De fraudes, milagros económicos y fosas sépticas

El hedor a fosa séptica que desprende la actualidad política (que es casi lo mismo que decir la actualidad judicial) en nuestro país empieza a ser irrespirable. La última gran desvergüenza es el descubrimiento de que Rodrigo Rato, ya saben, el padre del milagro económico español, el insigne economista que presidió el FMI, el brillante político que Aznar habría deseado como sucesor en lugar de Rajoy, el presidente de Bankia, tenía dinero negro no declarado y que regularizó, pero por lo que se ve, no del todo, su situación con la obscena amnistía fiscal. El suyo es uno de los 700 nombres de patriotas que se acogieron a la amnistía fiscal, a ese perdón repugnante del gobierno a quienes no cumplen con Hacienda para meterlos en el redil y perdonarles las faltas, que al parecer están recogidos en una lista de que, de momento, no se desvelarán los nombres. Se sabe que son todos personajes públicos. 

Rato fue acusado de tres delitos y detenido fugazmente el jueves en un episodio que, como luego comentaremos, desprende también un tufo inquietante. De la caída a los infiernos de Rodrigo Rato, siempre presunta, claro, interesa el desmoronamiento brutal, despiadado, absoluto, de quien fue durante tantos años un intocable, un dios de las finanzas (de las personales, podría pensarse ahora que conocemos sus líos y sus negocios en el extranjero). Se nos vendió durante mucho tiempo la patraña de que Rato era el padre de lo que él mismo, o el gobierno de Aznar en su momento, o sus palmeros de ayer y de hoy, bautizaron como milagro económico español. Poco se habla, por cierto, de que en esos tiempos se alimentó desde el ejecutivo la burbuja inmobiliaria, que es en gran medida la responsable de esa engañosa y frágil prosperidad que simulaba tener España, aunque fuera un gigante con pies de barro. 

El PP llegó al gobierno en 1996 con un discurso regeneracionista, combativo contra la asfixiante corrupción del gobierno socialista de Felipe González. Eran los renovadores de la política. Los que no sólo venían para enderezar la economía (aunque fuera a base de privatizaciones de empresas públicas al frente de las cuales luego colocaban a compañeros de pupitre en la infancia de Aznar), sino también a regenerar la vida pública. Tolerancia cero con la corrupción, contaban. Todo ello mientras, según los indicios manejados por la Justicia, los altos mandos del partido cobraban sobresueldos ilegales y la formación mantenía ya, como seguiría haciendo durante dos décadas, una contabilidad B

Rodrigo Rato fue ministro de Hacienda y de Economía. Es decir, fue el encargado de sensibilizar a los españoles con la importancia de cumplir con el fisco, de declararlo todo, de mantener un comportamiento cívico. Y él, que tan intocable se creyó siempre (de algún modo, creo que sólo ahora empieza a creérselo un poco menos, por aquello de que sus antiguos amigos le han abandonado con la vana esperanza de colgarse una medalla de lucha contra la corrupción), resulta que tenía dinero no declarado a Hacienda en el extranjero. No es un político más del PP. No es ni siquiera un exministro más. Es un referente del partido del gobierno, una persona capital en su historia reciente, alguien admirado cuya gestión era faro para el ejecutivo actual. A diferencia de lo que tantos defensores de la gestión económica de aquel gobierno de Aznar proclaman sin asomo de vergüenza estos días, no creo que pueda separarse el indecente comportamiento personal de Rato de su figura de gran político de la que durante tanto tiempo ha gozado

Con Rato pasa como con Pujol, como con tantos otros. Antiguos grandes popes, grandes líderes, referentes de la política española. Ahora descubrimos que los más listos de la clase eran, presuntamente, delincuentes y defraudadores de la peor calaña. De repente caemos en la cuenta de que esos políticos responsables que nos gobernaban formaban un sistema corrupto hasta el tuétano. Con apariencia de altura de miras, de sentido de Estado, de patriotismo, se llenaban los bolsillos a manos llenas. Imposible no sentirse estafado por una chusma de embaucadores, de trileros de feria. Daban lecciones morales. Se dedican, encima, a predicar lo que estaba bien o mal. Mientras, como es el caso de Rato, tenían dinero en el extranjero, un turbio entramado de empresas que ahora investiga la Justicia y, para colmo, mientras, presuntamente, estafaban a los inversores que acudían a la salida a Bolsa de Bankia se aseguraban el uso ilimitado de las tarjetas black con las que pagarse su capricho mientras la entidad que dirigían se hundía. 

Con este caso me ocurrió ayer algo que hacía mucho tiempo que no me pasaba, y es que me obligué prudentemente a no escribir en caliente del tema. Porque la sensación de indignación era tan severa que el artículo habría sido una enumeración de epítetos poco cariñosos hacia quien, con su aire prepotente y chulesco, fue durante tanto tiempo un personaje intocable, poco menos que una leyenda de las finanzas y la política española. Hay casos de corrupción que impactan más y esta caída total de la máscara de Rodrigo Rato es particularmente asombrosa, sobre todo por lo que este señor significaba para tanta gente

Ahora vamos con la otra parte de las fosa séptica, del nauseabundo olor que desprende este tema. Algo extraño hay en cómo se ha organizado y dirigido esta investigación, eso es obvio. Reconozco que me pierdo en las cuitas judiciales y políticas. Hay algo en todo esto, por ejemplo, en que el jueves la prensa llegara a las puertas de la casa de Rato una hora antes que la política, que se me escapa. Pero una teoría posible es que el gobierno haya querido sacar partido de esta situación, aunque sea a costa de sacrificar definitivamente y en plaza pública a una antigua vaga sagrada de su partido, presentándose como el campeón de la lucha contra la corrupción. Caiga quien caiga, la ley es igual para todos, etc. Ya saben. Se trataría de que el gobierno que puso alfombra roja a los defraudadores para regularizar su situación con Hacienda, el que está repleto de presuntos receptores de los sobres en B de Bárcenas, ofrezca la imagen de luchar contra la corrupción y el fraude, aunque el presunto delincuente sea alguien a quien tanto quieren (o querían) como Rato. 

No sé si esta teoría es cierta, pero es evidente que si vimos la imagen de Rato saliendo detenido de su casa es porque quien organizó la operación así lo quiso (hasta esa mano en la cabeza del ex todo entrando en el coche policial en una escena tan cinematográfica, tan bien servida a la prensa). No somos tan cándidos de no ver algo extraño en la sucesión de hechos del registro y posterior detención efímera de Rato. Lo que sí creo es que el gobierno se equivoca, mide mal, francamente mal, el efecto que este caso tan impactante puede tener sobre los votantes. Así como el ejecutivo se cree que los ciudadanos comprarán el discurso de la recuperación económica de la que hablan las grandes cifras, pero no la realidad cotidiana de la gente (precariedad laboral insufrible, paro, miserias...), ahora piensa que se va a aceptar ese discurso prefabricado según el cual el gobierno es implacable contra la corrupción, como demostraría el hecho de que ordenen investigar a Rato, uno de sus padres fundadores. Pero, ¿por qué creen que la gente va a aceptar esa milonga en lugar de recordar el peso tan trascendente que durante tanto tiempo ha jugado este señor en el partido del gobierno? Miden mal, creo, si piensan que este caso les puede beneficiar. Pero, como ellos mismos bien saben por la propaganda de su anterior paso por el gobierno, los milagros existen. Y en España todo es posible...

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