Lo de antes

Todo el mundo sabe que ya no hay películas como las de antes, que el rock murió hace años, igual que la buena música. Por no hacerse, ya ni siquiera se hacen electrodomésticos como los de antes. Tampoco se da una educación disciplinada como la de antes. Todo es ahora, en fin, infinitamente peor que antes. No deja de sorprenderme esta nostalgia de un pasado indeterminado que, en mayor o menor medida, todos abrazamos en ocasiones. Es algo que me resulta chocante e indescifrable. Y eso que yo soy el primero en recurrir a veces a expresiones de este tipo. Lo de antes siempre es mejor que lo de ahora. Aquello de cualquier tiempo pasado fue mejor. Pero no es verdad. Es una mentira, tal vez agradable y cómoda, en la que nos resguardamos. Pero no por eso deja de ser falsa

Leí hace días un artículo que decía que a partir de los 35 años dejamos de escuchar a nuevos artistas o grupos de música. A esa edad, según una de esas investigaciones de prestigiosas universidades, paramos en seco la hermosa actitud de dejarse sorprender, de descubrir nuevas voces, nuevos sonidos. Y creo que la conclusión de este estudio explica bien la actitud nostálgica, melancólica, deliberadamente viejuna que adoptamos en algún momento de nuestra vida. Esa rendición a la hora de explorar nuevos horizontes en nuestros gustos musicales. Ese decir hasta aquí hemos llegado, me apeo del tren de la modernidad. Mis cantantes son los cantautores de mi época o aquellos con los que me aficioné a la música. Y me niego a seguir buscando. 

Sucede también mucho esto con el cine. Cuántos grandes cineastas no declaran con evidente desdén hacia los jóvenes creadores que ellos ya sólo ven clásicos, que todo se ha inventado ya en el séptimo arte, que se refugian en las grandes creaciones del pasado porque ya nadie hace películas como las de antes. En estos casos siempre me pregunto, sin ánimo de hacer de menos a los ilustres directores que afirman tales cosas, cómo saben ellos que ya no se hace buen cine si no van a las salas a verlo, si afirman que ya no ven películas modernas. Obviamente, los grandes clásicos son insuperables y es un legado del que los amantes del cine de todas las generaciones pueden disfrutar. Pero no hay que dejar de sorprenderse por nuevas creaciones, por ideas originales. Y las hay. En cine, televisión y hasta Internet. Por mucho que esa actitud nostálgica lleve a tantos a atrincherarse en el pasado, en las cintas de su vida. 

Tres cuartas partes de lo mismo pasa con la lectura. No sé si hay un estudio que diga en qué momento abandonamos la exploración de nuevas novelas y nos dedicamos ya sólo a releer las que nos cautivaron en el pasado. Pero eso sucede, y aquí de nuevo son incontables los grandes escritores que, preguntados sobre qué autores modernos siguen, afirman con cierta altanería que ellos ya sólo leen clásicos, que releerlos les llena su tiempo, que no tienen necesidad de acercarse a las obras nuevas. Comprendo que es inmenso el placer de volver a descubrir como si de nuevas llegaras un clásico o una obra que te marcará hace un años, pero ¿acaso eso es incompatible con seguir el pulso de las nuevas creaciones? ¿No es una actitud algo egoísta o incluso egocéntrica esa de renunciar a la nueva literatura para quedarte con los clásicos y, todo lo más, con tus autores contemporáneos? 

No es es artículo, o no pretender serlo al menos, una encendida defensa del tiempo moderno. Que este mundo está enfermo es algo difícilmente rebatible. Y sin embargo, no en todo estamos peor que antes, por mucho que parezca más prestigioso afirmarlo. Ahora tenemos vacunas. No nos desplazamos en carromatos o trenes de vapor, sino en trenes de alta velocidad. Volar en avión era hasta hace nada un lujo al alcance sólo de los ricos y ahora se ha democratizado el vuelo gracias a las aerolíneas de bajo coste. No se hacen electrodomésticos como los de antes, es cierto, por la obsolescencia programada, pero tampoco se hacen tabletas o telefónos inteligentes como los de antes porque antes no existían. Y, al margen del mal uso que demos a las nuevas tecnologías, que sin duda se lo damos, nadie podrá negar que estas nos facilitan la vida y suponen innumerables ventajas. Tener un amigo en el extranjero significa antes poco menos que interrumpir la relación. Hoy puedes hablar gratis con él por Skype, Whatsapp o cualquier otra aplicación. Llamadme frívolo, pero agradezco que las comunicaciones se hayan hecho más sencillas en este mundo. 

Hay muchas cosas que no funcionan en este mundo, pero hay otras en las que hemos avanzado mucho. Hace tres décadas nadie habría imaginado que en España las personas homosexuales se podrían casar, por ejemplo. Entonces no se produciría una reacción generalizada de indignación ante anuncios sexistas en televisión. Siguen existiendo y el machismo nos rodea, sí, pero ahora los comentarios machistas de políticos o responsables públicos son vistos como el escándalo que son y no se le ríen las gracias ni en los medios de comunicación ni en la televisión. Ahora los niños, dicen, están malcriados, pero siempre se vio a las generaciones venideras como menos inteligentes y preparadas que las anteriores. Ya desde los tiempos de Sócrates. Y no es verdad. Los niños harán trastadas y los adolescentes desfasarán, como ha ocurrido siempre, pero no tenemos tantas razones para ponernos apocalípticos como a veces damos a entender. 

Creo que esta actitud nostálgica de defender que, básicamente, todo era mejor antes, que ya no se hace nada tan bien como antes, ese pasado indeterminado, es un mecanismo de defensa de los seres humanos cuando nos vamos haciendo mayores. Puesto que nos da pereza o sencillamente no nos apetece lo más mínimo intentar conocer, no sé, la música o la literatura de moda del momento, nos atrincheramos en los discos del pasado, si son en vinilo mucho mejor, y en las lecturas que nos conquistaron de jóvenes o algo más mayores. Nos bajamos del tren de la modernidad y comenzamos a despreciar lo que no entendemos, aquello de lo que nos sentimos ajenos. Con cierto desdén hacia el idealismo juvenil, como si todas las generaciones no hubieran soñado en su momento, y es lo que corresponde, con cambiar el mundo. Despreciamos las modas musicales o de cualquier otra índole olvidando que nosotros también nos dejamos llevar por ellas hace unos años. Negamos la posibilidad de que alguien pueda crear una obra maestra en el cine o pueda descubrir algo nuevo, porque nosotros estamos ya cómodamente resguardados en nuestro esquema mental, en nuestros gustos y principios. Que siga su curso la sociedad, que nosotros nos frenamos. 

Dicho esto, sólo hay una actitud menos comprensible que esta feliz nostalgia y es pensar que todo lo moderno y novedoso, por el solo hecho de serlo, es fantástico. Porque hay muchos vendedores de humo que presentan la nada envuelta en términos en inglés y pamplinas incomprensibles y estúpidas, por ejemplo. Sé que esta última afirmación  contradice lo que he venido escribiendo durante todo el artículo pero, qué quieren, ya no se escriben artículos como los de antes. 

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