¿Es esto Europa?

El estremecimiento por el drama migratorio alcanza cada día mayores cotas. Aunque parece imposible, las imágenes de familias enteras cruzando bajo las concertinas en la frontera de Hungría, como si fueran conejos, se hacen cada día más insostenibles, más desgarradoras que el día anterior. Las noticias, indignas, dolorosas, inaceptables, lo son cada vez más. Ayer mismo conocimos que se había encontrado un camión con 70 personas a bordo. Todas ellas muertas. Abandonadas. Asfixiadas. Sin tiempo para reponerse de este drama, la agencia Reuters da cuenta del hundimiento de una embarcación frente a las costas de Libia. Podría haber decenas de muertos. Y mientras, Europa, la vieja Europa, sigue mostrándose incapaz de dar respuesta a este drama, a la explosión del hambre, de la miseria, de la desesperación y la desigualdad en nuestras fronteras. 

Malditas fronteras. Malditas divisiones artificiales que nos llevan a hablar de nosotros y los otros. De quienes son de los nosotros y los extranjeros, a quienes llamamos inmigrantes, o incluso sin papeles o ilegales, porque llamarlos personas sería reconocer que son seres humanos con los mismos derechos que nosotros, sólo que con menos suerte. Personas que huyen de guerras. ¿Quién no abandonaría sus casas cuando en su país se está expuesto a una guerra entre un dictador execrable, grupos violentos y unos fanáticos criminales que aspiran a volver a la Edad Media como el autodenominado Estado Islámico? Son personas que escapan, no ya para tener una vida mejor, simplemente para vivir. Y lo que se encuentran aquí es odio, menosprecio, indiferencia. 

Maldita indiferencia. Maldita falta de empatía. Es que no podemos atender a todos. Es que si les recogemos, si les tratamos como seres humanos, vamos a fomentar un efecto llamado, vamos a conseguir que lleguen todos, decimos. Y nos quedamos tan tranquilos. Ya está. Es que no se puede. ¿Qué vamos a hacer? Y ya está. Hasta aquí llegamos. Invertimos incluso, en el colmo de la indignidad, el sujeto de la frase con la que se conjuga el drama al que asistimos. Es un drama para esas personas que huyen de la guerra siria, de la miseria, del hambre. Lo es para ellas, no para Europa. Y sin embargo, ponemos a Europa como sujeto. Y hablamos de una Europa desbordada, como si Turquía o El Líbano no hubieran acogido a muchas más personas refugiadas que toda Europa, siendo mucho más pequeños y menos ricos. Como si este fuera un problema de Europa. 

Maldita Europa insolidaria, incapaz de ponerse de acuerdo en la atención a estas personas. Puede que, en efecto, no haya una solución sencilla para este drama, una forma clara de enfrentarse a él. Sin duda no es sencillo. Pero, aunque no sepamos exactamente qué hacer, cualquier gobierno con una mínima capacidad de empatía, sensible, humano, sabría lo que no se puede hacer, que es justo lo que se está haciendo. Mirando hacia otro lado mientras las mafias cobran 1.000 euros a las personas desesperadas que llegan de Siria y otros países para entrar en un camión atestado de gente como en el que murieron ayer 70 personas por asfixia. Sin actuar contra las mafias que transportan a personas en las bodegas de embarcaciones, peor que a ganado, donde también pueden morir de asfixia. Esta Europa incapaz de ponerse de acuerdo, de alcanzar una solución, de solventar este drama. Esta Europa donde los países responsabilizan a la Comisión Europea y esta dice que fueron los Estados los que rechazaron su plan de reparto de refugiados. Y no sólo eso. Es también esta Europa envenenada por el racismo. 

Maldito racismo, que es odio al diferente, que es intolerable forma de enfrentarse a la vida. Una ideología siniestra que parte de la estúpida premisa de que un ser humano vale más que otro sólo por el color de su piel o por haber nacido en otro país. Una ideología que agitan políticos irresponsables y que cala en algunas capas de la sociedad, ignorantes, porque sólo desde la ignorancia se puede mirar con desdén a seres humanos desesperados como los que vienen a Europa en busca de una vida digna y se encuentran con vallas, muros, militares y ciudadanos que abuchean a sus gobernantes por dar cabida a refugiados en centros de atención, como sucedió en Alemania cuando Angela Merkel acudió a un centro de acogida que había sido atacado por unos radicales xenófobos. Entre el racismo creciente en la sociedad y la absoluta inoperancia de los gobiernos europeos, estas personas se encuentran marginadas, sin esperanzas. Una gran inoperancia y una falta de sensibilidad. 

Maldita falta de sensibilidad de los gobiernos europeos y de muchos ciudadanos europeos. En España, si fuéramos una sociedad solidaria, concienciada con las injusticias que llaman a nuestras puertas, todos habríamos puesto el grito en el cielo ante las concertinas puestas en las vallas de Ceuta y Melilla con la finalidad de desgarrar la piel de los seres humanos indefensos que buscan llegar a España, a Europa, escapando de las garras del hambre, de la miseria, de la guerra. Si fuéramos solidarios de verdad (y eso va más allá de suspirar cuando vemos imágenes espantosas de familias enteras deambulado por el campo) habríamos exigido dimisiones ante la muerte de 14 personas que recibieron disparos de pistolas de goma por parte de miembros de la Guardia Civil cuando intentaban llegar a nado a España. Pero no, miramos hacia otro lado. E incluso reducimos esto a cifras, a números con repugnante frialdad. 

Maldita frialdad. La que reduce este drama a cifras, a número de personas (perdón, de inmigrantes, qué osadía eso de llamarlos seres humanos, personas, como si fueran igual que nosotros) en lugar de preocuparnos por los dramas personales. La maldita frialdad que habla de dinero, de lo que nos va a costar atender a estas personas. Abono para discursos racistas. Para decir que cómo podemos gastar ese dinero en atender a unos inmigrantes cuando hay españoles que no tienen para comer. Qué fácil es caer en actitudes despreciables y odiosas como esta. Cuántas personas tentadas en caer en la xenofobia. 

No hay demasiados argumentos para la esperanza. Es todo gris, triste, sucio en este drama migratorio. Pero no sería justo dejar de señalar a los periodistas de medios españoles y de otros países que acercan esas imágenes que deben avergonzarnos, esas historias personales que eliminan toda frialdad y sitúan la crisis en su justa medida. Tampoco está de más alabar el discurso, al menos el discurso, tal vez otra cosa sean sus políticas, de Angela Merkel. Inflexible contra los ataques racistas a centros de atención a refugiados. Clamando por una atención humanitaria a estas personas. Del resto de presidentes de países europeos poco hemos oído hablar. Gracias al excepcional trabajo de los periodistas que cubren esta crisis migratoria, la mayor desde el final de la II Guerra Mundial, conocemos los sentimientos de las personas que cruzan la frontera de Hungría en dirección a Alemania. Uno de ellos preguntó, viendo las vallas con cuchillas, la persecución policial y militar como si fueran criminales, se preguntó: "¿ es esto Europa?" No estaría mal que todos, gobernantes y ciudadanos europeos, nos hiciéramos esta misma pregunta y nos respondiéramos con honestidad. 

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