Los patriotas

Jordi Pujol, expresidente de la Generalitat de Cataluña, reconoció ayer que durante más de 30 años ha mantenido cuentas opacas en paraísos fiscales y que sólo hace unos días ha regularizado su situación. Después de negarlo en repetidas ocasiones, quien por su cargo fue llamado muy honorable envió ayer un comunicado a los medios para explicar que desde que su padre murió hace 34 años hasta hace unos días tuvo el dinero correspondiente a la herencia de su progenitor en paraísos fiscales. Es un movimiento sorprendente que, francamente, no sé muy bien a qué responde. Supongo que, al verse cercado por informaciones de prensa e investigaciones que involucran a sus hijos, el patriarca de la saga Pujol ha querido asumir toda la responsabilidad de las obscenas cuentas en paraísos fiscales que tiene quien fue presidente de Cataluña y, presuntamente, gente de su entorno. Las razones que hayan movido a Pujol a dar este paso, en todo caso, son lo demás. Tampoco importa demasiado, o no debería, que esta confesión llegue a unos pocos meses de la convocatoria de un referéndum sobre la independencia de Cataluña, aunque supongo que a Artur Mas, heredero político de Pujol, esta noticia le hace poca gracia. Lo importante es la desvergüenza con la que el expresidente catalán ha negado reiteradamente tener cuentas no declaradas a Hacienda en paraísos fiscales. Es una obscenidad que debería hacer hundirse al mito del padre del moderno nacionalismo catalán, aunque dudo mucho que así sea

No negaremos que la inmolación del patriarca del clan para intentar despejar las dudas sobre el patrimonio de sus hijos tiene un punto de ternura. Siempre te reconcilia un poco con la condición humana ver cómo personas que cometen delitos, en lugar de echar balones fuera, tratan de exculpar a sus seres queridos. Ha engañado a todo el mundo durante 34 años, pero es capaz de pasar por el bochorno de reconocer lo que tantas veces negó para proteger a sus hijos. Entrañable, qué duda cabe. Como inocente resulta que Pujol espere ahora que creamos su versión de los hechos, ya saben, lo de la herencia paterna como única explicación del dinero que poseía en paraísos fiscales. Es llamativo que alguien que reconoce haber mentido durante tres décadas espere ahora que se crea su versión. Sólo quienes le deban mucho a Pujol, que seguro que son unos cuantos, le comprarán esa historia. 

Jordi Pujol, presidente de la Generalitat catalana durante 23 años, es mucho más que un antiguo responsable político. En el nacionalismo catalán es venerado y desde el resto de España se le calificó siempre como un hombre de Estado, alguien fiable con quien se podía pactar. Su apoyo al proceso independentista de Mas y Junqueras se entendió poco menos que como una veleidad de un personaje ya muy mayor. Debe de ser que, tan atareado como estaba en construir patrias en Cataluña y en ejercer el rol de hombre de Estado en España, al bueno de Pujol no le dio tiempo a regularizar su situación y ha tenido que esperar 34 años para hacerlo. Quienes tanto han confiado en él durante estos últimos años deberían ser los más decepcionados por el comportamiento del expresidente catalán, patriarca de un clan investigado en múltiples casos judiciales en aquella comunidad, algo así como la familia real catalana de las últimas décadas. ¿Lo harán o volverán a abrazar el victimismo? Ha sido el propio Pujol quien ha confesado sus faltas, pero estoy convencido de que en breve se intentará usar esta impresentable actitud del expresidente en favor del proceso soberanista. Al tiempo. 

