25 años de la caída del muro de Berlín

Casi al final de La vida de los otros (quienes no hayan visto la película deberían enmendar este error y pueden saltarse este párrafo, porque no quiero desvelar nada) aparece una escena impresionante, de una carga simbólica brutal, enormemente estremecedora. El oficial de la Stasi que había sido castigado por sentir simpatía hacia el escritor y su mujer a los que le ordenaron espiar por ser contrarios a la República Democrática Alemana (RDA) se encuentra abriendo cartas, la labor más mecánica de tan espantosa organización. Fue defenestrado a abrir correspondencia por ayudar a quienes se les ordenó investigar, por tener sentimientos, por removerse ante las vidas en las que de forma injusta y bajo el amparo de un Estado antidemocrático se entrometió. En un momento, mientras abre las cartas en un sótano, alguien pone la radio y se escucha que el muro de Berlín se ha derribado. El oficial de la Stasi deja inmediatamente de hacer lo que hace, se levanta y se va. Su odiosa labor deja de tener sentido. Es el 9 de noviembre de 1989. El principio del fin de la Unión Soviética, de tantas dictaduras al paraguas de unos presuntos ideales de libertad e igualdad. Ese día cambió la historia y el gesto que se refleja en la película muestra la carga simbólica de la caída del muro que separó Berlín este y Berlín oeste entre 1961 y 1989. 

La historia de la humanidad está plagada de muros de la vergüenza. Pocos tan escandalosos como el que la RDA, Estado títere de la Unión Soviética, levantó para separar a familias y amigos en Berlín, para agrandar las diferencias entre los dos las lados de la actual capital alemana que hoy celebra el comienzo de la reunificación, el derrumbe del muro de Berlín y con él el final de una historia de divisiones y odios, de flagrantes diferencias entre el Berlín este, perteneciente a la RDA, y el avanzado y democrático Berlín oeste, de la República Federal Alemana (RFA), No es esta una historia de buenos y malos. Es mucho más complejo. El muro de Berlín representa la gris época de la Guerra Fría con el mundo dividido en dos partes, capitalismo y comunista, Oeste y este, el dominio de Estados Unidos frente al de la URSS. Una época oscura en la que unos y otros emprendieron una suicida carrera armamentística y alentaron guerras y golpes de Estados bajo la lectura bipolar del mundo. Pero hoy, 25 años después de la caída del muro de Berlín, es un buen día para recordar las atrocidades cometidas en los países soviéticos, un día magnífico para enseñar que aquellos lugares donde se decía proteger un ideal y buscar la igualdad y el socialismo real lo que se construyó fue una vil dictadura. 

Las autoridades de la RDA comenzaron a levantar el muro de Berlín en 1961. Con esa perversión del lenguaje que caracteriza a las dictaduras y a los Estado autoritarios que tan repugnante paternalismo aparentan ejercer sobre sus ciudadanos, contaron que era para proteger a sus ciudadanos de las influencias de Berlín oeste. Obviamente, no es esa la razón por la que se alzó el muro. Se calcula que entre 1949 y 1961 unos 3 millones de personas abadonaron la RDA por el Berlín este. Sorprendentemente para la propaganda comunista, huían de ese paraíso en la Tierra que proclamaban las autoridades de la Alemania oriental hacia el vil y odioso Occidente. Es decir, un Estado que levanta un muro para impedir a sus ciudadanos que huyan de él, incluso con disparos (más de 100 personas fueron asesinadas por intentar escapar de Berlín este). 

No existe más clamorosa demostración de las diferencias entre lo que representaban ambos lados de Berlín. Con los muchos defectos, como es evidente y comprobamos cada día, que representa el sistema capitalista, el vencedor de la Guerra Fría, a un lado existía libertad, las condiciones de vida eran notablemente mejores y el sistema político era liberal y parlamentario. Al otro, los ciudadanos no tenían permitido salir hacia el oeste porque sus autoridades sabían que no existirían reclamos para que decidieran volver a un Estado autoritario, de partido único, una dictadura gris y asfixiante. 

Es casi cinematográfico, muy de película, el desencandenante de la caída del muro de Berlín. No se puede reducir la evidente descomposición que venía arrastrando la URSS y la propia RDA en los últimos años, pero aquel 9 de noviembre de 1989 todo cambió en una rueda de prensa concedida por Günter Schabowski, que era miembro del Politburó del SED (Partido Socialista Unificado de Alemania), el partido único de la RDA, el que lo controlaba todo. Dos días antes, las autoridades de la RDA habían decidido aprobar una nueva ley de viajes para permitir a sus ciudadanos salir al extranjero sin pedir permiso. Pero la ley aún no había entrado en vigor. Por la tarde de ese histórico día de hace hoy 25 años, Schabowski es preguntado por la ley de viajes y asegura que la normativa entra en vigor "de inmediato". 

Entonces llegó uno de los momentos más conmovedores y una de las más rotundas demostraciones de libertad de la historia reciente de la humanidad. El confuso mensaje provoca que radios y televisiones informen a los ciudadanos de la RDA que "el muro está abierto" y entonces cientos, miles de ciudadanos acuden a los puestos fronterizos de la ominosa muralla que separa las dos partes de Berlín. Exigen a los guardias pasar al otro lado. La presión ciudadana hace que a eso de las once de la noche se abra el punto de control de Bornholmerstraße . Berlín era una fiesta. Después llegaron otros puntos de control. Y los propios ciudadanos berlineses de uno y otro lado de la frontera comenzaron a derribar el muro. Los berlineses del oeste recibieron con abrazos y lágrimas en los ojos a sus compatriotas del este. Esa escena lo dice todo. La explosión de libertad, los terribles daños provocados por la dictadura y la falta de democracia, la fuerza de la unidad frente a la destructiva postura de mantenerse separados. No fue un cuento de hadas, obviamente, la reunificación alemana. En absoluto. Fue muy costosa (y no sólo económicamente hablando) y encontró resistencias. Pero se produjo. Se dejó atrás la destructora separación que el fanatismo y el autoritarismo promovió en la década de los 60 con la construcción del muro de la vergüenza. 

Hoy Berlín vuelve a ser una fiesta. Esta ciudad, que tanta historia reúne (y dentro de ella, episodios de enorme dureza y trascendencia para la historia universal) celebra hoy el 25 aniversario de la caída del muro en un festejo ciudadano. Se han montado globos en la frontera que establecía el muro y estos serán lanzados al cielo a la hora en la que se abrió el punto fronterizo y comenzó el final de tan odiosa historia de separación y división. Hoy, 9 de noviembre, es un día para recordar que quedan muros por derruir, para homenajear a quienes hicieron posible que muchos hayan caído y, por supuesto, para alertar sobre aquellos quienes tengan intención de  levantar nuevos muros. Porque hace 25 años, sí, pero da la impresión de que hay quienes aún no se han enterado de la caída del muro de Berlín. Por ejemplo, los que siguen siendo tibios en las críticas a la criminal dictadura soviética. Quienes siguen jaleando símbolos manchados de sangre. Quienes siguen distinguiendo entre dictaduras de derechas y de izquierdas, como si eso existiera. O quienes apuestan, aún hoy y quizá hoy más que nunca, por la división en lugar de por estar unidos. 

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