13 años del 11-S

13 años ya. 13 años se cumplen de aquella atroz masacre que cambió la historia. Inolvidable el horror del atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Nueva York, ataque que derribó un símbolo de Estados Unidos y acabó con la vida de 3.000 personas. El mayor ataque en tiempos de paz, término que pronto se cambió por la Administración Bush por el de guerra del terrorismo. El atentado de Al Qaeda dio forma a una amenaza que, hasta entonces, se veía más lejana en Occidente, más difusa. No era el primer atentado de grupos islamistas radicales, pero sí el más grave, el que más víctimas mortales provocó y el que más simbolismo arrastraba. Un atentado en suelo estadounidense como una amenaza directa al país más poderoso de la Tierra, al símbolo de esa civilización que los fanáticos combaten por infiel. 13 años después de ese atentado, tras el cual nada volvió a ser igual, el actual presidente estadounidense anunció ayer una nueva operación militar contra el Estado Islámico, ramificación de Al Qaeda. El conflicto no ha hecho sino recrudecerse desde aquellos atentados. 

La conmoción mundial que provocaron los atentados contra las Torres Gemelas por la sinrazón de los ataques y por la magnitud de la tragedia dio paso a una política beligerante del entonces presidente estadounidense George Bush, quien decidió emprender una guerra en Afganistán contra el régimen de los talibán que daban cobijo y apoyo a Al Qaeda y, poco después, comenzar otro conflicto bélico en Irak contra el régimen de Sadam Husseim, que era un tirano execrable con crímenes y violaciones de los Derechos Humanos a sus espaldas. Sin embargo, la guerra se realizó sin el acuerdo de la comunidad internacional y con premisas falsas, o al menos nunca demostradas, como que Irak poseía armas de destrucción masiva. No lamentaremos la desaparición de un cruel dictador como era Sadam, que fue ajusticiado, pero tampoco dejaremos de reconocer que Irak es desde entonces un polvorín y una fuente de inestabilidad en la región. 

Barack Obama centró buena parte de su campaña electoral en 2008 en su oposición firme a las guerras en las que Bush había embarcado a la nación. El envío de miles de tropas estadounidenses a países lejanos, con el consiguiente riesgo para la vida de sus compatriotas, no agradaba a los ciudadanos, cansados de ver a su país involucrado en guerras. Obama se propuso retirar lo antes posible a sus tropas de Afganistán e Irak y si algún criterio ha guiado su política exterior este ha sido no involucrarse militarmente, al menos no con tropas sobre el terreno, en conflictos internacionales. Estaba en proceso de retirada, nunca de envío de soldados. Por eso siempre renegó de una intervención más decidida en el conflicto sirio. Por eso aceleró el uso de drones, esos aviones no tripulados que destruyen infraestructuras y vidas humanas con aparente precisión y frialdad. De ahí la trascendencia del anuncio de ayer, en el que Obama comunicó a la nación que Estados Unidos se involucrará de forma más contundente en la lucha contra el Estado Islámico, aunque sin tropas sobre el terreno, y que extenderá sus ataques al grupo terrorista a Siria, donde controla un tercio del país. 

Obama, recordemos, recibió un Premio Nobel de la Paz preventivo y jamás entendido nada más llegar al cargo. Él quería poner fin a esa era de guerras, pero el anuncio de ayer marcará el final de su mandato. El presidente ordenó el asesinato de Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda, ese enemigo público número uno que se convirtió en una obsesión para Occidente y, sobre todo, para Estados Unidos tras los viles atentados del 11 de septiembre en Nueva York. Sin embargo, su ejecución no ha logrado eliminar, ni mucho menos, la amenaza del terrorismo radical islamista. Un grupo que surgió de las entrañas de Al Qaeda pero se independizó del mismo, dicen que por sus métodos extremedamente crueles, lleva ahora la bandera del fanatismo y de la barbarie. El Estado Islámico, antes llamado Estado Islámico de Irak y el Levante (ISIS, por sus siglas en inglés, ahora IS), ha aprovechado el caos en Siria e Irak para hacerse con el control de aproximadamente un tercio de ambos países. 

La inacción de la comunidad internacional en el conflicto sirio permitió que este grupo radical, que nada tiene que ver con la inicial revolución ciudadana contra el dictador Al Assad, se hiciera con el control de buena parte de las zonas rebeldes. Las tropas opositoras al dictador se ven envueltos en dos guerras: su lucha contra el tirano para lograr la libertad de su país y una batalla contra el Estado Islámico, que en teoría combate en su frente, pero que en realidad es otro serio enemigo, pues promulga la creación de un califato islámico que una Siria e Irak, entre otros países de la región, regido por la sharia (la fanática y medieval ley islámica). El grupo crucifica a los que considera infieles, persigue a todo aquel que no comulgue con sus "ideas", viola a las mujeres, esclaviza a niños. Son bárbaros, enemigos de la civilización y el sentido común. Un grupo medieval. Contra esta amenaza, Obama anunció ayer que refuerza la acción de Estados Unidos. Será a través de una coalición de nueve países y también armará a los rebeldes sirios para que combatan contra el Estado Islámico al tiempo que hacen lo propio contra el dictador Al Assad, que en todo caso no es el objetivo principal del presidente estadounidense. 

13 años después de los atentados terroristas del 11 de septiembre, la amenaza de los radicales islámicos no sólo sigue vigente, sino que es mucho mayor. Tiene otra cara, aún más macabra, todavía más pavorosa. Espantan las prácticas del Estado Islámico, organización que ha decapitado a periodistas y asesinado a hombres, mujeres y niños. Un grupo terrorista que llega más lejos de lo que jamás llegó Al Qaeda y que algunos expertos definen más como un ejército que como una organización terrorista, porque son muy numerosas las tropas de fanáticos con las que cuenta. Supongo que la acción de Obama recibirá muchas críticas y estoy convencido de que la guerra no solucionada nada. Pero también creo que, así como es una aberración y una enorme irresponsabilidad que el mundo no haya hecho nada para desalojar del poder en Siria al cruel dictador Al Assad, sería inaceptable que la comunidad internacional se quedara de brazos cruzados ante el auge del Estado Islámico. La realidad ha dispuesto para Obama un final de mandato que no podía imaginar, muy lejos del deseado por él. Salvando las distancias, él también dejará como herencia a su sucesor una guerra contra el terrorismo en el exterior. 

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