El legado de Obama

La noticia, no por esperada menos trascendente, llegó el pasado jueves (Jueves Santo) por la tarde, un día del que se esperaba escasa tensión informativa y en el que volvió a quedar demostrado que la actualidad no se va de vacaciones. Irán y el grupo 5+1 (los cinco países con derecho de veto en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, Estados Unidos, Rusia, Reino Unido, Francia y China, junto a Alemania) alcanzaron un principio de acuerdo sobre el programa nuclear de aquel país que deberá ser ultimado y ratificado antes del 30 de junio. Básicamente, este pacto supondrá una reducción drástica del enriquecimiento de uranio en Irán, que además aceptará la supervisión de la actividad en sus plantas, a cambio de la retirada gradual de las sanciones occidentales que atenazan la economía de aquel país. 

Tras anunciarse el acuerdo, el presidente Barack Obama, que ha puesto empeño personal en que el pacto saliera adelante, ofreció una rueda de prensa en la que habló de un entendimiento histórico con Irán. No le falta razón. Tras décadas con las relaciones diplomáticas congeladas, el país del ayatolá Jomeini volverá, en caso de que se ratifique finalmente el pacto, al juego de la comunidad internacional. Es un acuerdo, sobre el papel, bueno para ambas partes y para el mundo entero. Irán logrará un respiro económico con la eliminación de las sanciones y el mundo se garantizará que aquel país no desarrollará la bomba atómica, el gran temor que existía, existe, sobre su programa nuclear. El acuerdo es importante para Obama porque, en caso de llegar a buen puerto, será sin duda parte fundamental de su legado como presidente. 

La segunda legislatura de Obama está cumpliendo a rajatabla lo que dicta la historia de las presidencias en Estados Unidos: el segundo mandato se dedica a construir el legado que el presidente quiere dejar, aquello por lo que pasará a la historia. En caso de que esa presidencia no cuente con mayoría de su partido en las Cámaras, como le sucede a Obama, con una Cámara de Representantes y un Senado dominado por los republicanos, la labor en pos de construir ese legado futuro se centra en política exterior, donde el presidente cuenta con más margen de acción y más poderes. Y aun así, Obama se enfrenta al riesgo de que esa mayoría republicana en las dos Cámaras fuerce nuevas sanciones a Irán o torpedee el acuerdo. 

Obama, que ya hizo historia nada más ser elegido presidente porque es el primero negro de un país en el que, como se ha demostrado en fechas recientes, se mantienen tensiones raciales, está centrando los últimos esfuerzos de su segundo y, por tanto, último mandato, a la política internacional con un enfoque radicalmente distinto al de su antecesor en el cargo. Si Bush reforzó la dañina imagen de un Estados Unidos guardián de las esencias de la sociedad occidental en todo el mundo, con la "obligación moral" de intervenir militarmente en conflictos remotos, Obama, aunque también ha conservado parte de esa lucha global contra el terrorismo, incluso con métodos discutibles cuyo uso se ha disparado durante su presidencia (hablo de los drones), ha intentado escapar de esa concepción soberbia que tanto ha lastrado la imagen de su país en el exterior.

El presidente estadounidense, prematura e incomprensiblemente galardonado nada más llegar a la Casa Blanca con el Premio Nobel de la Paz, dejará dos grandes acuerdos con enemigos históricos de Estados Unidos desde hace décadas, herencias ambas de los tiempos de la Guerra Fría.  Primero anunció un acuerdo con Cuba para reentablar relaciones diplomáticas y comerciales, con el objetivo final de suprimir el bloqueo a la isla bajo el razonamiento de que esta táctica no ha conseguido el objetivo que buscaba, que era derrocar a los Castro del poder. Ahora, Obama se dispone a dejar como legado un acuerdo con Irán que ayudará a que el mundo sea un poco más seguro. 

Por supuesto, no todo en el mandato de Obama es tan positivo. Sin duda, las ilusiones despertadas por el candidato del Yes, we can se han ido diluyendo en estos últimos años. No ha ayudado descubrir, por ejemplo, que su Administración llevaba a cabo un amplio sistema de espionaje de las comunicaciones privadas en Internet, algo que se conoció gracias a las revelaciones de Edward Snowden. Es probablemente el punto más polémico de su mandato, por todo lo que encierra de golpe seco contra la realidad, por esa forma tan brusca de percatarnos de que el presidente que proclamaba el cambio acabó en muchos aspectos siendo arrastrado por las mismas dinámicas que sus antecesores. 

En política doméstica, sus dos grandes legados serán la reforma sanitaria, gracias a la cual muchos millones de estadounidenses que no tenían asistencia sanitaria pasarán a poder disfrutar de ella, y a reforma migratoria, que está en el aire por cuestiones judiciales y por la, hasta ahora, enorme oposición de los republicanos. Será, por tanto, la evolución de estos grandes acuerdos en política internacional los que marcarán el legado de la presidencia de Obama, dedicado ya, sin la presión de unas elecciones próximas por la limitación a dos mandatos de la presidencia, a moldear su figura futura como presidente, aquella por la que será recordado. 

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