"La ventana indiscreta", en Cibeles


Agosto es el mes de vacaciones por el excelencia y pese a ello, o más bien, precisamente por ello, es un mes sensacional para estar en Madrid. La capital, naturalmente, nunca se queda sin gente (ni falta que hace), pero sí hay menos saturación en los sitios, menos colas, más posibilidades de hacer planes sin tener que reservar con antelación. Ese éxodo vacacional agosteño nos deja la ciudad a quienes nos quedamos en Madrid entera para nosotros solos con sus innumerables atractivos de siempre y con otros añadidos que sólo se pueden disfrutar en esta época del año. Sólo el recorte salvaje de servicios del Metro de Madrid, que hace que los vagones vayan más llenos que nunca (tenía que decirlo) empeora algo el formidable panorama que nos regala agosto a los que seguimos en la ciudad. Quizá la mejor época para salir, para disfrutar de las noches veraniegas sin aglomeraciones, aunque siempre con mucho ambiente. 

Entre esos planes sugerentes del agosto madrileño está desde hace muchos años el cine de verano, oferta a la que se ha sumado recientemente el cine de Cibeles. La galería de cristal del Palacio de Comunicaciones de Madrid, el más hermoso e imponente edificio de la capital para muchos, emite durante todo el verano películas clásicas y modernas en lo que han bautizado Sunset, cinema&social club. Es, en fin, un cine de verano en un escenario realmente privilegiado. Gallardón decidió que el Palacio de Comunicaciones era un lugar más señorial para situar el Ayuntamiento de Madrid y él, que no ahorraba en gastos disparando con pólvora de rey, trasladó la sede del consistorio de la más coqueta y recogida plaza de la Villa a esta majestuoso edificio. Al menos, los madrileños hemos salido ganando al ganar con lo que se llama Centro Centro Cibeles otro espacio cultural más que añadir a la amplia y gozosa lista de lugares donde disfrutar de experiencias en esta ciudad llena de vida y alternativas de ocio. 

Ya sólo poder entrar a este sensacional espacio, con la belleza de su arquitectura, ese blanco impoluto de la fachada y del interior, modernista, imponente, magnífica. En la galería de cristal se sitúa el cine y también un espacio de restaurante donde tomar algo antes de las proyecciones, así como una pequeña exposición de vestidos y trajes de películas. Además de poder disfrutar de una noche de cine de verano en semejante espacio, el gran aliciente de Sunset, su principal particularidad, es que a cada espectador se le da a la entrada unos auriculares con los que escuchara la película (que se emite en versión original subtitulada). Cada cual tiene sus cascos y decide el volumen al que lo escucha, lo cual es de agradecer (siempre hay algún espectador que incordia con comentarios al de enfrente) y además regala una estampa de ciencia ficción, pues todos sentados frente a la pantalla con dos pequeñas luces verdes a cada lado de la cabeza parecemos un grupo de ovnis recién aterrizados en la Tierra. 

Nunca había ido al cine de verano de Cibeles y la experiencia me gustó mucho. Sólo me repele un poco, pero comprendo que eso será precisamente lo que más atraiga quizá a otros muchos espectadores, esa impostura, ese afán por ser lo más chic, lo más trending, es decir, por ser tendencia, el lugar de moda. Para eso resulta en estos tiempos que corren, al parecer, imprescindible emplear términos en inglés, porque dónde se ha visto un sitio de moda moderno que se llame en español. Para llamarlo cine de verano de Cibeles a secas, pensaron, mejor ponerle Sunset y añadir eso de cinema&social club. (Me aclaran a través de su cuenta de Twitter que Sunset es el nombre de la empresa organizadora del evento). El cine de verano, por definición, es efímero, dura sólo durante el periodo estival. Pero como eso no parece servir, se le llama cine pop-up, el término que se emplea para tiendas o espacios itinerantes, no fijos. Ya digo, a pesar de que, como su propio nombre indica, el cine de verano sólo puede ser temporal. Se le añade al restaurante donde se puede tomar algo antes de ver la película el término lounge y a correr.

