Lo más sagrado

Dinamarca ha revivido este fin de semana el horror del fanatismo ciego que golpeó a Francia a inicios de año cuando un grupo de asesinos irrumpió a tiros en la redacción del semanario satírico Charlie Hebdo en París. En este caso, el odio de los fundamentalistas islámicos se dirigió hacia un centro cultural (lo dice todo de ellos que ataquen medios de comunicación o centros culturales, la antítesis de su incultura y su fanatismo) de Copenhague donde se celebrara con coloquio sobre sobre la blasfemia y la libertad de expresión que servía como homenaje a los asesinados de Charlie Hebdo. Un joven danés radicalizado de 22 años de edad fue ayer localizado y abatido por la policía, pero antes su odio acabó con la vida de dos personas, un viandante que nada tenía que ver con el acto sobre la libertad de expresión, pero que tuvo la mala suerte de cruzarse con este tipo despreciable, y un hombre que rezaba en una sinagoga, pues en su huida alocada el criminal sembró el terror en un centro de culto judío. 

Esta espeluznante réplica de aquellas horas de dolor y alarma en París devuelven al primer plano la amenaza a la civilización que representan estos seres, no necesariamente miembros de una organización criminal, que se sienten en la obligación de defender sus creencias religiosas a punta de pistola. Estos asesinos que atacan a todos los que consideran infieles, que responden con el crimen a quienes discrepan de su retrógrada concepción de la religión, a los que alzan la voz contra los desmanes y las violaciones a los Derechos Humanos que ampara una determinada forma de entender el Islam, que es minoritaria y que tiene a los musulmanes como sus mayores víctimas. Además, ayer el Estado Islámico difundió otro vídeo macabro en el que muestra el asesinato de una veintena de cristianos coptos. El fanatismo sigue ganando terreno, sigue expandiendo su terror y buscando atenazar a las sociedades avanzadas. Los bárbaros de nuestro tiempo mantienen el pulso a la civilización. 

Es un asunto muy complejo este, como todos los que tocan creencias irracionales, y por tanto, irrebatibles, como las religiones. Quienes miramos este asunto (esta y cualquier otra religión) con descreimiento e higiénica distancia pensamos que se deben respetar todas las creencias religiosas por igual, por supuesto. Pero estamos también en la obligación de defender que las sensibilidades de los creyentes de cualquier confesión religiosa no pueden amordazar la libertad de expresión del conjunto de la sociedad. Que a un musulmán fanático le dé por pegar tiros a un dibujante que pretende denunciar el fanatismo religioso con sus trabajos no demuestra más que lo necesarias y valientes que resultan ciertas viñetas. Porque, en efecto, lo que para el creyente de esta o aquella religión es sagrado, en nada incumbe a una sociedad laica. Si ven delito, que lo denuncien ante los tribunales. Y punto. 

Ayer, en el programa Salvados, Jordi Évole entrevistó en París a un imán perseguido y amenazado por los radicales islámicos. Entre otras cosas, porque este imán defendió la prohibición del uso del velo integral para las mujeres en Francia o porque acudió a la manifestación de cientos de miles de personas proclamando Je suis Charlie. Sus palabras sirvieron para demostrar dos aspectos fundamentales que no deben perderse de vista en este debate. Primero, que las posiciones radicales son minoritarias entre los musulmanes, porque además no tienen cabida en el Corán donde, contó este imán, se recogen muchas ocasiones en las que el profeta Mahoma fue insultado y proclamó al amor a los demás, no responder con el odio. Y segundo, desde una determinada creencia religiosa se pueden reivindicar valores esenciales de la sociedad en la que se viven como la libertad de expresión. 

"No estoy de acuerdo con las viñetas de Charlie Hebdo, porque ofenden lo que para mí es lo más sagrado. Pero para ellos lo más sagrado es la libertad", afirmó este imán. Con estas palabras dio en el clavo de este asunto. Una persona musulmana, fiel a sus creencias, contrariada por esas viñetas que considera ofensivas, pero defensora del derecho de cada cual a expresar sus ideas, sobre todo si con sus trazos inteligentes y críticos se censuran actitudes como las de los terroristas que dicen defender la misma religión que tantos millones de personas en todo el mundo, aunque en realidad la pisotean y la pervierten. 

Decíamos tras el atentado contra Charlie Hebdo y reiteramos ahora que un asesino intentó acabar con la vida del dibujante sueco Lars Vilks, que también es autor de viñetas de Mahoma, que la libertad de expresión tiene límites, si, como todo, pero que estos límites sólo los puede determinar la ley. No la visión cerrada de un fanático religioso. No las doctrinas del odio, del autoritarismo, del desprecio al diferente, de los terroristas islamistas. Que para los musulmanes esté prohibido representar a Mahoma no les incumbe más que a los musulmanes, y a nadie más. No pueden pretender lo contrario. Que para una religión algo sea lo más sagrado, que sobre ello no se pueda discrepar ni comentar nada, es algo que sólo afecta a los que profesan esa creencia, y a nadie más. Porque en una sociedad democrática lo más sagrado son los Derechos Humanos, dentro de los que está la libertad de expresión que estos energúmenos intentan silenciar a tiros o la igualdad entre hombres y mujeres que esta chusma impide con su mentalidad medieval. No podemos olvidarlo. La blasfemia opera para quienes practican una religión. Y punto. Para los demás, lo más próximo a un libro sagrado que tenemos es la Declaración Universal de los Derechos Humanos. 

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