al frente de esta lista están políticos de un partido intoxicado como Convergencia? Desde fuera, sin esa paranoia colectiva sobre la independencia (cierto es que allí manipulan sus medios públicos como aquí hace el gobierno central, así que en eso andamos empatados), resulta imposible no pensar que esa nueva Cataluña no cambiaría sólo por el hecho de ser un Estado si al frente de ella sigue la misma clase política mediocre, manipuladora y presuntamente corrupta que la ha gobernado hasta ahora. 

Cómo pueden personas de izquierdas tragar con los escándalos de corrupción que salpican a Convergencia es algo que escapa al entendimiento razonable. Cómo pensar que eso conducirá a un nuevo Estado más aseado, más higiénico. Más razonable parece pensar que sería el mismo perro con distinto collar (dicho esto con respeto para todos, incluidos los perros). Cualquier proyecto político es legítimo, por supuesto, incluido el de la defensa de la independencia de Cataluña, por más que en esta Europa de cesión de competencias a la UE y menos poder de los Estados nacionales parezca tener poco sentido este movimiento. Pero no resulta tan comprensible que nada importen la corrupción y los recortes sociales de quienes lideran este proceso. Y tampoco se entienden las trampas y las mentiras de los independentistas. Trampa es decir que esto es un plebiscito, pero luego contar escaños y no votos, no vaya a ser que haya más personas que voten a formaciones no partidarias de la independencia. Es decir, Mas está dispuesto a seguir adelante con el procés aunque esa opción no gane en número de votos. Y contar mentiras es afirmar que Cataluña no saldrá de Europa, cuando nadie en la UE ha afirmado tal cosa y muchos líderes sí han dicho lo contrario, aunque por otra parte se pueda pensar que lo razonable pasados los años sería que sí entrara en el proyecto europeo.

Como hasta este punto del artículo sólo habrán llegado los contrarios a la independencia, toca hablar de los excesos de este otro lado. Que también los hay. Para empezar, se simplifica el movimiento soberanista en Cataluña. No es, por mucho que se empeñen en presentarlo así, la locura de un líder político mesiánico. Si así fuera, no habría el más mínimo problema. Lo relevante es que hay millones de personas detrás. Millones de catalanes que creen que les irá mejor en un Estado independiente. Opción política perfectamente legítima y respetable. Y en eso falla quien desprecia el independentismo reduciéndolo a una aventura de Mas y Junqueras. Eso es más sencillo que intentar comprender por qué tantos millones de personas quieren separarse de España, pero es falso.

Hay excesos verbales que en nada ayudan. Por ejemplo, el ministro Morenés afirmando que el ejército no tendrá que intervenir en Cataluña si todo el mundo actúa como debe. O políticos comparando al independentismo con el fascismo (podrá parecernos, que nos parece, una burda manipulación de la historia y un canto de sirenas anacrónico y populista, pero de ahí a hablar de fascismo hay un mundo). Dicen muchos catalanes que desde fuera de su región no se entiende lo que ocurre en Cataluña. Y tienen razón. Ni se entiende ni si ha hecho el menor interés por parte del Estado por entenderlo. Por eso, entre otras razones, hemos llegado a esta situación. Cualquier observador podría comprobar desde hace años cómo ha ido creciendo el apoyo al independentismo en Cataluña entre personas que jamás fueron soberanistas, muchas de ellos, jóvenes. 

Hablamos mucho de Junts pel Sí y de sus miserias, que las tiene, sobre todo las que aporta Convergencia, pero tal vez poco de lo que ofrecen a los catalanes los otros partidos. Al PP lo mejor que se ha ocurrido es poner a un líder con tufillo racista y suplicar a los líderes internacionales que se pronuncien sobre Cataluña. Qué podemos decir del PSC, perdido, desorientado, en tierra de nadie como siempre. O del PSOE, que parece pensar que la mejor forma de combatir el independentismo es acudir a dinosaurios políticos algo trasnochados que no comprenden que el país, el mundo entero, ha cambiado mucho desde que ellos gobernaban.

¿Tienen razones tienen para sentirse incomprendidos? Creo que sí. En España ha sido, y es, demasiado frecuente ver como una amenaza, como algo peligroso y dañino. lo que en realidad es positivo y enriquecedor, la variedad cultural y lingüística. Se ha despreciado mucho al catalán, haciendo como que nos ofendía que personas de esa región se comunicaran entre sí en su idioma y manipulando sobre la convivencia, perfectamente normal a pesar de que a veces tanta gente se empeño en decir lo contrario, entre el español y el catalán. Esos prejuicios ("allí miran mal al que habla español", etc.) se curan viajando. Y no faltan lugares maravillosos en Cataluña que conocer. No hemos sabido tejer, ni desde España hacia Cataluña ni a la inversa, una red de afectos, de respeto mutuo, de vínculo sentimental

En la parte más legal, jurídica, de este movimiento independentista, no sé bien qué postura adoptar, lo cual seguro que es intolerable para un bando y el contrario. Me parece razonable la afirmación de que se debe respetar la Constitución y no se pueden cambiar las fronteras de España sin consultar a todos los españoles. De acuerdo. Pero a la vez me cuesta rebatir la afirmación de que los catalanes tienen derecho a decidir sobre su futuro, sobre su organización política. En este sentido, me parece evidente que Cameron dio una lección en Escocia de la que se podría haber tomado nota. Tengo pocas dudas, además, de que un Estado catalán independiente sería viable, incluso próspero. No se trata, pues, de usar la Constitución como parapeto, como barrera infranqueable a cualquier legítima aspiración de los ciudadanos catalanes (o de cualquier otra región) Se trata de seducir con un proyecto común. Y el Estado no lo ha conseguido. No lo ha intentado. 

No hay nada intrínsecamente malo en defender un proyecto político determinado, en este caso, la independencia de Cataluña, aunque ciertamente parece egoísta que siempre sean las regiones más ricas las que se quieran separar de los Estados a los que pertenecen. No son diablos todos los catalanes que comparten esta posición. No son delincuentes ni seres indeseables. No es eso. Sucede que no cuentan con una mayoría lo suficientemente amplia como para emprneder una aventura tan incierta. No les puede valer con la mitad más uno, o ni siquiera eso, porque dicen contentarse con tener mayoría de escaños, aunque cuenten con menos votos que las opciones no independentistas. Es cierto que el modo en el que se cuenta el número de catalanes partidarios y detractores de la independencia es votando y que no se les ha permitido celebrar un referéndum sobre este tema. Pero no se puede actuar igual, ni por parte del gobierno catalán ni por parte del Estado, con una división prácticamente a partes iguales en la sociedad catalana como la que indican las encuestas que si una de las opciones fuera ampliamente mayoritaria. Si un 80%, por poner un ejemplo, de los catalanes estuviera a favor de la independencia, diga lo que diga la Constitución, parece evidente que se debería atender a ese clamor. Pero no es el caso. Y quienes queremos que Cataluña siga formando parte de España, asistimos entre hastiados y disgustados a esta campaña electoral preguntándonos cómo hemos podido llegar hasta este punto.  

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