 Reconozco que esto puede ser cosa mía, de mi alergia a cierta impostura tan extendida en nuestros días. No es, en cualquier caso, nada que evite disfrutar de una gran noche ni que te quite las ganas de volver, pero conviene también reseñarlo, sobre todo para aquellos que tengan especial aversión a este postureo chic y también para los que les encante. A mí esta parte del cine de verano de Cibeles, perdón, de Sunset, es la que menos me atrae, la que más frío me deja. Creo que ya es suficientemente atractivo poder ver grandes películas en la galería de cristal del precioso Palacio de Comunicaciones de Madrid como para tener que darle estos toques de moda, ese imperio de lo trending. Para gustos, los colores. 

He empezado hablando del espacio porque nada de lo que pueda escribir de la película que vi, La ventana indiscreta, no estará ya escrito hace mucho y unas cuentas veces. Es uno de esos grandes clásicos del legendario Alfred Hitchcock que todo el mundo ha visto o debería ver. Yo estaba hasta anoche en la segunda categoría. Cuando le confesé a unos amigos que no había visto ninguna película de Hitchcock lo primero que hicieron fue evitar a duras penas el desmayo. Cuando se hubieron repuesto del shock, me regalaron Con la muerte en los talones. Me gustó. Anoche, otros amigos, también enamorados del cine del conocido como genio de suspense, propiciaron otra inmersión en su cine con esta cinta protagonizada por James Stewart y Grace Kelly. 

La cinta fue estrenada en 1954. Es decir, hace más de seis décadas. Y lo primero que tengo que reconocer es que envejece muy bien. Consigue generar intriga desde el principio, es de una factura visual impecable, los diálogos son ágiles y divertidos, las interpretaciones resultan convincentes... Hasta los conflictos y la trama resultan actuales. Cuando hablan en el filme de la sociedad de mirones, por ejemplo, de esa inconfesable atracción que despierta la vida privada de los demás, resulta imposible no pensar en las redes sociales y en la exposición de la intimidad que ahora, y esta la gran diferencia con la película, tanta gente comparte voluntartiamente con todo el mundo en Internet. Cuando en la cinta alguien iba a hacer algo íntimo, echaba la cortina. Ahora, publicamos fotos de cualquier situación. 

La cinta comienza con un prodigioso plano secuencia en el que se nos presenta a un fotoreportero (James Steward) que guarda convalecencia en casa porque se rompió la pierna en su trabajo y, sobre todo, la visión que él tiene desde la ventana de su apartamento. El director muestra todo lo que Steward ve y, lo que es más importante, nos hace adoptar esa impúdica posición del vecinco cotilla, del vouyer indiscreto. Es uno de los grandes logros de la película, como ya se habrá escrito mil veces (va aquí la 1.001), el punto de vista que adopta. Nunca se sale del apartamento, de lo que se desde la ventana del apartamento del reportero, quien pone apodos a sus vecinos de enfrente. Todo transcurre como un entretenimiento, no del todo ético, para pasar el rato de la interminable convalecencia hasta que el periodista sospecha que se ha cometido un crimen en uno de los pisos de enfrente. Comienza entonces la intriga, las indagaciones, el suspense. Steward investiga con la ayuda de su novia, interpretada por Grace kelly, y de una enfermera (Thelma Ritter) que al principio censuran la actitud mirona del reportero pero que terminan jugando a ser detectives. 

Lo que más me gustó de La ventana indiscreta, sin embargo, no fue ese suspense que genera hasta el final, lo cual sin duda es reseñable, pero tal ve quizá es algo que esperaba ya. Me llamó más la atención, por inesperado, el tono de comedia de la película, con diálogos irónicos, ácidos, incluso, mordaces, muy ágiles. La primera conversación entre los personajes de Steward y Kello, por ejemplo, está plagada de indirectas sobre el matrimonio y el compromiso. Ella quiere casarse y él, reportero de zonas de conflictos, viajero empedernido, no ve compatibles sus modos de vida, no cree posible casar su trabajo con el de ella, dedicada al mundo de la moda. Este conflicto de pareja también resulta muy actual. Además de que la cinta es muy divertida, también es un punto fuerte la reflexión que plantea sobre la intimidad, sobre la invasión de la intimidad, por mejor decir. Una reflexión que, supongo, ya en su época era relevante, pero cuyo interés se dispara en estos tiempos de redes sociales y aplicaciones móviles que llevan a muchos a decir en todo momento dónde están, haciendo qué y con quién. Celebro haber descubierto con apenas seis décadas de retraso este clásico de Hitchcok. Nunca es tarde si la dicha es buena. 

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