La campaña andaluza

Encuentro al menos dos ventajas claras de seguir con prudente distancia una campaña electoral, en este caso, la de las autonómicas andaluzas. La primera es por pura salud mental. Si los discursos políticos, por lo general, son ya muy bochornosos, qué decir cuando están en campaña electoral. Alejarse de las sandeces de tirios y troyanos es bastante recomendable. La segunda gran ventaja es que se pueden recopilar en un sólo artículo todos los mensajes endebles y todas las meteduras de pata de los últimos días. Se despachan rápido y hasta las elecciones, aquí paz y después gloria. Dentro de una semana los andaluces elegirán en las urnas la composición de su Parlamento que, según todas las encuestas, estará mucho más fragmentado que el actual, de tal forma que la imagen de arriba, que corresponde al debate a tres entre los candidatos del PP, PSOE e IU (los tres partidos con representación parlamentaria en la región) no volverá a repetirse en la próxima campaña electoral, ya que la mesa estará más nutrida con, al menos, dos nuevos partidos (Podemos y Ciudadanos). 

Lo primera que me llama la atención, desde la distancia por higiene mental ya comentada, de la campaña andaluza es lo mucho que, por momentos, se parece a la campaña perpetua en la que vive Cataluña en los últimos años. Sí, sí. Cataluña. No me negarán que no tiene excesivos parecidos el tono adoptado en algunas ocasiones la campaña en la región más poblada de España con el monotema del independentismo en Cataluña. Nadie ha pedido la independencia de Andalucía, que yo sepa, pero hay un tufillo nacionalista, provinciano si prefieren, bastante evidente. Algo que, por otra parte, no es exclusivo de Andalucía. A nacionalismo suena, por ejemplo, las esperpéntica declaraciones del delegado del gobierno en Andalucía, Antonio Sanz, en las que este afirma que no quiere que gobierne su región un partido llamado Ciutadans y un líder llamado Albert. 

Es un mensaje de azuzar el miedo a los catalanes. Luego el PP se preguntará por qué se hunde en aquella región, por qué hay quien halla un toque de anticatalanidad en el partido. Quizá por la burda estrategia de llamar al partido que tanto miedo les da Ciutadans, cuando su nombre es Ciudadanos. No sólo es infantil y muy estúpido, sino que además esconde una actitud inquietante en quien, se supone, promulga el discurso de la igualdad entre todos los españoles, precisamente, contra los nacionalistas catalanes. ¿Se imaginan qué habrían dicho los responsables del PP, con toda la razón, si algún dirigente de CiU o ERC hubiera afirmado que no quiere un presidente de Cataluña que se llame, no sé, Antonio y no Antoni? Es nacionalismo, rancio y puro. Nacionalismo español. 

También es nacionalismo cutre el que aplica Susana Díaz en muchos de sus mítines electorales. Le falta decir, España nos roba. No lo afirma de forma explícita, pero es el resumen exacto de una de sus ideas centrales: presentar a Andalucía como una víctima del gobierno central a la que se le debe dinero, se le cobran muchos intereses o se le prometieron proyectos que no se han puesto en marcha. ¿Les suena? A mí sí. Me suena, y mucho, al discurso victimista y lacrimógeno de los nacionalistas catalanes. Alentar el provincianismo, el amor al terruño, el ataque al malvado gobierno central. Susana Díaz copia la receta a Artur Mas, o tal parece. Leí hace poco que la campaña de la candidata socialista a la Junta es de corte peronista, y no me pareció una definición descabellada. Deliberadamente, la presidenta en funciones ha montado una campaña personalista centrada en ella misma. Es llamativo que afirmara al anunciar que estaba embarazada que era una cuestión de su vida privada (así es, por supuesto) y que sin embargo la utilice de forma muy descarada en sus actos. 

