La arrogancia en política

No sé si es cosa mía, pero últimamente cada vez que me asomo al patio político casi no veo más que arrogancia, prepotencia, autosuficiencia e incluso cierto complejo de superioridad. Quizá es porque este año vivimos en una campaña sin fin. Tal vez se trate de una estrategia común de nuestra clase política de ocultar la falta de ideas en esa actitud tan sobrada de algunos. El caso es que este comportamiento es, más o menos como la corrupción, muy transversal. No hay colores cuando de exhibir chulería y arrogancia se trata. Lo vemos en todos los partidos. Por ejemplo, en UPyD. Su líder, Rosa Díez, es la viva imagen de la arrogancia estos días. Su partido se descompone, avanza a marchas forzadas hacia la irrelevancia, pero una actitud prepotente y egoísta, ella ha decidido que si el partido se hunde, su partido, ella seguirá al frente hasta el final. Incluso aunque quitarse de en medio pudiera salvarlo. Ella lo creó y con ella se destruirá. 

No negaremos que UPyD ha hecho cosas bien ni tampoco el papel que ha jugado en la política española desde su creación. Entre otras razones, porque es el partido que más severamente ha combatido la corrupción en las cajas de ahorro y que con más firmeza ha defendido, cuando aún no habían nacido los nuevos partidos, la regeneración democrática y el fin del bipartidismo en nuestro país. Pero es evidente que la gente, como demuestra cada encuesta en cada región y como no deja lugar a dudas el voto de los ciudadanos andaluces, ya no conecta con la formación magenta. Nadie comprende que Rosa Díez antepusiera su ego al interés común, nacional incluso se podría decir, de unir a su partido con Ciudadanos para las elecciones. Pescan en caladero de votos similar y juntos serían más fuertes, pero a pesar de que Albert Rivera le tiró los trastos en innumerables ocasiones, Díez se negó. Cuestión de egos. De arrogancia. Ahora, Díez lapida a todos los críticos, los últimos en Asturias, antes de caer en la cuenta de que ella es la creadora de UPyD, sí, pero también va camino de ser su destructora. 

Pero la arrogancia, como digo, es transversal en esto de la política. Cómo definir si no a la actitud de Mariano Rajoy, que esta semana en su esperado discurso de arenga ante los suyos en el PP dijo que nada hay que cambiar porque el gobierno y el partido lo están bordando. Pidió a los suyos que se dejen de líos que sólo preocupan a 25 (ahí puede que tenga razón estoy convencido de que a los ciudadanos de a pie les trae sin cuidado el estado interno de los partidos) y que centraran su mensaje en la recuperación económica. Es hermoso este debate, soterrado, silenciado, filtrado, de chismorreo y secretismo, que parece anidar en el PP. Cifras contra realidad. Datos contra piel, que diría Floriano. Economía contra la vida de los ciudadanos, esa que no se mide fácilmente en cifras. 

El presidente no concibe que los españoles dejen de votar a su partido ahora que todos los organismos internacionales auguran un fuerte crecimiento del PIB español, que la prima de riesgo ha dejado de ser un problema y hasta cobramos por colocar nuestra deuda. Pero dentro del partido hay voces, sienciadas, ya digo, que responden que la economía no lo es todo y que a base de datos macroeconómicos el PP, este PP que ha despreciado a tantos sectores de la sociedad, que se ha mostrado extraordinariamente insensible con los recortes, que no ha dado respuestas a los casos de corrupción que le afectan, no ganará las elecciones y seguirá perdiendo el favor de los votantes. Pero Rajoy, arrogante, está convencido de que bastará exhibir un par de gráficos con curvas que vayan hacia arriba para que los españoles caigan rendidos a sus pies. Esto por no romper el lírico debate entre cifras y vidas y entrar en la fragilidad de algunos de esos datos por los que presume el gobierno como, por ejemplo, los del empleo, trufados de trabajos precarios. 

La arrogancia es también un rasgo muy marcado en la personalidad de Luis Garicano, prestigioso economista que es el cerebro en esta materia de Ciudadanos. Garicano no consigue quitarse esa imagen de tipo prepotente, pagado de sí mismo que se rebaja a hablar con la plebe para ilustrarla. De hecho, no parece que tenga la menor intención por esquivar esa imagen. Él es así. No propone, ilustra. No defiende ideas, pontifica. Con esa autosuficiencia de quien está tan convencido de tener razón y de estar rodeado de personas que están por debajo de sus conocimientos que apenas se molesta en no parecer alguien frío, distante, arrogante. 

Seguro que algunas de sus ideas económicas son interesantes, pero ese modo en el que las defiende, creo, provoca distancia con los ciudadanos. Porque no suele gustarle a la gente que le den lecciones, menos aún si se viene con un aire de experto que estudia la realidad española como si fuera un animal de laboratorio. Les pasa a bastantes economistas, esos que no supieron ver venir la crisis: son demasiado creídos. Se quieren mucho, les gusta escucharse y están convencidos de que sus recetas son las mejores y el resto no las aplica sólo porque no están a su altura intelectual. Garicano, por ejemplo, si fue defendiendo que lo mejor sería que Raoy hubiera pedido el rescate para que Bruselas nos pusiera las pilas, palabras casi textuales, porque estos años de crisis han sido una oportunidad perdida para, entiendo, recortar. Tiene un tufillo liberal que echa un poco para atrás, sinceramente. 

Qué decir de Podemos. Su líder, Pablo Iglesias, ha reconocido en entrevistas que su defecto es que puede parecer un tipo arrogante. En efecto, lo parece. Esta formación, en concreto su núcleo duro, da una imagen elitista. Todos profesores universitarios, todos de la misma facultad, casi del mismo aula. También en su caso, dando la impresión de que su proyecto político es un experimento de clase, como los de Garicano en sus prestigiosas escuelas de negocio. Les falta bajar a la calle, a ambos. Iglesias ha dicho que él supone el cambio y Ciudadanos sólo el recambio y se presenta como principal partido de la oposición porque él lo vale. Pura arrogancia

Del PSOE no hemos hablado, entre otras cosas, porque últimamente sale poco en los medios. Claro que, bien mirado, lo preferirán, ya que el PP y UPyD capitalizan la atención mediática por sus líos internos y Ciudadanos por su polémica propuesta de reducir la inversión en el AVE. Pero los socialistas también tienen, no se crean, actitudes arrogantes. Las personifica bien Antonio Miguel Carmona, el candidato socialista a la alcaldía de Madrid, a quien algunas encuestas le sitúan como el tercero más votado, a pesar de lo cual él se ve como alcalde y defiende burlesco, con ese tono chusco tan poco serio, que Aguirre sólo le gana en una encuesta y en el carril bus. Los madrileños seguimos preguntándonos qué hemos hecho para merecer esto. 

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