Pero eso, como digo, me importa poco. Lo que me parece más reseñable de este asunto es algo que comparte Pujol con otros personajes de similar catadura y doble rasero moral. Son los patriotas, a quienes se les llenan la boca hablando de la nación (la catalana en el caso de Pujol, la española en el caso de tantos otros mangantes con cuentas opacas en paraísos fiscales) mientras, presuntamente, se llenan sus bolsillos de forma irregular y no declaran a Hacienda el dinero que tienen en países como Suiza. Usan la patria y el nacionalismo, esos instintos tan bajos y primarios, como escudo protector ante sus irregularidades. Limpian su conciencia con la bandera de la nación que dicen amar y defender. Si se les ataca a ellos, se está atacando a su nación, cuentan. Son esa clase de personas que aprovechan cada ocasión para declarar su amor por el país al que están defraudando. Esas personas que lucen orgullosas la bandera de su nación pero después cometen delitos. Los que nos dicen lo que es mejor para el país y pontifican sobre lo que debemos hacer y lo que nos conviene, pero después no pagan lo que deben al Estado. 

No sé si en España esta especie está más extendida que en otros países del mundo. Probablemente, no. Hablamos de lo que vemos a diario, de lo que mejor conocemos. Son esos tertulianos televisivos tan defensores de la nación española que después, oh sorpresa, tienen dinero en Suiza. O aquellos empresarios ejemplares que, dios santo, no pagan la Seguridad Social de sus trabajadores. Esos políticos tan honrados que defienden la limpieza de los gobernantes y que construyeron su razón de ser como contraposición a las corruptelas de los adversarios pero después, madre mía, cobran sueldos en B. O esos sindicalistas que emplean la legítima y necesaria defensa de los trabajadores como parapeto ante cualquier crítica a sus irregularidades. 

El nacionalismo es un sentimiento. Infantil, rancio, de otra época, peligroso, absurdo, irracional. Pero es un sentimiento y, por tanto, respetable y, sobre todo, poderoso. Cualquier clase de nacionalismo. El patriotismo, tal y como lo entiende la mayoría de las personas que se declaran patriotas, es una patraña similar a aquel. En el caso del tipo de gente que estamos hablando, el patriotismo se convierte en el mejor escudo protector, en un cheque en blanco para actuar como se le antoje, porque cualquier ataque a su persona podrá ser presentado ante un público entregado y una prensa subvencionada como un ataque a la nación entera. El propio Pujol, antes de este ataque de lucidez e inspiración que le ha llevado a confesarlo todo, dijo que las investigaciones sobre las cuentas en Suiza de sus hijos era un ataque de España contra Cataluña y el proceso soberanista. Cualquier diría más bien que quienes atacan a Cataluña son los que no declaran el dinero que tienen en paraísos fiscales o quienes están implicados en tramas de corrupción como la de las ITV. 

Es de esperar, aunque todos sabemos que no sucederá así, que los nacionalistas catalanes sean los primeros en censurar con gravedad el comportamiento de Pujol. Artur Mas, presidente de la Generalitat, dijo ayer que lo de las cuentas de su antecesor en paraísos fiscales durante 34 años es una cuestión personal y familiar. Pujol en su comunicado pide perdón a quien haya podido defraudar. A Hacienda, señor expresidente. Ha defraudado a Hacienda durante tres décadas. Este caso, como tantos otros, nos muestran cuán peligrosa es la impunidad que llegan a alcanzar entre sus bases los líderes de este o aquel movimiento político, que llegan a personificar y que creen representar como un sólo cuerpo. Cuestionar el patrimonio del clan Pujol era, y es seguramente aún para la mayoría de los nacionalistas catalanes, atacar a la nación catalana. Y así, con la patria y el nacionalismo como escudo, todo se perdona, todo se matiza, a todo se le resta importancia. "Un asunto familiar", dice Mas. ¿No le importa de verdad que quien fue presidente catalán durante 23 años haya mentido las tres últimas décadas? Conviene, creo, librarse de estos patriotas de pacotilla que fomentan y utilizan de forma indecente los sentimientos de su pueblo mientras se construyen un cortijo a su medida. Nada bueno traerán a ninguna nación. Conviene, pienso, librarse de patrias y banderas. 

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