Las palabras y los hechos

"Si una persona es gay, busca al Señor y tiene buena voluntad... ¿Quien soy yo para juzgarla?" En julio de 2013, el papa Francisco hacía estas declaraciones a la prensa que le acompañaba en su avión de regreso al Vaticano desde su viaje a Brasil. Fueron unas declaraciones muy comentadas, porque si a algo nos habían acostumbrado sus antecesores en el cargo era, precisamente, a juzgar a todo el mundo. Sus antecesores en el pontificado y, por supuesto, obispos, cardenales y sacerdotes. En España tenemos una amplia gama de cargos eclesiásticos amantes de juzgar a los demás, con especial cariño hacia las personas homosexuales. 

Llegaba el papa, de repente, y decía que no era quien para juzgar a alguien por ser gay. Lo nunca visto. Un tiempo nuevo, celebramos muchos. Un papa que puede meter a la Iglesia en el siglo XXI, o al menos sacarla del XIX. Sucede que las palabras deben ir acompañadas de actos que vayan en su misma dirección para resultar creíbles. El papa Francisco ha pronunciado discursos hermosos y muy razonables, bien distintos a los que suelen llegar desde las jerarquías católicas. Ha hablado de obispos que se alejen de la ostentación. Ha estado al lado de las personas inmigrantes, de los más vulnerables. Ha atacado con fiereza al desigual sistema capitalista en el que vivimos. Ha proclamado en favor de los derechos de las mujeres y se ha mostrado partidario de que la Iglesia les dé más presencia. En definitiva, el papa Francisco de los discursos, supone un cambio, una renovación evidente. ¿Y el de los actos? Ese es ya otro cantar. 

Del dicho al hecho hay mucho trecho, dice un sabio refrán. Les pongo en antecedentes. Francia propuso hace ya tres meses al diplomático Laurent Stefanini, hasta ahora jefe del protocolo del Elíseo (puesto que ocupó tanto con Sarkozy como con Hollande, por cierto), como nuevo embajador ante la Santa Sede. El Vaticano no ha dado su visto bueno a este nombramiento. Por experiencia no parece ser, porque Stefanini fue número dos de la embajada gala en El Vaticano entre 2001 y 2005. ¿A qué se debe este rechazo? A que el Vaticano dice no ser quien para juzgar a los gays, pero parece que tampoco está dispuesto a convivir con ellos. Stefanini es homosexual. Y eso ya le resulta excesivo a las autoridades vaticanas. Francia recordó le viernes que mantiene a su candidato, pues reúne todas las condiciones para el puesto y desde El Vaticano no hacen declaraciones, pero siguen sin dar su visto bueno. 

Parece ser que un plazo tan largo no es normal. Además, Francia ya tiene experiencia en eso de que El Vaticano eche para atrás a sus candidatos a embajador por su vida, digamos, poco cristiana. Entre 2007 y 2008, el puesto estuvo vacante porque el Gobierno galo propuso primero a  Denis Tillinac, que cometió el delito de volverse a casar tras haberse divorciado. y después, ante el rechazo e Benedicto XVI, a Jean-Loup Kuhn-Delforge, que vivía en el pecado por ser abiertamente homosexual. Eran otros tiempos en los que las palabras y los hechos de la jerarquía católica casaban. Se mantenía un discurso homófobo en púbico y se actuaba en consecuencia. Ahora el papa vende una postura más abierta, pero sigue funcionando exactamente igual de puertas hacia dentro

Espero que el gobierno francés mantenga al diplomático Laurent Stefanini como su candidato para ser embajador de Francia ante El Vaticano, que a estos efectos es un país más y no un ente religioso. Hay quien defiende que proponer a gays como diplomáticos ante la Santa Sede son ganas de enredar, una provocación del gobierno de Hollande. Nada más lejos. Según esa lógica, en aquellos países que lapidan a los homosexuales los países occidentales deberían mirar hacia otro lado y renunciar a defender los Derechos Humanos, pues los derechos de los homosexuales son lisa y llanamente eso, Derechos Humanos. 

Recuerdo, por ejemplo, la polémica en los Juegos Olímpicos de Sochi celebrados en Rusia para mayor gloria de Vladimir Putin, promotor de leyes homófobas que persiguen a los gays. Hay quien defendía entonces que los homosexuales "se cortaran un poco". Total, era una competición deportiva. Qué necesidad había de enredar. Pero es esa clase de actitud cobarde en la que no se puede caer por no evitar conflictos diplomáticos. Porque quienes predican un discurso del odio que no puede ser tolerado sino combatido son ellos. Afortunadamente, varios países enviaron en sus delegaciones oficiales a estos JJOO a políticos abiertamente homosexuales. No se puede transigir. Ni con Rusia, ni con los estados musulmanes en los que imperan leyes medievales ni en El Vaticano, que en este aspecto parece compartir homofobia con tan insignes Estados. 

No hay que ceder. Porque en cuestiones de derechos cuando no se avanza, se retrocede. Este hombre no es un corrupto. No es un analfabeto. No carece de experiencia para realizar el trabajo de embajador ante El Vaticano, empleo que por otra parte tampoco suena particularmente emocionante ni atractivo, aunque para gustos están los colores. Pero es peligroso caer en esa lógica según la cual quien ve como normal lo que es sencillamente normal está provocando a quien se rige por prejuicios e intolerancias. En todo caso, es El Vaticano quien provoca a los homosexuales cuando no acepta a Stefanini como embajador por su condición de gay. Conviene no confundir los términos y esperaría que Francia no cediera retirando a su candidato. Porque sería un triunfo del discurso del odio y del fanatismo, ese que el papa Francisco ha abandonado en público pero con el que parece convivir sin problemas en privado.  

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