De criticar a la casta a hacerle regalos

Pablo Iglesias tenía ganas de encontrarse con el rey Felipe VI. Le había pedido ser recibido en Zarzuela, pero el monarca no mantendrá reuniones con políticos este año por aquello del intenso calendario electoral, con las municipales y autonómicas en mayo y las generales a finales de año. Ayer, el rey visitió el Parlamento Europeo y a Pablo Iglesias, antiguo azote de la casta, se le iluminó la cara. Podría al fin mantener el encuentro con el rey. No sería igual que una reunión privada pero, bien mirado, debió de pensar, casi mejor. Con su desmedido afán de protagonismo, el eurodiputado y líder de Podemos ingenió el modo de convertir la imagen del apretón de manos entre ambos en foto de portada. Algo que, por otra parte, no habría requerido de peripecias extravagantes, ya que es objetivamente noticioso y jugoso ver juntos al Jefe del Estado con el político que lidera las encuestas de intención de voto en las próximas elecciones generales. 

Por lo que pudiera pasar, sin embargo, Iglesias decidió ir a lo seguro y regalarle al rey un pack de la serie Juego de tronos, con la que da la impresión de que está algo obsesionado. Ha escrito un libro de ella con Tania Sánchez, emplea muchas veces expresiones de la serie en sus intervenciones públicas (en especial esa de winter is coming, para aventurar el fin del gobierno del PP) y ayer se la regaló a Felipe VI para que aprenda mucho sobre política. A Pablo Iglesias ese tono prepotente, con cierto aire de superioridad, no se le termina de ir. Así que ayer quiso ser, a la vez, protagonista, simpático y didáctico con nuestro monarca. Un tres en uno. 

El gesto refleja bien el viaje hacia la vacuidad ideológica y hasta simbólica de Podemos. Entiéndanme, no es que a mí me guste la izquierda clásica que le niega el saludo al Jefe del Estado, como hicieron ayer ERC o Izquierda Unida. Creo que por una cuestión de educación, y al margen de que estés de acuerdo o no con el anacrónico modelo de Estado que rige en España, lo razonable es al menos saludarlo cuando visita el Parlamento Europeo. Pero es cierto que en el gesto de ayer de Iglesias hay un potente mensaje del equilibrismo de Podemos, que ha pasado de criticar con fiereza a la casta a hacerle regalos. No sé quién puede representar más esa casta con la que tanto rellena su discurso con brochazos gordos Pablo Iglesias que una persona que, desde que nació, por el mero hecho de ser hijo de quien es, estaba destinado a ser Jefe del Estado. 

Podemos sigue avanzando a pasos agigantados en su proceso de no asustar a nadie. Se adocena cada día un poco más. No habla nunca abiertamente, ya que estamos con el asunto monárquico, de la república. El 14 de abril, a diferencia de otros partidos de izquierdas que se reconocen como sucesores de la II República, Podemos no hizo ninguna mención a este proceso histórico. Como mucho, lo enmarcan dentro de otros momentos de orgullo patrio, literalmente, como el levantamiento contra los franceses del 2 de mayo de 1808, como hizo Pablo Iglesias en una inclasificable intervención en esa manifestación de apoyo a su partido que organizó a finales de enero. Podemos quiere contentar a todo el mundo. Da por descontado que el voto de izquierdas le llegará, aunque él se niegue a declararse de izquierdas, así que lo que toca ahora es hablar bien de todos, decir en cada lugar lo que la gente quiere escuchar, conscientes de que el nivel de hartazgo es generalizado, pero de que les conviene esconder sus simpatías ideológicas, sus preferencias. Es decir, les conviene no mostrarse tal cual son. 

El regalo al rey es la última demostración de este viraje hacia la nada, hacia el funambulismo más absoluto, del partido de Pablo Iglesias, que en varias entrevistas ha dicho que siente muchos apoyos de, por ejemplo, el ejército y de los ámbitos católicos. Parece que aquí se trata de despojarse de todo lo que pueda dar miedo, llámese ideología distinta a la dominante, llámese como se quiera, para ser el perfecto presidente del gobierno, el candidato ideal, por mejor decir. El que pueda contentar igual a un votante antisistema y a uno que haya podado tradicionalmente al PP pero esté harto de corrupción. Quieren pescar votos en todos los caladeros y para eso nada hay como despistar a la gente y no mojarse jamás en ningún tema. Se sueltan cuatro frases hechas que contarán con el apoyo de la inmensa mayoría de la ciudadanía (lo de gobernar para los ciudadanos, por ejemplo, y no para los poderosso) y a correr. 

Podemos no quiere asustar a nadie y, a fuerza de intentarlo, lo que va a conseguir es que nadie sepa qué piensa sobre ningún asunto. Y, vistas las encuestas, le puede valer. Se trata, por tanto, de borrar su pasado, ese en el que eran asesores del gobierno venezolano, por ejemplo. Pero no sólo. También de hacer regalos al rey y de alabar lo educado que es (le faltó a Iglesias afirmar, un poco sonrojado, que Felipe le había parecido muy campechano) por dar las gracias al recibir el regalo de su serie fetiche. La misión deseable en un partido político, en cualquiera, antes de las elecciones es concretar sus propuestas y lo que piensa sobre todas las cuestiones de actualidad. La de Podemos es exactamente la contraria, ir despojándose de ideas y propuestas, quitarse capas hasta quedar con un esqueleto minúsculo que pueda convencer por igual a votantes de izquierdas y de derechas. De hecho, como saben, no les gusta nada esa expresión. Pero no porque defiendan de forma razonable que se debe buscar el bien común al margen de diferencias ideológicas, no, simplemente por pura estrategia política. 

Cada vez parece más evidente que Podemos es un gran experimento universitario que, desde luego, está triunfando. Un ejercicio de politólogos inteligentes, porque nadie se lo puede negar, decididos a hacer amable al común de los votantes españoles a la izquierda clásica. Pongamos por ejemplo el acto de ayer. Los izquierdistas radicales y peligrosos fueron los de Izquierda Unida, no los de Podemos, que no sólo se alegraron de ver al monarca, sino que incluso le hicieron regalos. Ese es el mensaje que busca construir Podemos. Ocultar la ideología propia me parece feo. Sobre todo si lo que se busca es el poder por el poder, ganar las elecciones a costa de esconder aquello de tus planteamientos políticos que pueda asustar

Escribe hoy Antonio Lucas en El Mundo que a Pablo Iglesias sólom le falta besas a niños en plazas de toros. Ese camino lleva, desde luego. Aquel líder antisistema que parecía hacer tambalear el sistema se ha convertido en un político simpático que suelta de vez en cuando frases destinadas a recibir el aplauso fácil de los ciudadanos que se afila los colmillos para no parecer tan fiero, porque se dedica ya simplemente a intentar ganar las elecciones y no a proponer honestamente y con claridad su proyecto para el país. Por volver a la frasecita de marras de Juego de tronos, sinceramente, el invierno que anuncia Iglesias parece mucho menos gélido para eso que él llama (o llamaba) la casta de lo que cabría esperar hace unos meses.  

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