Notable discurso real

El rey Felipe VI se estrenó esta Nochebuena en el clásico discurso navideño a la nación y lo hizo alejándose, en forma y fondo, de los últimos mensajes de su padre. Fue mucho más directo, transmitió de forma más convincente (se ve que el rey se ha empleado a fondo para dar una imagen fresca, del buen comunicador que nunca fue, pero en este discurso pareció, tal vez asesorado por la reina), tanto por sus palabras, mucho más claras que lo que acostumbraba don Juan Carlos, como en sus gestos, empleando sus manos y la expresión de su cara para enfatizar sus mensajes. Alejado de elipsis y de sobreentendidos, el rey fue claro. Habló con contundencia de la corrupción, primer asunto al que se refirió, de las tensiones soberanistas en Cataluña y del desempleo, donde marcó distancias de forma evidente con el triunfalismo del gobierno.

No fue, sin embargo, un discurso perfecto porque al monarca le faltó concreción en el apartado de la corrupción para hablar sobre el caso Noos. No hubiera sido necesario hablar directamente su su hermana o de su yerno, pero sí incluir a la institución que él representa dentro de las partes del Estado que se ven dañadas por esta lacra. Horas antes de emitirse este mensaje se había conocido que el juez Castro llevaba a juicio a la infanta Cristina, hermana del rey, por presuntos delitos. El monarca debería haber dejado más claro que en su contundente discurso contra la corrupción incluía aquellos escándalos que le tocan más de cerca. Paradójicamente, el rey sólo fue impreciso en aquello donde, sobre el papel, más influencia tiene, los presuntos delitos su hermana. Hubiera bastado con añadir "también a los casos que afectan a la monarquía", por ejemplo, para que su discurso hubiera sido redondo y mucho más convincente. 

Por lo demás, creo que el rey llegó tan lejos en su mensaje como puede. No es más que un discurso, tampoco se puede esperar demasiado de él. Un discurso de un Jefe del Estado sin poderes reales en la Constitución más allá de la representación del país. Y, sin embargo, el mensaje sonó mucho más cercano a la calle que lo que estábamos acostumbrados en los últimos años. Parece evidente el esfuerzo del monarca por acercarse a los problemas reales de los ciudadanos y por dar una imagen renovada de la Jefatura del Estado. Por su lenguaje, por su forma de expresarse, por la propia escenografía, con una apariencia menos formal y por los temas elegidos. Dicen las encuestas del CIS que la corrupción es uno de los problemas que más indignan a los españoles y el rey comenzó por esa lacra su mensaje. Felipe VI reconoció, con claridad, el estado de la cuestión al señalar que "las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público, provocan, con toda razón, indignación y desencanto". 

El monarca ha hecho de la regeneración, de la necesidad de buscar referentes morales, de la búsqueda de razones que lleven a ilusionar a la población, el eje central de sus intervenciones públicas desde que asumió la Jefatura del Estado. Quizá nunca con tanta claridad como ahora el rey habló en su discurso de Nochebuena de este asunto. Y lo hizo, al igual que en los otros asuntos abordados, eligiendo palabras que lleguen a la gente, llamando a las cosas por su nombre. Por ejemplo, cuando don Juan Carlos mandó un recado a Urdangarin habló de actitudes "poco ejemplares". Bien, ahora Felipe VI es mucho más claro. "Los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos; que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública; que desempeñar un cargo público no sea un medio para aprovecharse o enriquecerse; que no se empañe nuestro prestigio y buena imagen en el mundo", dijo. Por eso llamó a "cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción". 

Después de expresar su firme actitud sobre la corrupción, que habría sido mucho más creíble de haber mencionado expresamente a los casos que salpican a la monarquía, el rey habló de la situación económica. De nuevo, siguiendo la línea de preocupaciones ciudadanas que recogen todas las encuestas. Junto a la asfixiante sensación de corrupción, de impunidad, de hedor en las administraciones públicas, la otra gran preocupación de los españoles es el paro. El rey reconoció que los indicadores macroeconómicos mejoran en España y también que nuestras empresas son punteras en muchos sectores. Pero huyó de la complacencia y el triunfalismo del gobierno al recordar que la tasa de paro sigue siendo inaceptable

En lo referente al empleo, el rey se mojó. También más de lo que estábamos acostumbrados en los discursos de su padre. Dijo Felipe VI que "la economía debe estar siempre al servicio de las personas". Indicó que es imprescindible crear empleos "y en especial, empleos de calidad". Llamó a "proteger especialmente a las personas más desfavorecidas y vulnerables. Y para ello debemos seguir garantizando nuestro Estado de Bienestar, que ha sido durante estos años de crisis el soporte de nuestra cohesión social, junto a las familias y a las asociaciones y movimientos solidarios". Así, el monarca pidió a los agentes sociales y a los responsables públicos que trabajen por la creación de empleo. 

Preciso fue el rey el tercer gran asunto abordado en el discurso, quizá donde su intervención fue más redonda, prácticamente impecable. "Quiero referirme ahora también a la situación que se vive actualmente en Cataluña". Así comenzó Felipe VI a hablar de la tensión soberanista en Cataluña. De nuevo, dejando atrás tópicos, eufemismos o elipsis. Llamando a las cosas por su nombre. La posición que defendió el rey sobre Cataluña, y en general la actitud que está manteniendo en los últimos meses, es la que muchos desearíamos ver en el gobierno central. La actitud de tender puentes, de remarcar lo que nos une, de escapar de la confrontación. "Nadie en la España de hoy es adversario de nadie", recordó el rey. 

El monarca habló del respeto a la Constitución, como viene haciendo machaconamente el gobierno central ante las reclamaciones del ejecutivo catalán y de una parte considerable de los ciudadanos de aquella región, pero no se quedó ahí. Fue más allá. En este punto su discurso alcanzó las más altas cotas de profundidad y calidad cuando dijo que "no se trata solo de economía o de intereses sino también y sobre todo, de sentimientos". Habló de los lazos que nos unen, de la fuerza que dan las diferencias, la pluralidad. "Los desencuentros no se resuelven con rupturas emocionales o sentimentales. Hagamos todos un esfuerzo leal y sincero, y reencontrémonos en lo que nunca deberíamos perder: los afectos mutuos y los sentimientos que compartimos", afirmó. 

En la parte final de su discurso el rey habló del relevo al frente de la Jefatura del Estado y de cómo se ha sentido, dice, querido y respetado desde que llegó al trono. También mencionó brevemente a la Unión Europea para concluir con otra de las ideas fuerza de sus últimas intervenciones: la ilusión. Dijo que nuestro país se enfrenta a retos complicados, pero también afirmó que "los vamos a superar, sin duda". "Esa es la clave de nuestra esperanza en el futuro. La clave para recuperar el orgullo de nuestra conciencia nacional: la de una España moderna, de profundas convicciones democráticas, diversa, abierta al mundo, solidaria, potente y con empuje. Con ese mismo empuje y con el ejemplo con el que vosotros afrontáis vuestro día a día luchando ante las adversidades intentando progresar, procurando mejorar honestamente vuestra vida y la de vuestras familias", indicó. Para terminar  un mensaje de altura y novedoso felicitando las fiestas en los cuatro idiomas oficiales del país.

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