Renovar la imagen, revalidar el discurso

El Partido Popular ha celebrado este fin de semana una convención que, como suele ocurrir en estos actos políticos, ha tenido mucho más de reafirmación que de autocrítica. Y eso que razones sobradas había para esto último. Pero los aires de renovación han sido muy limitados. Con discursos ligeramente novedosos a cargo esta vez de políticos como Cristina Cifuentes, que parece la encargada ahora de interpretar ese papel tan clásico de aparente verso suelto, de dirigente del cambio, al que antes dieron vida en el PP políticos como Alberto Ruiz Gallardón. Todo muy medido. Que parezca que el partido da cobijo a ideas distintas y que permite hablar al discordante, que dé la impresión de que se ha tomado nota de la inmensa distancia entre la dirección del PP y los ciudadanos. Un ejercicio de impostura y funambulismo político en el que dar a entender que se está cambiando todo para que todo siga igual. 

Toda la renovación que ha traído esta convención política, ideada como un acto de reafirmación (o quizá sería más preciso decir como un intento de reanimación de un partido en estado de shock tras el batacazo del 24-M), es el cambio en el logo del partido y la utilización de colores más vivos en el escenario desde el que hablaron los dirigentes de la formación. Si acaso también en la vestimenta. Las corbatas desaparecieron casi por completo, a modo de ruptura simbólica con un pasado en el que, dicen, los ciudadanos lee percibieron como insensibles a los problemas de la gente. Una percepción muy ajustada a la realidad, por cierto. Del nuevo logo, dijo Pablo Casado que es del estilo de Apple, casi nada, y las intervenciones de los miembros del partido fueron más breves (lo cual siempre es de agradecer) en una puesta en escena que buscó imitar esas convenciones modernas con grandes pantallas, muchos colores, términos el inglés y más pendientes de la forma que del fondo, algo que sitúa al PP en sintonía con los tiempos modernos, donde se presta más atención al continente (políticos jóvenes, sonrientes y descorbatados) que al contenido (de propuestas nuevas y autocrítica, ya tal). 

Renueva el PP la imagen, pero revalida su discurso. Rajoy, al parecer, puede tolerar los colorines en el estrado y ese postureo general por aparentar modernidad, pero lo de cambiar algo su discurso ya es otro cantar. Sigue empecinado en convencer a los ciudadanos que aún no ven la recuperación que ese será su problema, porque España crece más que ningún otro país de la Unión Europea. Si alguien en el PP pensaba que tras el fiasco de las elecciones de mayo Rajoy iba a adoptar un discurso más social, más comprensivo con tantos españoles que no perciben la recuperación (sencillamente porque esta no existe para grandes capas de la población), habrá comprobado que deben perder toda esperanza. Bajadas electoralistas de impuestos (que antes subió) al margen, Rajoy sigue en sus trece. El presidente aparenta estupefacción por la falta de reconocimiento ciudadano a lo que él interpreta como una gestión heroica que ha salvado a España del rescate. 

Con el nuevo logo detrás de él, Rajoy revalidó otro de sus mensajes habituales, el del miedo. Fue divertido ver al presidente afirmar que desconoce lo que es el voto del miedo para a continuación afirmar que "lo que da miedo es ver lo que está pasando en algún país de la UE" (en alusión a Grecia) y también le aterra el estado en el que dejó la economía el gobierno de Zapatero (la herencia recibida, otro de los grandes hits de la legislatura a los que no renuncia pese s la pretendida renovación). Para el presidente, todo lo que no sea votar al PP significa apoyar el caos y el desorden. Amenaza Rajoy a los españoles con corralitos y desastes naturales si su partido no gana las elecciones generales. Recuerda a esa viñeta de la que ya hemos hablado anteriormente en el que un político dice en un mitin ante ciudadanos "o nosotros o el caos", a lo que estos responden "el caos, el caos". "Da igual, el caos también somos nosotros", zanja el dirigente. Pues eso. 

Confunde Rajoy estabilidad con continuidad y carta blanca para permitir los desmanes en forma de corrupción que tan extendidos están en un sistema del que se presenta defensor. El PP tiene claro que su estrategia central de aquí a las elecciones es asociar a Podemos (y con él al PSOE por hacer pactado con esta formación) con todos los males que uno pueda imaginar. Abraza el partido del gobierno el discurso del miedo, el desprecio al partido de Pablo Iglesias y a sus votantes. Una cosa es que sus políticas les parezcan equivocadas y otra bien distinta afirmar sin aparente rubor que Podemos quiere eliminar las libertades y poco menos que implantar una dictadura. 

Por cierto, es llamativa la concepción de la democracia que tiene Rajoy. Ahora que andan con un afán renovador, le podría dar una vuelta. Tras escuchar a la mujer de un preso político en Venezuela (nauseabundo que en aquel país se encarcele a líderes opositores), el presidente dijo que esperaba que "quienes estáis pensando" hayan tomado nota y también, en un paso más en su desdén hacia quien piensa distinto a él, quienes les dieron sus votos con los que, ojo, "se apropiaron" de alcaldías donde el PP fue la fuerza más votada. El verbo elegido, apropiarse, da a entender que en lugar de pactos democráticos y legítimos para formar mayorías alternativas al PP, el resto de partidos hubiera asaltado a la fuerza los consistorios expulsando a sus legítimos dueños, que naturalmente son los concejales populares. Vuelve el PP a la idea de imponer por ley que gobierne siempre la lista más votada. Sigo sin entender por qué es más representativo del sentir ciudadano que gobierne el líder del partido más votado que cuente, por ejemplo, con el 25% de los votos, que la formación de una alianza entre otros dos partidos con un programa de gobierno serio común que sumen entre ellos un 40%. 

Un último apunte sobre la convención. Quien más a fondo habló de las primarias fue Rajoy pero, que nadie se asuste, para desacreditar los procesos de primarias que celebran los demás partidos. Donde esté un buen dedazo como los nuestros, le faltó decir, que se quiten las edulcoradas primarias de las otras formaciones. Tal vez que en el resto de partidos las primarias no sean tan abiertas como pregonan no sea un atenuante de la evidente falta de democracia interna en el PP. Por cierto, si el partido quiere renovarse está en su derecho, pero no entiendo por qué esto ha de pasar por saltarse las más elementales normas gramaticales. Eso de poner una x para decir por es tan ridículo como la ocurrencia de Pedro Sánchez de suprimir sus vocales (Pdr Snchz) en su web. De verdad, ser moderno y cercano a los ciudadanos no debería estar reñido con escribir bien nuestro idioma.

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