El programa de Podemos

El otro día hablaba de Podemos. Escribía que su asamblea del pasado fin de semana tuvo mucho de ejemplar y contaba también que la realidad es la mejor campaña posible para su partido, pues muestras de forma descarnada la podredumbre en la que se encuentra el sistema. Decía en ese artículo que las personas que componen esta formación, muchos de ellos profesores universitarios, sabían hablar y eran inteligentes, algo a lo que los partidos tradicionales nos tienen poco acostumbrados. Le echan a cara a Pablo  Iglesias que su gran tirón electoral es sólo gracias a que dispone de una plataforma mediática muy frecuente en Cuatro y La Sexta. No se trata de tener un micrófono, se trata de saber usarlo bien. El PP y el PSOE controlan de forma obsceno los canales públicos de las regiones donde gobiernan y eso no les vale para frenar la sangría de votos. En fin, elogiaba en el artículo las parte positivas, que las tiene, de Podemos, pero concluía afirmando que dejaba para otro día el comentario sobre el lado menos claro de la formación. Cada día me resulta más difícil no coincidir con su diagnóstico sobre la economía española, pero sigo sin ver claro su tratamiento. 

Ayer, Salvados emitió una entrevista que realizó Jordi Évole a Pablo Iglesias durante su reciente viaje a Ecuador. Fue, por cierto, una entrevista magnífica en la que Évole hizo las preguntas que debía hacer y como debía hacerlas, porque la labor del entrevistador ha de ser buscar las cosquillas al entrevistado, ponerse en frente y buscar las contradicciones o las incoherencias de su postura. Y así ha de actuarse al margen de la ideología de la persona que tengas enfrente. Évole lo entendió así, como de costumbre, y regaló probablemente la mejor entrevista que he visto en televisión al líder de Podemos. Además, la realización de la misma, rodada por las calles de Quito, fue propia de un documental. Mención hecha sobre la entrevista, vamos con el programa de Podemos. Porque el entrevistador preguntó a Iglesias sobre distintos puntos de su programa en las elecciones europeas y en muchas de sus respuestas quedaron más dudas que concreciones. 

Podemos, como saben, propone impagar parte de la deuda. Más concretamente, realizar una auditoría de la deuda del Estado para decidir cuál es legítima y debe ser pagada y cuál no. Iglesias es una persona inteligente, muy inteligente, y su capacidad de oratoria es innegable, pero no alcanzó a explicar bien a qué se refiere cuando habla de deuda ilegítima. Habló del pago de comisiones en contratos públicos, de irregularidades, pero creo que eso ocupa otro plano, el legal o el jurídico. No pienso que el modo adecuado de investigar esos posibles delitos en la concesión de obras públicas sea abrir en canal toda la deuda de España y dejar en el aire su posible impago. Investiguemos esas posibles irregularidades sin coquetear con la peligrosa idea del impago de la deuda, porque si un Estado contrae deudas debe pagarlas si quiere ser creíble. 

Parte del discurso de Iglesias es, aunque él lo niega con contundencia, muy populista. Simplifica demasiado la realidad y le sale un dibujo demasiado maniqueo, ellos, la casta, los malos malísimos, los ricos insensibles, frente a nosotros, los buenos, los ciudadanos, los siempre inocentes, que jamás hacemos nada mal y somos una ciudadanía ejemplar y culta que, por un fenómeno paranormal, elegimos a una clase política mediocre e irresponsable. Tiene mucho de populismo y de paternalismo el discurso de Iglesias. Igual debemos empezar a ser más maduros y a pensar que los políticos no son una especie que ha venido de otro planeta, es gente a la que hemos votado. Es más, a la que en muchos sitios hemos seguido votado pese a conocer muchos casos de corrupción. Debemos examinarnos a nosotros mismos como sociedad, preguntarnos si somos todo lo autocríticos y todo lo comprometidos que deberíamos. El discurso fácil, el que siempre agrada, es ese en el que todo lo malo es culpa de la casta y todo lo que proviene de la ciudadanía es maravilloso. Esto no es tan así. 

