La ficción del debate


El debate sobre el estado de la nación ha ido acompañado siempre de grandes dosis de ficción, empezando por esas mayúsculas tan desmesuradas que se suelen emplear (Debate, Nación) para pretender darle más empaque y seriedad del que realmente tiene. Como en las empresas que ponen cada cargo en mayúsculas, para realzar una grandeza y una gravedad generalmente inexistente. Es, en fin, una gran ficción. El Congreso sirve como teatro y nuestros representantes políticos fingen, simulan, cada cual el papel que le toca. Siempre el gobierno de turno se dedica a explicar a los españoles lo bien que viven, aunque ellos no lo sepan, mientras que la oposición expone un escenario tal que convierte el Apocalisis bíblico en un paraíso terrenal. Los nacionalistas, mientras, preguntan qué hay de lo suyo. 

Es lo que toca siempre. La gran ficción del debate sobre el estado de la nación reside también en la descomunal distancia que, por lo general, muestran los políticos (la mayoría, al menos) respecto al sentir de los ciudadanos. Había un tiempo, cuando éramos ricos y la burbuja inmobiliaria nos permitía creernos que el país era un gigante, aunque no resultaba demasiado complicado intuir que tenía los pies de barro, en el que las chiquilladas aquellas de establecer quién ha ganado el debate entre el presidente del gobierno y el líder de la oposición incluso divertía o atraía, al menos, a parte de la población. Era algo simpático, si me apuran. Al menos no era el bochornoso espectáculo de los últimos años. Lo cierto y verdad es que el debate no interesa a nadie, o a casi nadie. No sé si eso habla mal de nuestra clase política, de nosotros como sociedad o de todos. Quizá esta última opción, porque al fin y al cabo esos tipos que sobreactúan en la tribuna del Congreso están ahí porque les hemos votado. Pero el caso es que el debate es una ficción de las malas, de las carentes de ritmo e interés para el espectador. 

Por tanto, no es del todo nuevo que el debate sea una construcción ficticia. Pero este año sí hay una novedad importante que aporta mayor surrealismo a este pleno, que pomposamente siempre se ha considerado el más importante de cada año, junto al de la aprobación de los presupuestos. El protagonista de Birdman es un actor que dio vida a un superhéroe en dos cintas de una exitosa saga que está en horas bajas y busca reencontrarse estrenando una obra de teatro, pero le persigue ese personaje del hombre pájaro. Tanto le persigue que cree mantener algunos de sus poderes. Pues bien, el bipartidismo en España recuerda mucho a ese actor deprimente al que da vida Michael Keaton en la película de Iñárritu. PP y PSOE viven atrapados en el personaje que fueron, en una realidad que ya no existe, se ha esfumado, sólo que el vuelco aún no ha sido del todo refrendado en las urnas. Ellos siguen pensando que son los dos partidos principales del país, las dos únicas alternativas de gobierno, las dos formaciones que se reparten un 80% de los votos, el centro de la política española. Pero, al igual que el hombre pájaro de Birdman, eso ya es sólo una burda ficción. Una mentira que se cuentan. 

Este debate sobre el estado de la nación será el último de la legislatura, pero tal vez no sólo. Quizá sea, a eso apuntan el hartazgo de la ciudadanía y todas las encuestas, el último de una era. El último del bipartidismo, en su deprimente decadencia. Así que el debate será ya totalmente ficticio. Todos los grupos de la Cámara harán como que no saben que dos formaciones emergentes (Podemos y Ciudadanos) están sabiendo atraer el descontento ciudadano. Todos fingirán que la realidad política española actual es la representada en el Congreso, tal y como la configuró el voto de los españoles en 2011, pero ni siquiera se le asemeja. 

El PP, por ejemplo, se dedicará a demostrarnos que, aunque aún no nos hayamos dado cuenta, hemos aparcado ya la crisis y que somos nosotros los que no sabemos verlo. Complicada tarea esa de intentar convencer a tantos ciudadanos que siguen en paro o lo siguen pasando mal (porque las penurias económicas no quedan reservadas sólo a quienes no tienen empleo, sino a muchos que cuentan con un trabajo precario) de que, en realidad, España va bien y estamos siendo la locomotora de Europa. Ellos en sus encuestas ven que siguen ganando y con eso parece bastarles. De la corrupción, ya tal, como diría el presidente. 

Qué decir del PSOE. Pedro Sánchez simulará ser el líder de la oposición, la alternativa real al gobierno, aunque muchos sondeos le sitúen en la tercera plaza por detrás del PP y Podemos. No se trata sólo de lo que digan las encuestas, basta con la evidencia comprobable en la calle de la futilidad y la intrascendencia de los socialistas, incapaces de plantear una alternativa seria a los ciudadanos y de deshacerse de la decepción a tantos votantes de izquierdas en la última legislatura de Zapatero. El producto de marketing que lidera el partido centenario no parece ser suficiente para atraer a los ciudadanos. 

Pero aquello de simular normalidad no será exclusivo en el Congreso de los dos grandes partidos. Izquierda Unida, por ejemplo, intentará actuar como si Podemos no le hubiera arrebatado buena parte de su electorado, como si no existiera un terremoto interno entre quienes se aferran a las siglas y los que ven marcharse los votos a chorros y defienden unirse a la formación de Pablo iglesias. Por su parte, Rosa Díez, rehén ya de su propio personaje histriónico, simulará que UPyD representa la tercera vía en la política española. Papel que, volvemos a las encuestas, parece representar cada vez más Ciudadanos. La formación de Albert Rivera será la otra gran ausente del debate sobre el estado de la nación. Los sondeos le dan un 10% de votos a este partido que, claramente, mucha gente (y no me refiero sólo a ciudadanos de a pie, precisamente) está empujando y dando aire porque considera que es una opción regeneradora que se puede anteponer a la ruptura representada por Podemos. 

Así que el debate sobre el estado de la nación, que empieza hoy a las doce del mediodía con el discurso de las piruletas y "los chuches" de Mariano Rajoy, el de la recuperación económica y los brotes verdes, será este año más ficticio que nunca. Porque quienes están llamados a jugar un papel decisivo en la política española en el futuro no están representados en la Cámara y quienes la dominan, el bipartidismo malherido, seguirá jugando a que todo sigue igual, a que ellos dos, pese a sus aparentes cuitas, son la estabilidad, que derribar esta alternancia que tan bien nos ha ido (no hay más que ver la ausencia de casos de corrupción y la minúscula cifra de paro) sería un caos. Se veía venir y hoy, al fin, lo hemos conseguido. El Congreso será un teatro donde se representará una fábula que nada tiene que ver con la realidad del país que representa. Que empiece el espectáculo. 

Comentarios