El paro, esos hilillos de plastilina

Esta semana hemos tenido tres ejemplos de cómo los políticos (muchos políticos, diremos para no generalizar injustamente) viven en mundos paralelos, en burbujas que nada tienen que ver con la realidad. Por respetar las jerarquías, algo que parece que no ocurre con las escalas salariales en la Administración púbica (llamativo que la ley de transparencia sólo nos haya dado para debatir sobre lo que cobran nuestros gobernantes), empezaremos con Mariano Rajoy. El presidente del gobierno, suponemos que atrapado ya por el espíritu navideño, contó el otro día en un encuentro con empresarios que "en muchos aspectos, la crisis es historia del pasado". Probablemente su audiencia en aquel evento coincidiera con la apreciación de Rajoy. Podría probar a afirmar tal cosa a la gente de la calle, aunque esto suene demagógico. Tal vez hallaría interesantes matices a su aseveración. 

Muchos políticos, como digo, viven en sus mundos paralelos y de ahí no salen. Ellos ven otra realidad distinta a la que aprecian los ciudadanos. Por supuesto, no hace falta decir que ojalá el presidente tuviera razón y la crisis fuera historia del pasado. No seré yo quien forme parte de los que orientan sus expectativas sobre la marcha de la economía del país en función de quien esté gobernando. De eso el propio Rajoy sabe un rato. Cuando era oposición y ellos decían a los diputados de otros partidos en el Congreso, "dejad que se hunda el país, que ya lo rescataremos" (Montoro dixit). Nada más lejos de mi intención adoptar la estúpida postura de quien se niega a reconocer méritos o incluso a valorar datos objetivos porque quien esté en el gobierno no me caiga bien. Eso pasa mucho en España. Demasiado. La actitud del cuanto peor, mejor. Se ve en la oposición siempre. Los buenos datos son minusvalorados y se pone el acento en los malos, de tal forma que a veces uno duda de si en realidad lo que les mueve es el interés general o el partidista (en realidad uno duda más bien poco, ya me entienden). 

Por tanto, no. No es esta crítica a la fábula que Rajoy contó el otro día basada en motivaciones partidistas. Básicamente, además, porque el resto de partidos del país me convencen casi tan poco como el que gobierna. Es una crítica de hartazgo por la sideral distancia que adoptan los gobernantes de lo que de verdad sucede en la calle. El presidente de un país con una tasa de paro del 24% no puede, bajo ningún concepto, afirmar que la crisis es cosa del pasado o que estas serán las primeras navidades de la recuperación. No puede. Sé que se acercan las elecciones y al PP le empieza a urgir vender logros de su gestión. Pero eso no puede pasar por obviar el mayor problema que afecta al país, el inmenso drama del paro. 

Entristece escuchar a Rajoy reconocer que, bueno sí, tenemos ese asunto del desempleo. Poco menos como si fuera una minucia. Nadie es perfecto, parece contarnos. No pidáis paraísos. España va a crecer al 2% el próximo año, la prima de riesgo ha bajado, el país se financia más barato que nunca en la historia, las exportaciones siguen tirando. No vengáis a fastidiarme con esa tontería del paro. El desempleo es hoy para Rajoy como las manchas de fuel del Prestige, unos hilillos de plastilina sin importancia. Al entonces ministro no le agradaba que esas imágenes de petróleo contaminando la costa gallega enturbiaran más de la cuenta el escándalo sobre el hundimiento del barco y la pésima gestión de aquella tragedia medioambiental y ahora no quiere que la realidad del paro estropeé su obra de gobierno. Pero ni entonces los vertidos de crudo eran hilillos de plastilina ni ahora las escandalosas cifras del paro son una cuestión menor que se pueda obviar para afirmar con tal soltura que la crisis forma parte del pasado. 

Pero decía que esta semana hemos tenido otros dos casos paradigmáticos de cómo muchos gobernantes viven en su mundo propio. El ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, personaje que en algunos aspectos parecería chapado a la antigua ya en el siglo pasado, no digamos en este, ha vuelto a hablar del drama de la inmigración irregular. Y lo ha hecho con una falta de sensibilidad tal que demuestra que él está en su burbuja. El señor ministro, tan ultracatólico él, dijo que se hace mucha demagogia con la inmigración. Que aquellos perroflatuas que defiendan los Derechos Humanos de las personas que intentan entrar en España deberían mandarle una dirección donde estén dispuestos a dar alojamiento y trabajo digno a los inmigrantes. Que no acepta que le den lecciones de humanitarismo. Lo dice él, que coloca unas cuchillas en lo alto de la valla de Melilla para desgarrar la piel de quienes, desesperados, buscan una vida mejor en España. 

Al igual que Rajoy habla del paro, con la boca pequeña, molesto por que minucia tan insignificante malogre su labor de gobierno, Fernández Díaz cuenta que siente lástima por los pobres inmigrantes irregulares que intentan entrar en España. Suenan poco creíbles. Hablamos de un ministro que justifica las expulsiones en caliente y que ha decidido solventar el peliagudo asunto de su ilegalidad, tachán, legalizándolas. Hablamos de un ministro que no ha dado explicaciones por la muerte de personas a las que la Guardia Civil disparó bolas de goma mientras, al borde del desfallecimiento, intentaban llegar a nado a la costa española. Hablamos, en fin, de un ministro que ha justificado las imágenes de brutales agresiones de agentes a personas inmigrantes. 

Último ejemplo de políticos que viven en su burbuja, o en su ático aislado del mundo, quizá sea más apropiado en este caso. Ignacio González, presidente de la Comunidad de Madrid, ha dicho que en Madrid los niños no pasan hambre y que su problema es la obesidad. Es decir, los profesores que denuncian que muchos jóvenes llegan a la escuela sin desayunar o los voluntarios de los bancos de alimentos que reparten comida a familias que no tienen otro modo de subsistir se han puesto de acuerdo para conspirar contra el señor presidente de la Comunidad, porque aquí los niños, todos, no sólo no tienen problemas de malnutrición sino que se están cebando como gorrinos. El señor González, difícil encontrar tanta ineptud y chulería juntas, respondía así a una petición de la oposición en la Cámara regional para que los comedores de las las escuelas abrieran en navidades. Negar una realidad, debe de pensar González, es la mejor forma de combatirla. Si no acepta que hay niños que pasan hambre en Madrid, asunto arreglado. España. Ese país en el que sus gobernantes desprecian el paro, el respeto a los Derechos Humanos y la malnutrición infantil como asuntos menores. Y luego se llevan las manos a la cabeza por perder votos a chorros. 

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