Atrocidad en Jerusalén

La realidad se encarga de disipar cualquier mínima esperanza en Oriente Próximo. Ayer, dos radicales palestinos atentaron contra una sinagoga en Israel arrebatando la vida a cuatro personas, todas ellas rabinos. La policía israelí mató a los dos terroristas y esta madrugada ha fallecido un policía por las heridas recibidas en el tiroteo contra los asesinos. Un brutal atentado, todos lo son, que además adquiere una gravedad, si cabe, mayor al producirse en un lugar de culto. Independientemente de cual sea la religión que profese (o deje de hacerlo) cada uno, creo que irrumpir en un lugar donde alguien está rezando a su dios es una atrocidad repugnante que demuestra el fanatismo y el odio de quien ha cometido tal vileza. Ayer, el grupo palestino Hamas celebró el atentado mientras que Abu Mazen, presidente de la Autoridad Nacional Palestina, lo condenó. Aun así, Israel responsabilizó al líder palestino del ataque y su primer ministro, Benjamin Netanyahu, afirmó que el país responderá con mano dura al ataque. 

La tozuda realidad nos muestra, en efecto, que hay grupúsculos radicales en ambos bandos, israelíes y palestinos, empeñados en poner aún más difícil, si es que eso era posible, la posibilidad de alcanzar un acuerdo de paz y convivencia en la zona. El ataque de ayer, obra de fanáticos palestinos, resume bien los aspectos más delicados de este conflicto. El odio al diferente, los choques religiosos, la confrontación en medio de una ciudad santa para las tres religiones monoteístas. El desprecio por la vida humana del contrario. El fanatismo más salvaje y nauseabundo. Un crimen atroz como este, el secuestro de tres jóvenes israelíes, provocó hace unos meses una brutal y desproporcionada campaña militar de Israel contra la franja de Gaza. Alcanzado un alto el fuego, ahora este atentado enciende de nuevo las alarmas. 

Este intolerable atentado contra los cuatro rabinos en una sinagoga de Jerusalén ha conmocionado, como es natural, a la sociedad israelí y nos ha enseñado lo peor del ser humano en las celebraciones de algunos, quiero pensar que grupos minoritarios, en territorio palestino y en las declaraciones de Hamas festejando la hazaña de asesinar a personas inocentes y desarmadas en su lugar de culto. Abu Mazen, máxima autoridad palestina y persona moderada, lo tiene cada vez más difícil para convencer al mundo de lo que, por otra parte, es cierto, que los radicales fanáticos que cometen estos viles atentados no representan al conjunto del pueblo palestino. Hamas es, sin duda, uno de los más execrables y tiránicos enemigos de los palestinos, porque con sus acciones, o con la comprensión que muestra ante secuestros y asesinatos de mentes vacías que ellos (y algunas actitudes intolerables de las fuerzas armadas israelíe) se encargan de llenar de odio, dificulta el necesario entendimiento entre dos pueblos. Abu Mazen condenó "el asesinato de civiles, sea quien sea quien lo haga", en especial  por atacar "a fieles judíos en el lugar de oración". 

La reacción del primer ministro israelí es poco alentadora. El dolor y la rabia por tan repugnante crimen es algo lógico, pero sería deseable que las máximas autoridades israelíes no se dejaran llevar por esos sentimientos. Sucede que en Israel también hay sectores más radicales, defensores de la mano dura, aquellos a quienes lamentables atentados como el ocurrido ayer en Jerusalén les dan, o eso piensan, argumentos para defender su postura de combatir contra Palestina a sangre y fuego. En la reciente campaña militar contra Gaza, conviene recordarlo, Israel violó los Derechos Humanos y, entre otras hazañas, bombardeó escuelas y hospitales de Naciones Unidas. Esos sectores ultras de Israel son los que ahora presionan a Netanyahu para que dé una respuesta firme al atentado de ayer. Es el ojo por ojo, diente por diente. Es esa actitud suicida que consiste en responder a los ataques con nuevos ataques que sólo conducen a un mayor dolor y a generar más rabia y odio, lo que termina provocando nuevos ataques violentos. Y vuelta a empezar. 

Toda la comunidad internacional condenó el brutal atentado contra la sinagoga israelí, aunque Netanyahu afirmó ayer en rueda de prensa que el mundo hace oídos sordos a la instigación a la violencia que, según él, realiza el presidente palestino Abu Mazen. Lo cierto es que este atentado se produce en un momento particularmente importante para el conflicto entre israelíes y palestinos, pues varios países europeos, entre ellos España ayer mismo, están llevando a cabo propuestas legislativas para reconocer la existencia del Estado palestino. La visión ultra de los israelíes defenderá que el atentado de ayer demuestra lo equivocada que esta actitud. Nada más lejos de la realidad, pienso. Pues afirmar que los fanáticos que irrumpieron ayer en una sinagoga para asesinar a sangre fría a civiles inocentes representan a todos los palestinos sería tanto como decir que los responsables militares que decidieron hace meses bombardeas escuelas y hospitales en Gaza representan a todos los israelíes. 

Las acciones legislativas que están emprendiendo países como España ponen el acento en la obviedad de que cualquier solución al conflicto entre israelíes y palestinos debe pasar por la convivencia pacífica de dos Estados propios. De nuevo, los grupos radicales de ambos bandos se oponen a esta afirmación. En Israel, porque no aceptan que los palestinos deban tener un Estado propio y en Palestina porque esos sectores radicales directamente niegan el derecho de los israelíes a existir como Estado. Pero no existe otra vía posible de solución a este conflicto de décadas. Por eso, es positivo que la comunidad internacional, como ya hizo con el reconocimiento de Palestina como Estado observador de la ONU, presione en esta dirección. Porque palestinos e israelíes están condenados a entenderse y porque, sí o sí, ambos pueblos tienen derecho a tener su propio Estado. Y, sí o sí, esos Estados serán vecinos y deberán buscar la convivencia pacífica. Aunque actos como el vil atentado de ayer nos dejen claro lo lejos que estamos de esa solución deseable. 

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