Con ese planteamiento, a veces Iglesias se pasa de frenada y, por ejemplo, compara haciendo una gracieta que provoca la risa y quizá da votos pero que es muy simple y facilona, a los ricos con los niños pequeños. A los niños hay que decirles a veces con cariño que no, que se tienen que ir ya a la cama o que tienen que tomar la sopa. Con los ricos hay que hacer lo mismo. Tratarlos con tacto, pero concienciarlos de que no que pueden cobrar más de 20 veces el salario mínimo interprofesional. No es tanto en este caso la propuesta de Iglesias de establecer un salario máximo lo que me escama, sino el demagógico discurso que emplea para defenderla. Los ricos, así, en general. Todos ellos. Se agradecería que su discurso recurriera menos a las simplificaciones (escribió Jabois que Podemos se ha construido contra la tercera persona del plural) y admitiera más matices. Porque hay ricos honrados y ciudadanos que engañan a Hacienda. 

Otra propuesta de Iglesias es expropiar a las empresas de recursos básicos como la energía en caso de que se nieguen a establecer un precio mínimo para que ninguna persona se quede sin calefacción en invierno. Ciertamente, es un problema serio que se conoce como pobreza energética y que todo aquel que viva la realidad de este país conoce. Lamentablemente hay personas que no pueden pagar la luz porque la elección que han de hacer es entre esa factura o dar de comer a sus hijos. Es así. Por tanto, cómo no alabar la intención de quien propone presionar a estas grandes compañías para que tengan algo de humanidad con estas personas. Ahora bien, cuando defiende su propuesta, Iglesias vuelve a mostrar una visión maniquea de la sociedad. Habla despectivamente de los accionistas de esas empresas y dice que se las puede nacionalizar o expropiar, en cuyo caso no pagaría nada. Quizá olvide Iglesias que hay muchos ciudadanos españoles de clase media que son accionistas en Bolsa de esas compañías. No digo que por ello se les deje hacer lo que quieran, que es básicamente lo que ocurre hasta ahora, ni que me parezca normal que exministros terminen como consejeros de esas compañías. Digo sólo que faltan matices y sobran prejuicios y estereotipos en el discurso de Podemos. Este ejemplo de los accionistas es sólo una muestra de que su discurso se deja llevar demasiado por el populismo y las generalizaciones vacuas. 

Évole también preguntó a Iglesias sobre su propuesta de subir las pensiones y el salario mínimo interprofesional, así como la idea de establecer una renta básica, una cantidad de dinero (entre 650 o 700 euros, dijo) para todos los ciudadanos que no tengan otros recursos. Las propuestas, una vez más, parecen sensatas. Un Estado debe procurar que todos sus ciudadanos tengan al menos los recursos básicos para poder vivir. Pero cuando Évole le plantea la espinosa cuestión de las cuentas, del dinero que costaría esa propuesta, y lo contrapone al dinero que según los inspectores de Hacienda se lograría en caso de erradicar el fraude fiscal, las cuentas no salen. Sólo daría para una cuarta parte del dinero que costaría el establecimiento de la renta básica. En ese momento, lejos de concretar cómo financiaría su propuesta, Iglesias se va por las ramas. Habla de emplear ese dinero en la economía con inversiones públicas o propone como solución una subida generalizada de sueldos para que la gente gaste más. Discurso este, cómo no, muy bien recibido por una sociedad cansada de ver cómo sus derechos laborales están siendo pisoteados. Pero al final tienen que salir las cuentas. Dijo Iglesias que no se arrepiente de su programa de las europeas, pero que se debe redactar con más grado de detalle, que debe tener más hojas. Esperaremos para ver si en esas nuevas hojas aparecen las concreciones que en sus intervenciones públicas no utiliza para saber si sus propuestas son realizables o no. 

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