La Iglesia, entre el inmovilismo y la apertura

Este fin de semana concluyó en El Vaticano el Sínodo, reunión extraordinaria de obispos, sobre la familia. Las discusiones en el encuentro se han centrado en asuntos como la acogida en la iglesia de divorciados u homosexuales. El documento final, que recoge el número de votos recibido por cada párrafo, muestra que la división continúa entre los partidarios del inmovilismo y los defensores de la apertura, entre quienes se aferran a mantener invariable la postura de la iglesia sobre estas cuestiones y los que creen que es momento de congraciarse con la sociedad actual y entrar en el siglo XXI (o en el XX, al menos). Existe esa división, pero para sorpresa de muchos, es mayoría la parte que defiende cambios y avanzar hacia posturas más tolerantes. El papa Francisco ha tenido una difícil papeleta en este Sínodo, encargado de mantener la unidad y de no ponerse del lado de ninguna de las dos posturas en sus intervenciones públicas. En el discurso del pontífice al final del encuentro, este advirtió contra "la rigidez hostil", esa actitud de "querer encerrarse en lo que está escrito y no dejarse sorprender por Dios" de los "tradicionalistas o miedosos", aunque también ha alertado contra las tentaciones de los "denominados progresistas y liberales" por su defensa de "una misericordia engañosa que lleva a vendar las heridas antes de curarlas". Un auténtico ejercicio de funambulismo. 

Se agradece de esta papa que llame a las cosas por su nombre (este de verdad, no como Reig Plá). Francisco ha introducido un aire fresco en la iglesia. La institución avanza con exasperante lentitud. Hemos empleado varias veces el símil del transatlántico que tarde mucho tiempo en virar de rumbo, más aún si esa ruta lleva demasiado tiempo siendo la explorada por la embarcación. Francisco pretendería, según creemos, que el transatlántico vire, que se aproxime al menos a las corrientes de agua que mueven a la sociedad hoy en día y que tan lejos están del canal por el que avanza la iglesia. Como dos ríos que o hacen más que separarse, que según avanza su cauce se distancian, como dos mares distantes. Así está hoy la sociedad y la iglesia. Francisco quiere cambios, pero no revoluciones. Tampoco puede acometerlas. De su boca han salido palabras hasta ahora impensables en un papa, como aquel mensaje conciliador que lanzó sobre las personas homosexuales cuando dijo que quién era él para juzgarlas. Ayer, en una misa de pontificación del papa Pablo VI afirmó que "Dios no tiene miedo a las novedades" y en el discurso final del Sínodo dijo que la iglesia "no debe tener miedo de comer y beber con prostitutas y publicanos (cobradores de impuestos en la antigua Roma)". 

Dice cosas distintas este papa y suya fue la idea de añadir al Sínodo de la familia cuestiones hasta entonces tabú como los hijos que nacen fuera del matrimonio, la comunión a los divorciados o la aceptación de los homosexuales. El texto final del Sínodo, que en realidad es un documento de trabajo para la reunión de dentro de un año, recoge 58 párrafos sobre la familia. De ellos sólo tres no contaron con mayoría de dos tercios. El párrafo 52, sobre los divorciados, tuvo 104 votos a favor y 74 en contra; el 53, relativo a la comunión de los divorciados, 112 a favor y 64 en contra y el 55, sobre los homosexuales, 118 votos a favor y 62 en contra

Se quedó a medio camino el documento final en el Sínodo sobre estas cuestiones. Ni llegó tan lejos como esperaba el ala más progresista ni se quedó inmóvil como pretendían los conservadores. No se cumplieron las expectativas despertadas por el borrador que se hizo público a comienzos de la semana pasada en el que se reconocían "dones y virtudes" de los homosexuales. Ciencia ficción parecía que desde la iglesia no sólo no llegará desprecio hacia los gays, sino que incluso se reconocían aspectos positivos. Al final, en tierra de nadie se queda la iglesia. Finalmente, proponen aceptar "con respeto y delicadeza" a los homosexuales. Esa parte, la de no odiar, parece introducida para contentar a los progresistas. La siguiente, para calmar a los convervadores: "no hay fundamento alguno para asimilar o establecer analogías, ni siquiera remotas, entre las uniones homosexuales y el diseño de Dios sobre el matrimonio y la familia". 

Respecto a los divorciados, tres cuartas partes de lo mismo. El documento propugna acogerlos mejor, pero "sin debilitar por ello ni su fe ni su testimonio de la indisolubilidad del matrimonio, sino manifestando de ese modo la caridad". En el propio documento se explica que algunos obispos se han mostrado partidarios de mantener "la disciplina actual" y otros han apostado por una apertura "en algunas situaciones especiales y bajo condiciones estrictas, sobre todo cuando se trata de casos irreversibles y relacionados con obligaciones morales para con sus hijos que sufrirían injustamente". 

Por tanto, de las conclusiones finales de este Sínodo, elaboradas para contentar a todos y mantener un equilibrio, probablemente nadie obtenga todo lo que esperaba. Muchas personas posiblemente no esperaban nada, dicho sea de paso, cansadas como están de que la la iglesia juzgue la vida privada de las personas y, por ejemplo, sea incapaz de dar la comunión a un divorciado pero no de sacar dinero de los muy caros procesos de nulidad matrimonial. Entre quienes sí seguían con atención este Sínodo, los peores temores de las personas más inmovilistas e intolerantes no se han cumplido, pero tampoco pueden estar del todo contentos, porque cierta apertura sí se recoge en el texto final. Las mayores esperanzas de los progresistas, los que sueñan con una revolución modernizadora en la iglesia de la mano del papa Francisco, tampoco se han cumplido y parecen alejarse, pero tampoco puede ser su conclusión fatalista, pues ciertos avances sí se van dando. Lo dicho. En tierra de nadie. Los que, desde la distancia más absoluta, seguimos mirando a este papa con buenos ojos y agradecemos su discurso y su actitud, continuamos esperando que Francisco promueva ciertos cambios. Me quedó con una frase que pronunció el papa el sábado y que debería hacer reflexionar, pienso, a las partes más conservadoras de la iglesia, a los Reig Plá de turno." La iglesia no mira a la humanidad desde una torre de cristal para juzgar o clasificar a las personas", dijo el papa. Quién lo diría, responderán muchos viendo ciertas actitudes. Ojalá Francisco logre abrir camino en la modernización de la iglesia. 

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