La normalidad de Francisco

No son sólo gestos y declaraciones rompedoras. No es sólo un mensaje transformador, radicalmente distinto al de sus antecesores y al de la jerarquía católica en los últimos años. El papa Francisco también trae una nueva actitud. La firmeza del pontífice en sus intervenciones públicas concuerdan con su forma de actuar. Predica la ejemplaridad y la austeridad porque la practica. Censura con contundencia los repulsivos casos de pederastia en la Iglesia porque, al contrario que muchos en la élite eclesiástica, los persigue en lugar de censurarlos. Sí, parece que el papa Francisco es capaz de meter a la Iglesia en el siglo XXI y de remover rancias y odiosas prácticas que hasta ahora han sido comunes. Hablo del caso de la trama de pederastia en la que hay diez curas granadinos implicados. Una de las víctimas de estos repugnantes delitos escribió una carta al papa Francisco para denunciar la situación y él en persona tomó las riendas de la investigación de un caso que ya ha llegado a la Justicia civil, donde deberán castigarse los presuntos delitos, y que además ha obligado a la Conferencia Episcopal española a pedir perdón. 

Un joven de 24 años que sigue ligado al Opus Dei envío una carta al papa Francisco para denunciar los abusos sexuales a los que le habían sometido en la infancia unos sacerdotes de Granada. El papa, horrorizado por lo que cuenta el joven en la carta, hace algo bien distinto a lo que han venido haciendo muchos obispos y gerifaltes de la Iglesia: reconfortar a la víctima, mostrarle su apoyo e investigar el asunto. Es decir, nada de encubrir a los presuntos abusadores. Nada de hacer sentir soledad a las víctimas. El papa actúa como debe. Coge el teléfono y llama a la víctima. Le dice que es "el padre Francisco", tal es su modestia, y se pone a su disposición. Lo primero que hace es pedirle perdón por los abusos a los que unos desalmados con sotana le sometieron presuntamente. Después le pidió que viajara a Roma para contarle más detalles sobre este caso. El papa actuó y presionó al arzobispado de Granada para intervenir y no encubrir a los presuntos pederastas. 

Este joven, víctima de abusos sexuales por parte de un párroco en el que confiaba, al que admiraba y seguía como referente espiritual, denunció los abusos a las autoridades eclesiásticas de Granada antes de escribir al papa. Por toda respuesta, la víctima recibió una carta en la que se le pedía silencio. Nada hay más repugnante y odioso que abusar sexualmente de menores, pero este grave delito aún se vuelve más nauseabundo cuando los superiores de los presuntos agresores se ponen de su lado y no del de la víctima. Cuando deciden encubrir los abusos y guardar silencio. Cuando optan por hacerle la vida imposible a la víctima y no al abusador. Cuando callan para tapar el escándalo en lugar de actuar con firmeza y llevarlo a los tribunales. Callaron las autoridades religiosas de Granada. Buscaron silenciar esta denuncia, que lamentablemente no es un caso aislado, pues ha destapado toda una red de abusos contra menores. 

Francisco José Martínez, obispo de Granada, está contra las cuerdas porque, a diferencia de lo que han sido habitual en la Iglesia en los últimos años, en El Vaticano ahora hay una persona que no está dispuesta a silenciar los casos de pederastia, que no tolera que se proteja a los presuntos abusadores, que no acepta remedios para que el escándalo no salga a la luz. El papa Francisco telefoneó una segunda vez a la víctima hace unos días para pedirle perdón por dos motivos. El primero, de nuevo, por los abusos que había sufrido. Y el segundo, por la falta de contundencia con la que estaba actuando el obispo de Granada. Toda la firmeza que impone el papa Francisco es la que no ha tenido el señor Martínez, célebre, entre otros asuntos, por editar el libro Cásate y sé sumisa en el que se recomienda a las mujeres a ser buenas esposas, seres gregarios de sus maridos y amas de casa que mantengan la familia unida y perdonen infidelidades al padre de familia. 

El obispo de Granada sólo actuó, y tarde, contra los presuntos autores directos de los abusos sexuales, pero no contra los encubridores de estos delitos. Ayer se reunió la Conferencia Episcopal y su nuevo portavoz, José María Gil Tamayo, afirmó que este órgano se había enterado de los casos de pederastia en Granada a través de los medios de comunicación y no por el obispo, afanado al parecer por ocultar hasta el final el escándalo. También hizo algo que debe ser lo primero, pero que no lo ha sido estos últimos años: pedir perdón. "Lógicamente tenemos que pedir perdón a los más débiles, a las víctimas", afirmó, para añadir que "las víctimas son lo primero. Tolerancia, cero. Y que esto nos ayude a una mayor concienciación y que esto se erradique y se evite". Sé que esta actitud es la lógica, que no hay nada del otro mundo en estas afirmaciones ni en la actuación del papa. Pero como tan poco tiene que ver con lo que han hecho, y todavía hacen, muchos dirigentes de la Iglesia católica con los casos de pederastia, justo es reconocer este paso hacia la normalidad, hacia lo que siempre tuvo que ser el comportamiento de la jerarquía católica ante tan inmorales prácticas. 

Comentarios