La marcha de Wert

Han sido sólo tres días sin escribir en el blog y las noticias se acumulan, como si quisieran acontecer todas antes de las vacaciones de verano, en las que todo parece detenerse menos la actualidad. Hay muchas informaciones candentes sobre las que hablar. El execrable atentado terrorista en Túnez, que me hace recordar, como en todos los actos ciegos del fanatismo, el verso de una canción de Andrés Suárez: "en esta vida vi rezar a dioses que no existen, pero matan a gente". La muy complicada situación de Grecia, de la que ya escribo bastante en el periódico como para venir aquí a ahondar en ella. El ilusionante reconocimiento del matrimonio homosexual en Estados Unidos en plena semana del Orgullo LGTB. El regreso de Aznar, siempre enfadado, regañando a todo el mundo, huraño, arisco. El enfrentamiento de Pablo Iglesias con IU, que pone de relieve el manifiesto pragmatismo y tacticismo del líder de Podemos... Son muchas las informaciones sobre las que hoy podríamos hablar, pero hace unos días que Rajoy anunció con nocturnidad que Wert abandonaba el gobierno y sería una falta de educación  no dedicarle al gobierno la despedida que merece

José Ignacio Wert, sociólogo y tertuliano pagado de sí mismo, accedió al ministerio de Educación, Cultura y Deportes con la llegada del PP al gobierno en 2011. El mero hecho de empaquetar en la misma cartera a la educación y la cultura, no digamos ya lo de unirlo al deporte, daba una idea clara de la escasa importancia que este ejecutivo le otorgaba a tales materias. Pero aun así era difícil predecir el absoluto desprecio y la indiferencia colosal que le dispensaría a la cultura. Wert debió de abandonar el ministerio, si es que de verdad quería defender la cultura como, en teoría, estaba obligado a hacer por su cargo, cuando se impuso una brutal, salvaje e irresponsable subida del IVA cultural al 21%. Desde el momento en el que decidió aceptar y defender esta medida, Wert pasó a ser un cero a la izquierda en el gobierno, un incompetente, un personaje gris e inválido para defender las competencias que le correspondían. 

El gobierno anda ahora vendiendo la idea de que quizá han tenido un problema de comunicación. Dicen que puede que hayan sido poco empáticos con la ciudadanía. Que su fuerte no haya sido la sensibilidad en la aplicación de los severos recortes con los que, cuentan, estamos saliendo de la crisis. Buena parte de esa falta de sensibilidad se muestra en el (mal)trato al mundo de la cultura. Para la realidad prosaica de números y cifras a las que se enfrentó el gobierno cuando llegó a poder en 2011, esto de defender la particularidad de las manifestaciones culturales, reivindicar un cuidado especial al teatro, el cine,la literatura, la música y las artes, era una concesión demasiado poética, sensiblera, inútil. Y sin embargo, pocas cosas hay más necesarias que la cultura. Un gobierno que desprecia a la cultura, porque esa es la palabra precisa que define la política cultural del ejecutivo de Rajoy, es un ejecutivo que lanza un pésimo mensaje a los ciudadanos. Os preferimos incultos, indefensos, desprotegidos, sin espíritu crítico. 

En este maltrato a la cultura que Wert ha tolerado y liderado, aunque sea formalmente como hombre de paja de Cristóbal Montoro, se aprecia también un cierto desdén a sus protagonistas por una adscripción ideológica de izquierdas que el gobierno generaliza y detesta. Es cierto que algunas personas del mundo de la cultura se han manifestado públicamente como simpatizantes de la izquierda, pero abrir una guerra contra toda una industria tan relevante económica y, sobre todo, moralmente, como la de la cultura por politiqueo barato y de bajos vuelos es despreciable. Y eso es justo lo que ha hecho este gobierno. Ya saben. Esto de los de la zeja, los del no a la guerra en la entrega de los Goya. Es ese odio visceral de un sector de la derecha a los actores españoles, al mundo de la cultura (la farándula, les gusta más llamarla), simplemente porque algunos de ellos defienden planteamientos políticos distintos a los suyos. Qué envidia de otros países, los más avanzados, donde la cultura es un asunto de Estado que, naturalmente, está por encima de las diferencias políticas de cada cual. 

