El lápiz del carpintero

"El doctor Da Barca estaba escribiendo una carta de amor. Por eso tachaba mucho. Pensó que para tal mester el lenguaje resultado de una pobreza extrema y sintió no tener la desvergüenza de un poeta. Él la tenía cuando se trataba de otros presos. Parte de su terapia consistía en animarlos a recordar sus querencias y enviar unas letras por correo. Y él prestaba sus manos para escribir con buen humor alguna de esas cartas". Sirva este pasaje de El lápiz del carpintero, breve novela de Manuel Rivas, para mostrar la dulzura y exquisita sensibilidad de este libro que cuenta una historia tan pequeña como bella, tan sencilla como hermosa, tan simple en apariencia como lírica. Desborda sensibilidad esta novela, de inicio a fin, que más que un libro de amor o sobre la Guerra Civil española es un sentido canto a la sensibilidad, a las pequeñas cosas de la vida, a mantener la esperanza y la ilusión en los peores momentos, de la admiración por la inteligencia y la fascinación que despierta la dignidad, cualidad que no depende de la situación personal de cada uno, por penosa que esta sea.

 Atrapa de esta novela su estilo delicado y sensible. Desde su propio título, que alude a un objeto que resulta determinante en el desarrollo de la trama y es mucho más que un simple objeto, la novela de Manuel Rivas se sirve de escenas y sucesos aparentemente sencillos para cautivar con la historia de unos personajes que recuerdan aquella frase de Miguel de Unamuno a Milán Astray ("venceréis, pero no convenceréis"), por la admirable dignidad con la que unos presos republicanos afrontan su cautividad. Pero, como digo, no es esta una historia más de la infausta Guerra Civil española. Es, sobre todo, un relato hermoso de historias personales truncadas por el conflicto. En particular, del amor entre el doctor Daniel da Barca, preso en la cárcel de Santiago de Compostela y Marisa Mallo, hija de una familia de derechas que, por supuesto, ve con malos ojos que ande con un médico comprometido con la causa republicana en aquellos años en los que España pudo ser tanto y volvió a ser, como tantas veces en el pasado, un compendio de rencores, odios, enfrentamientos cainitas y sufrimientos. 

El personaje del doctor da Barca simboliza a tantos intelectuales y profesionales que en aquel tiempo se volcaron en favor de la II República, hombres de ciencias que vieron abierta la oportunidad de una España que rompiera con la grisura de las sacristías, con la cerrazón de la caspa que este país intentó sacudirse entonces, hasta que la fuerza bruta dio al traste con todos los sueños. Y, sin embargo, "venceréis, pero no convenceréis", son los personajes del lado vencedor, de quienes estaban ganando e impondrían a partir de entonces décadas de u régimen dictatorial en blanco y negro, los que dan pena en esta novela, por pobres de espíritu, por torpes, por brutos. Y son los presos, condenados a muerte, los que despiertan una admiración sincera. los que enseñan cómo se puede mantener la dignidad en las peores circunstancias. Ganar en el campo de batalla, pero perder en el de las ideas. Caer derrotado en una irracional guerra civil, pero imponerse con esa autoridad que no da la fuerza, sino la inteligencia y la honradez. Todo eso representa el doctor da Barca. 

Con todo, el personaje más fascinante, el mejor construido, el que más capta la esencia de esta confrontación entre ciencia y religión (la Iglesia, siempre la Iglesia detrás de tanta grisura), entre ideas y cerrazón ciega, entre el odio y la confianza en el ser humano, entre la incapacidad de disfrutar de la vida y la sensibilidad armoniosa por un paisaje, por un poema... Por todas esas pequeñas cosas que dan sentido a la vida, pero que no todo el mundo puede captar. Como, por ejemplo, los guardias de la cárcel donde está preso el doctor da Barca. Todos menos uno, quien está destinado a matar a un pintor, el poseedor del lápiz que da título a la obra y que transmite historias, anhelos, vidas, esperanzas y amarguras. Herbal es este guardia que siente verdadera fascinación por el carisma del doctor, que descubre la poesía y la belleza gracias al pintor que asesinará. Esa confusión de sentir, sin pretenderlo, que estás aprendiendo de quienes son tus enemigos. Descubrirse admirando a quien se debería odiar. Encariñarse con él. Buscar parecerse a él, aún a escondidas. 

Los presos republicanos a los que cuida el doctor da Barca son hombres, se cuenta en un momento de la obra, que aman a los libros, a cualquier clase de libros. Personas que adoran la cultura, el conocimiento, tal vez porque, como se lee en la novela, "la peor enfermedad que podemos contraer es la de la suspensión de las conciencias". En este sentido, es reseñable un pasaje del libro en el que el médico preso debate sobre religión y ciencia con una monja sensible con la que, por supuesto, hay muchos planteamientos que no comparten, que con quien sí mantiene una relación de respeto mutuo. 

Y, además de todo esto, El lápiz del carpintero es una emotiva y sensacional historia de amor. Amor en la distancia entre el doctor da Barca y Marisa Mallo. Sin exagerar, creo que varios de los más hermosos pasajes sobre el amor que he leído se encuentran en esta novela de Manuel Rivas. Como la escena del fugaz abrazo entre los dos enamorados en una estación de tren con el reloj parado, él de paso hacia otra cárcel. "Todo fuera del tiempo, en el reloj parado, menos aquellos dos abrazándose". O  cuando llega el encuentro entre los dos, marido y mujer, casados por poderes con él en prisión, y el doctor "parpadeó como si aquella belleza le doliese en los ojos". Esta novela habla de la armonía, del amor, de la sensibilidad, de la belleza. Esta novela es imprescindible e inolvidable. Es de la sque dejan huella. 

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