En cuanto al PP; además del pánico aterrador que sienten por la irrupción de Ciudadanos, quizá lo más curioso de todo en su campaña en torno a Juan Manuel Moreno Bonilla es que en Andalucía el partido que gobierna España puede decir, casi, la verdad, y puede alabar conceptos como el de cambio que, oh dios mío, les resultan aterradores para el conjunto de España. Es divertido ver a Rajoy, por ejemplo, contando lo mal que va todo, los parados que hay, la asfixiante corrupción, las desigualdades sociales... Pero en Andalucía. Es decir, esa realidad que se resiste a ver en el conjunto del país, la observa con gran precisión en  Andalucía. Allí el cambio es necesario y la corrupción que salpica al partido del gobierno resulta insoportable. Pero sólo allí. Si escucháramos las intervenciones de los líderes del PP andaluz en la campaña y quitáramos las alusiones directas al socialismo o a Susana Díaz nos encontraríamos con una definición bastante nítida de todo aquello que va mal en España, pero ellos sólo ven en Andalucía y lo achacan al gobierno del partido de enfrente. Siempre resulta enternecedor e ilustrativo ver a un partido que está en el gobierno hacer campaña en una región donde se encuentra en la oposición. 

Izquierda Unida, mientras tanto, puede pasar, según todas las encuestas, de ser un partido que formaba parte del gobierno de la Junta en coalición con el PSOE a convertirse en una fuerza prácticamente residual. Su pesadilla se llama Podemos y, en el caso concreto de Andalucía, imagino que tampoco le ayudará demasiado haber formado parte de  un gobierno que no se ha desmarcado lo suficiente del escándalo de los ERE y de tanto olor a cerrado que irremediablemente desprende una administración gobernada por el mismo partido durante tres décadas. Es muy similar la situación de IU con Podemos y la de UPyD con Ciudadanos. En ambos casos, ha llegado un partido nuevo a proponer ideas muy parecidas a las suyas, pero que han captado el interés de la gente y les ha arrinconado. 

En el caso de UPyD, por ejemplo, esta semana hemos tenido dos ejemplos del buen trabajo que la formación magenta hace en algunos aspectos: la labor de su diputada Irene Lozano en apoyo de la capitán del ejército Zaida Cantera que fue defenestrada por denunciar el abuso sexual que sufrió y a quien el ministerio de Defensa dio de lado, y su acción contra la desvergüenza en la salida a Bolsa de Bankia y en las tarjetas black. Es UPyD el partido que llevó a los tribunales estos casos y que está haciendo un gran trabajo para esclarecer lo que parece una gran estafa. Pero, sin embargo, a UPyD muchos ciudadanos, con perdón, parecen situarle en el grupo de la política antigua. La imagen más fresca de Ciudadanos, el partido de Albert Rivera, está comiéndole la tostada a la formación de una Rosa Díez de la que ahora la ciudadanía parece quedarse más con la media vida que lleva en política y con sus formas ásperas y algo antipáticas que con sus propuestas al frente del partido magenta que ella fundó y que predicó ideas como el fin del bipartidismo, la reforma de la ley electoral o la despolitilización de la Justicia, que ahora otros partidos propugnan. 

La gran diferencia entre los binomios IU-Podemos y UPyD-Ciudadanos es que en aquel caso es el partido antiguo el que se moría por pactar y el nuevo quien le dio calabazas, mientras que en el segundo fue al revés. Rivera no dejaba de tirarle los tejos a Díez, pero ella, pecando de cierta arrogancia y ego, acallando incluso una corriente interna dentro de su partido que también propugnaba la fusión de ambas fuerzas de centro, se negó. Ahora IU puede bajar mucho en las elecciones autonómica y UPyD, que aspiraba a entrar en el Parlamento, se podría quedar fuera. Mientras, Podemos lograría en torno al 15% de los votos y Ciudadanos, con cerca de un 10%, podría ser decisivo. Andalucía será el primer gran banco de pruebas sobre las, en apariencia, necesarias alianzas que requerirá el nuevo escenario político en España para formar gobiernos estables. Será lo más interesante de unas elecciones que, por ninguno de los contendientes, ha dejado propuestas o ideas particularmente sensatas y sí mucha demagogia y discurso barato. 

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