La cultura es, por definición, molesta para el poder, crítica, escéptica. Así debe ser. No todas las manifestaciones culturales deben incorporar un posicionamiento político o un compromiso social para ser consideradas como tales. Pero desde luego sí pueden serlo, y es de agradecer que lo sean. Eso es algo que, naturalmente, incordia al poder. El gobierno prefiere que un buen libro no te haga reflexionar sobre la actualidad o que una película no remueva ciertos sentimientos o principios que pueden ponerle difícil tomar ciertas medidas. Una sociedad culta, concienciada, amante de la cultura, es una sociedad más madura y más difícil de engañar. Por eso, en parte, este gobierno se ha molestado por hundir a la cultura en España por todos sus medios. Por eso y por su estrechez de miras que les ha llevado a ver en cada materia una partida de costes donde recortar, aunque hablemos de algo tan necesario como la cultura o la educación. 

Este gobierno ha ayudado al sector automovilístico con los sucesivos planes Pive de apoyo a la compra de vehículos. Ha rescatado con miles de millones de euros de dinero público a la banca. Eso por no hablar del trato dispensado a los concesionarios de las ruinosas autopistas de peaje o a las compañías eléctricas, esas cuyos consejos de administración están repletos de exministros de todos los colores, o de los dos colores que hasta ahora han gobernado España, por mejor decir. A la cultura, ni agua. Wert no sólo ha aceptado el 21% de IVA, sino que además ha sido incapaz de desarrollar la ley de mecenazgo que prometió. Tanto que queremos parecernos a los países de nuestro entorno y nosotros cobramos un 21% del IVA por una entrada de teatro, cuando en Francia y la inmensa mayoría de los países europeos se aplica la tasa mínima de este impuesto a las representaciones culturales. 

Pero Wert no sólo ha sido un ministro venenoso para la cultura. En su otro negociado, el de la educación, consiguió algo insólito hasta su llegada al cargo, reunir a todas las partes que componen la comunidad educativa en contra de su ley. que aprobó en solitario y sin consenso, en un mal endémico de nuestro país que también da la justa medida de nuestra inexistente altura de miras. Que en España no hayamos sido capaces de aprobar una ley educativa que supere las diferencias políticas de PP y PSOE, hasta ahora los dos únicos partidos que han gobernado el país, y que saque del terreno de la batalla partidista algo tan vital para el futuro del país como la educación dice mucho de la irresponsabilidad del bipartidismo. 

Wert siguió con esa costumbre de aprobar leyes de educación sin consenso. No sólo no buscó el acuerdo con el resto de partidos, sino que prescindió por completo de la opinión de los profesores y el resto de la comunidad educativa. Así que este septiembre se empezará a implantar, veremos en cuántas comunidades, una ley, la ley Wert, que nace muerta, porque se cambiará en cuanto el PP pierda el gobierno, y que además no cuenta con el respaldo de nadie más que de quien la ha puesto en marcha. Y, para completar la estampa surrealista, el señor ministro se va unos meses antes de que acabe la legislatura y deja el marrón de defender su ley a otra persona, porque él tiene cosas más importantes que hacer en París. 

La indecente subida de las tasas universitarias es otro de los tóxicos legados que deja Wert. De nuevo, incapaz de plantar cara al ministro de Hacienda en la sangría que el control del gasto público ha provocado sobre las materias que él debía defender. La educación, que por supuesto tiene mucho, mucho, que mejorar en España y donde no cabe la complacencia con su funcionamiento actual, ha dado otro paso atrás durante esta legislatura. Wert ha permitido una reducción del gasto en esta materia, la que garantiza el futuro a una sociedad. Ha recortado las becas a los estudiantes y ha puesto en situaciones irrespirables a universitarios sin recursos que han tenido que abandonar las carreras o estudiar menos asignaturas cada curso porque no les daba para financiarse su formación. 

Si de algo tenemos en España una honda tradición es en ministros (y ministras) mediocres e incompetentes. Por tanto afirmar que Wert ha sido el peor ministro de Educación y Cultura de la historia reciente de la democracia española es quizá excesivo, porque sería muy fácil que nos dejáramos a algún antecesor aún más lamentable que él. Pero no andará lejos. Se va por motivos personales de los que no he hablado en este artículo no hablaré, porque su vida privada me es absolutamente indiferente. Pero convenía recordar en su marcha el daño que ha hecho a la cultura y a la educación en España, la espantosa gestión de estas dos materias capitales en toda sociedad avanzada que se precie y que este gobierno, con Wert al frente (aunque fuera como títere y espantajo del área económica del ejecutivo), ha maltratado de forma pertinaz. 

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