Sabina

Una buena amiga y yo compartimos auténtica devoción por Joaquín Sabina que resumimos con la hipérbolica frase "Sabina es dios". Nada amigos de las religiones, podríamos decir que el sabinismo es una de nuestras creencias más asentadas. Evidentemente, poco tiene el maestro jienense (y madrileño de adopción) de divino. Y eso es lo que nos gusta de él. Sus letras hablan de excesos, de tugurios, de desengaños, de malas compañías (las que son las mejores), de amores y desamores, todo ello con versos incendiarios, con poesía tormentosa y canalla, cínica y sabia. Todo en sus letras es muy humano, extraordinariamente humano. Y fue un momento humano, emotivo, especial, el que más se recordará del concierto de ayer de Sabina en Madrid tras cinco años sin actuar en los escenarios de la capital. Andaba el poeta por la mitad de su actuación cuando cedió el testigo a Jaime Asua primero (quien interpretó El caso de la rubia platino) y a Pancho Varona después (Conductores suicidas). Todo ello sin el maestro en el escenario. A su regreso, en mangas de camisa y muy pálido, explicó que había tenido un desvanecimiento (recordó a Pastora Soler y sus episodios de miedo escénico). Llegó entonces el aplauso más largo y sentido del público, 14.000 almas entrega a Sabina desde su arrollador comienzo con Ahora que, Yo me bajo en Atocha y 19 días y 500 noches, de seguido. 

Inevitablemente, ese momento, que el juglar moderno, el mago de las palabras, el maestro de la poesía, el autor de las bandas sonoras de tantas vidas de distintas generaciones, achacó a "el exceso de ganas por hacerlo bien ante mi gente de Madrid" marcó el concierto. Sabina tuvo que anular los bises que tenía preparados porque, confesó, "no me encuentro nada bien". Con todo, fue una noche memorable. No ya a pesar de ese momento, sino también por la grandeza que mostró Sabina entonces, volviendo al escenario después de la indisposición. "Son cosas que pasan, pero no deberían pasar. Lo siento", nos dijo. El poeta lo dio todo anoche. Tras una gira de 26 conciertos en 58 días por tierras latinoamericanas, al maestro le pudo en un momento la presión por cantar en Madrid. Pero no fue decepcionante ni triste, más bien todo lo contrario, el concierto de ayer. 

El comienzo, como digo, fue insuperable. La gira recuerda los 15 años del disco 19 días y 500 noches, el más exitoso de todos los suyos, y comenzó el concierto precisamente con la canción que da inicio a ese disco, Ahora que. Apareció ante el público madrileño un Sabina espléndido, con su inseperable bombín, con mucha energía y con muy buena voz. Salió entregado al público y así lo recibió un abarrotado Palacio de los Deportes de Madrid (ahora llamado Barclaycard Center, por aquello del patrocinio). Tuvo guiños Sabina con el público durante todo el concierto. Habló del por qué de esta gira, 15 años después del lanzamiento de 19 días y 500 noches. "En mi casa nunca se escuchan discos míos antiguos, ni tampoco moderno. Sólo se escucha buena música", soltó. Para después decir que, tres whiskys mediante, pensó que no era tan mala la idea que le proponía un amigo argentino porque el noventa y tantos por ciento de las canciones del disco ("viejas verdes") han envejecido razonablemente bien. 

Y ahí estaba Sabina, dispuesto a compartir las canciones de su memorable disco. Sonaron A mis cuarenta y diez, Donde habita el olvido, Una canción para la Magdalena, Barbi Superstar, Pero qué hermosas eran, Noches de boda... Pero también otros temas indispensables (nos ha regalado tanta poesía, que es imposible abarcarla toda en una noche) como Y nos dieron las diez o Más de cien mentiras. El maestro también nos presentó una bella versión de It ain´t me babe, de Bob Dylan, sin el que, dijo, no habría empezado a escribir canciones. El recital dejó muchos momentos mágicos. Uno de ellos, ya en la parte final, el modo poético y magistral con el que Sabina presentó a todos los músicos que le acompañaron en el escenario. 

Cerca de dos horas, a pesar de todo, estuvo Sabina en el escenario. Nunca antes lo había visto en concierto. Adoro sus canciones, sus letras, que son poemas canallas, astutos, pícaros, inteligentes, retorcidos, insuperables. Canta en uno de sus temas que siempre quiso escribir la canción más bella del mundo y muchos pensamos que la ha escrito más de una vez. Con canciones de Sabina hemos amado, hemos reído, hemos llorado. Con él hemos crecido unos y han madurado o envejecido otros. Con él se enamoran de la poesía los más jóvenes. La edad del público asistente ayer iba desde niños acompañados de sus padres hasta personas de la tercera edad. Sus canciones, sí, han envejecido bien. Tanto que siguen reflejando como ninguna esta absurda y gozosa experiencia que es la vida. Es tanta la gratitud debida a Sabina, que ayer cuando sufrió la maldita indisposición ("he tenido un Pastora Soler", contó) no era decepción ni mucho menos enfado lo que sentíamos, más bien tristeza por el poeta que ha puesto versos a nuestros sentimientos, por el que nos sigue emocionando. 

Ahora existe la duda de si Sabina podrá ofrecer o no el concierto del próximo martes. Vendió las entradas para el recital de ayer en una hora y entonces decidió doblar su presencia en Madrid. Ojalá se recupere el maestro y pueda compartir con otras 14.000 personas entregadas sus letras, su voz rota, gastada de excesos y vida, de ironía y cinismo. De grandeza. La que sólo tienen unos pocos elegidos, la que derrocha el maestro jienense. Ayer lo vimos llorar, nervioso por sus deseos triunfar en casa. Lo hizo. Nos regaló una de esas experiencias inolvidables que, como sus canciones, tienen también momentos nostálgicos, melancólicos, del tiempo que pasa, Sí. Sabina sigue siendo el rey. El sabinismo sigue siendo una creencia extraordinariamente satisfactoria. 

Comentarios