Dispara, yo ya estoy muerto

El conflicto entre Israel y Palestina es el de dos vecinos condenados a entenderse que llevan décadas viviendo entre disputas, incomprensiones, reivindicaciones y choques. Julia Navarro se acerca a este complejo asunto en su última novela, Dispara, yo ya estoy muerto. Lo hace, como acostumbra, con una obra amplia (912 páginas) llenas de personajes e historias fascinantes en la que recoge a los acontecimientos pretéritos que han marcado la actualidad de este conflicto, el del pueblo judío que entiende a Palestina como la tierra prometida, su lugar en el mundo, y el pueblo árabe que vive como extranjero en su propia tierra. Los personajes de la novela simbolizan esa difícil convivencia y el choque entre los intereses de unos y otros. 

La obra se centra en dos familias: los Zucker, judíos que viajan a Palestina huyendo de la persecución de los zares, y los Ziad, árabes que llevan siglos viviendo en este territorio de Oriente Medio que hoy sigue siendo, lamentablemente, punto caliente del planeta y escenario de uno de los conflictos más enquistados y endiablados del mundo. El pretexto para narrar la historia de estas dos familias desde comienzos del siglo XX es el informe que está elaborando la trabajadora de una ONG sobre la política de asentamientos ilegales de Israel en territorio palestino, algo que dificulta cada día más la solución de los dos Estados, la única viable en la zona. La trabajadora de la ONG es firme defensora del pueblo palestino y hablará con Ezequiel Zucker, ya anciano, quien le intentará hacer comprender el sufrimiento por el que ha pasado el pueblo judío. Sufrimiento, evidentemente, que no puede servir de excusa para pisotear la ley o vulnerar los Derechos Humanos, añadiríamos aquí. 

El anciano Ezequiel se remonta a la Rusia de los zares para contar la vida de su abuelo y de su padre, el modo en el que esté se comprometió con la revolución bolchevique que se estaba fraguando, cómo se vio fascinado por las ideas marxistas de igualdad y reparto equitativo de la riqueza de los grupos clandestinos de la oposición que comenzaron a reunirse en Rusia para desalojar del poder al antiguo régimen. Parte de su familia sufrirá un pogromo, actos violentos enloquecidos y fanáticos contra la comunidad judía. Estos dos factores, el antisemitismo creciente en Rusia y su compromiso con el comunismo, obligará a Samuel Zucker, padre de Ezequiel, a salir de Rusia rumbo a Palestina. Allí se asienta en un terreno, simbólicamente llamado "el huerto de la esperanza", donde conoce a Ahmed Ziad. En esa huerta conviven judíos y árabes en armonía. Desde la vida de estos personajes, la autora va narrando cómo se enturbia la convivencia. Primero bajo el imperio otomano, más tarde con el protectorado británico. La llegada masiva de judíos a Palestina, el surgimiento de movimientos radicales en ambos bandos para defender el que ambos entienden como su territorio... Y todo esto, poniendo a prueba unos lazos de amistad inquebrantables, o caso, entre las dos familias. 

El personaje de Samuel es uno de los centrales en esta historia y su visión esperanzada y optimista del conflicto representa en la obra a todos aquellos que confiaban en una solución dialogada al conflicto, a quienes pensaban que judíos y palestinos podían convivir juntos. Las tramas personales, muchas y variadas (amores, desengaños, traiciones, lealtades, muertes...), conviven con un repaso histórico a los hitos de este conflicto como la declaración Balfour del Reino Unido o la proclamación del Estado de Israel por parte de Ben Gurion. Es de agradecer que Julia Navarro, al igual que hace en obras anteriores, nos muestre de forma tan detallada y documentada un periodo histórico tan amplio. Para aquel que no sepa nada del conflicto entre Israel y Palestina, esta novela ayuda tanto (o casi) como un buen ensayo histórico. Combina a la perfección las historias de los personajes con los sucesos reales que marcaron los orígenes de este conflicto, con el Holocausto nazi contra los judíos ocupando un desgarrador espacio en sus páginas. 

Dispara, yo ya estoy muerto es una gran novela, sin duda. No debe de ser nada fácil ensamblar una obra tan ambiciosa, con tanta extensión, un periodo de tiempo tan amplio y con tantos personajes. Julia Navarro lo consigue con extraordinaria soltura. Repite la autora el esquema de Dime quién soy, su anterior novela. Es un formato idéntico, una repetición de una fórmula de éxito. Entonces eran otros sucesos históricos los que recorría por sus páginas, pero el planteamiento es el mismo. Se parte del presente, alguien que indaga sobre cuestiones del pasado (entonces fue un periodista que investiga sobre su bisabuela, aquí una trabajadora de una ONG). A partir de ahí se cuentan historias de distintos personajes de forma cronológica durante muchas décadas. La autora aprovecha las vidas de sus personajes para recorrer momentos clave del siglo XX (entonces fue la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial, la Guerra Fría; ahora es la Rusia de los zares, el Holocausto nazi, el nacimiento del Estado de Israel). El título es intrigante y se resuelve el misterio en las páginas finales. Como vemos, el esquema de estas dos novelas es calcado. Quien disfrutara con Dime quién soy, y fue mi caso, lo hará con Dispara, yo ya estoy muerto

Hay una cuestión que me ha convencido menos de la novela. A veces la autora es demasiado reiterativa. Comprendo que en una obra con tantos personajes es necesario recordar rasgos de su personalidad para que el lector no se pierda (el índice de personajes en la parte final de la obra es un acierto, dicho sea de paso), pero creo que a veces abusa en exceso de recordar detalles de cada personaje para que el lector lo sitúe. Incluso en los diálogos, lo que los hace en ocasiones artificiales, poco creíbles. En cualquier caso, es un pero muy menor ante tan deslumbrante despliegue de conocimientos históricos y tan fascinante historia a lo largo del siglo XX, muy útil para acercarse al conflicto entre Israel y Palestina desde la ficción. 

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