A cambio de nada

A cambio de nada es una de esas películas en la que resulta difícil llegar al cine virgen, sin información sobre la cinta que inevitablemente lleve la espectador a plantearse expectativas sobre la misma. Al filme le precede su gran éxito en el Festival de Cine de Málaga, donde la ópera prima de Daniel Guzmán ganó cuatro galardones, y también el hecho de que, tal y como ha explicado su director durante la promoción de la misma, esta cuenta con tintes autobiográficos, lo que lleva al espectador a imaginar qué partes de la historia son reales y cuáles no en este ejercicio de catarsis de Guzmán, a quien hasta ahora el gran público conocía por su faceta de actor (el novio de la pija en Aquí no hay quien viva), pero que en su primer largometraje (ganó un Goya en 2004 por su primer corto) se destapa como un director con personalidad y voz propia. 

La película es notable. Cuenta con algo que una cinta tiene o no tiene, pero que no se puede forzar ni fingir: verdad. Desborda autenticidad por todos los poros. En los diálogos, en las interpretaciones frescas y naturales de los actores, en una combinación entre intérpretes consagrados y descubrimientos de talentos jóvenes muy a tener en cuenta en el futuro. El guión y los diálogos, esa jerga de barrio tan bien captada ("figura", "de código", "brother", "dame agua"...), contribuyen al que es el mérito más incuestionable de A cambio de nada, esa apabullante e incluso dolorosa por momentos autenticidad. La película cuenta la historia de Darío, un adolescente que se ve envuelto en las disputas de sus padres separados y que decide huir de esas batallas entre sus progenitores que le usan a él como moneda de cambio. Lo dicho. Mucha verdad en esa capacidad de destruir las ilusiones de un joven de sus dos padres, cegados por el odio recíproco de una historia de amor rota entre ambos, lo que les hace no pensar en el sufrimiento de su hijo. 

A Darío le acompaña en esa huida de la descomposición familiar, en ese experimentar y vivir sin límites que es la adolescencia, su amigo Luismi. Su relación, con un punto cervantino de caballero echado para adelante y su fiel escudero, refleja uno de los puntos centrales de la película, uno de sus temas más importantes, el de la amistad. Quizá lo único sagrado, realmente intocable e innegociable, lo único absoluto en la adolescencia. Esa amistad sin condiciones en la que una trastada o un conflicto al que te ha arrastrado un amigo se perdona con cualquier favor futuro. Esa amistad, en fin, que le da sentido a la existencia de los dos jóvenes que pelean, discuten y se pican (por adoptar la jerga que tan bien adopta el filme), pero que a la vez se necesitan y protegen. 

Darío (interpretado por Miguel Herrán) y Luismi (Antonio Bachiller) protagonizan escenas reconocibles de dos jóvenes de extrarradio. Sus citas en el descampado para pasear al perro, sus trastadas, que van ganando en intensidad y riesgo a medida que avanza el filme, sus viajes al centro de Madrid en ese movimiento centrípeto de los adolescentes del extrarradio, que al tiempo se combina con un marcado sentido de pertenencia al barrio. Con la música de Julio Iglesias de fondo, poniendo banda sonora a todo el filme, Darío también se relacionará con dos adultos, lo que introduce otra temática del filme, las relaciones intergeneracionales: el pobre diable Caralimpia, que se gana la vida como puede en un taller de motos y la anciana Antonia, que recoge por la noche muebles abandonados y tirados a la basura

Es la relación de Darío con Antonia, que surge de un encuentro nocturno casual, la que da algunos de los mejores momentos de la película. El personaje de Antonia, por cierto, está interpretada por Antonia Guzmán, la abuela del director. Ella ayudará a Darío y, a la vez, se verá animada y acompañada, aliviada de su soledad, por la presencia risueña y despierta del joven. Hay una escena entrañable en la que un gesto simple, nimio, insignificante, muestra esa complicidad que desarrollan los dos personajes. El propio personaje de Antonia ayuda también a mantener el equilibrio perfecto que consigue mantener la película de inicio a fin. Es una historia seria, mucho, la que se cuenta, pero jamás se renuncia al humor, siempre hay un punto de escape del drama hacia la comedia

No es una película redonda. No es perfecta, pero en la balanza pesan mucho más sus aciertos. Es una cinta honesta. Una de las tramas de la película (en realidad dos, pero es algo especialmente importante en una de ellas) no se cierra de ningún modo. Es una lástima, porque se trata de una de las tramas que mejor funciona en la historia y, sin embargo, no se le da un final. Tal vez A cambio de nada peca en cierta forma de una excesiva ambición, de querer abarcar demasiado, pero por encima de estas imperfecciones sobresale la autenticidad de lo contado. Esta película invita a seguir muy de cerca la carrera como director de un Daniel Guzmán que demuestra talento, perseverancia (diez años le costó sacar adelante este proyecto) y honestidad arrebatadora en su ópera prima. 

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