Vieja y nueva política, parecidos razonables

Vaya por delante que la entrada de nuevas formaciones políticas en las instituciones es una buena noticia para quienes pensamos que el bipartidismo ha contribuido decisivamente a generar la pestilente podredumbre que caracteriza a la clase política española actual. De entrada, ningún partido tendrá mayoría absoluta en casi ninguna institución tras las elecciones autonómicas y municipales de mayo. Nos garantizamos, pues, que nadie pueda recurrir a su mayoría para aplastar cualquier propuesta de la oposición o para imponer las propias sin ningún apoyo. También es buena noticia que ningún partido cuente con mayoría en la mesa de las Cámaras autonómicas, lo que facilitará, por ejemplo, abrir comisiones de investigación sobre asunto que el partido gobernante prefiera dejar en un segundo plano. O el hecho de que televisiones públicas autonómicas que hasta ahora han sido vergonzosos apartados propagandísticos del poder como Telemadrid pasen a tener mayoría de consejeros de la oposición. 

Ahora bien. La nueva política que dicen traer los partidos emergentes, eso que según se dice abre un tiempo diferente en España, se parece mucho a la vieja política. Muchísimo, en ocasiones. Tanto que, por lo visto hasta ahora, y sin renegar en absoluto, porque es muy pronto para ello, de las bondades de este nuevo ciclo de pactos y de ausencias de mayorías, cualquier diría que quien tuviera temor a cambios radicales debe de estar ya muy tranquilo. Porque se repiten tics en las negociaciones para formar gobiernos municipales y autonómicos que nos suenan a política vieja, a la de siempre. A esa que dice anteponer el programa a todo, pero en realidad se preocupa más por los sillones de poder. 

Pongamos el ejemplo de Ciudadanos. Vale que al aritmética electoral es la que es, pero llama la atención que el partido que se autopresenta como baluarte de la regeneración política vaya a permitir gobernar, precisamente, al PSOE en Andalucía y, precisamente, al PP en Madrid. Regiones donde sendos partidos llevan décadas gobernando y donde los casos de corrupción se cuentan por decenas. Cierto es que en las condiciones para apoyar a los gobiernos de Susana Díaz y Cristina Cifuentes el partido naranja ha incluido compromisos contra la corrupción y la cabeza, aunque sea en diferido, de imputados como Chaves o Griñán. 

Si algo han repetido hasta la saciedad los dirigentes de los nuevos partidos es que ellos no iban a negociar puestos sino programas. Parece que Ciudadanos está relajando algo esa convicción. En la Comunidad de Madrid ha sido la concesión de la vicepresidencia primera de la Cámara al partido naranja lo que ha dado un empujón definitivo, lo reconozcan o no, a la negociaciones para permitir gobernar a Cristina Cifuentes. En Valencia, a pesar de que Ciudadanos siempre ha dicho que no entrará en gobiernos de lugares donde no haya ganado las elecciones, se está dejando tentar para alcanzar la alcaldía en un hipotético pacto con el PSOE y el PP, sí, el PP de Valencia, el mismo de esos asuntillos turbios de corrupción de los que llevamos años hablando casi a diario. 

La nueva política, como digo, muestra parecidos asombrosos con la vieja. Sin irnos de Valencia, por ejemplo, ayer el PSOE y Compromis rompieron las negociaciones que mantenían para formar gobierno regional. ¿La razón? Que ambos quieren presidir el ejecutivo. Dicen que están de acuerdo en el programa a aplicar, pero la auténtica línea roja de los dos partidos es que sus respectivos líderes presidan la Comunidad Valenciana los próximos cuatro años. Desde la misma noche electoral se vio claro que, a pesar de tanto discurso regenerador, el escollo central en aquella región sería la presidencia. Para que luego digan que no quieren puestos. Llama la atención que Compromis imponga que su líder, Mónica Oltra, sea presidenta a pesar de que ha obtenido menos apoyos que los socialistas. Difícil podrá presentar Oltra el desacuerdo en la negociación como una discrepancia programática. Es puritita ambición de poder. Los votos del PSOE valen si es para dar el poder a Compromis, pero no para gobernar, a pesar de que más personas votaron a los socialistas que a Compromis. Ya ven. Vieja política en estado puro. 

Tampoco aparentan ser demasiado renovadores los primeros pasos de Ada Colau como futura alcaldesa de Barcelona. Una de las primeras cosas que ha hecho ha sido abrazar el independentismo y asegurar que irá a la manifestación del 11 de septiembre en apoyo de la independencia de Cataluña. Renovación, lo que se dice renovación, más bien poca supone que Colau adopte como prioridad, aunque sea para ganarse el apoyo o como mínimo la abstención de ERC y las CUP, el monotema del soberanismo, ese que ha aparcado asuntos que más parecen propios del programa político de la activista como los derechos sociales, donde el líder del procés, Artur Mas, ha sido pionero en aprobar severos recortes. 

El teatrillo que han montado PSOE y Podemos, pactando en algunos lugares y tirándose los trasto en otros, es también muy de política vieja. Quizá uno de los fenómenos más asombrosos de las últimas semanas, o incluso meses, en la política española ha sido ver a Pablo Iglesias y a Pedro Sánchez perdirse mutuamente humildad. ¡Humildad! ¡Ellos! Quien se presenta como líder de la oposición antes de pasar por las urnas (¿para qué?) y el que defiende como un éxito el peor resultado de la historia de su formación pidiéndose humildad, cuando las actitudes de ambos dan a entender que de eso andan los dos más bien justitos. 

Completa el cuadro grotesto, para mantener el orden del conjunto en el panorama político patrio, la curiosa reacción del PP a las elecciones. Básicamente se está centrando en dos vías: presentar a cualquier partido que no sean ellos como representantes del caos en el Tierra y prometer cambios profundos en el gobierno y en el partido que sólo conoce Rajoy, el gran líder. Muy de política vieja, no mo lo negarán. Mal vamos, o mal van, más bien, si todo lo que el PP ha aprendido del mensaje de los votantes, llamados ciudadanos en periodo electoral, es que sus ansias de regeneración se contentarán con una repetición chusca del cuaderno azul de Aznar, esa imagen de un gran líder que decide sobre el futuro de todos los dirigentes de su partido, que por supuesto deben rendirle pleitesía si quieren seguir saliendo en la foto. En resumen. Este nuevo tiempo político en España no ha hecho más que empezar pero uno no termina de ver las diferencias claras. 

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