Derecho a la defensa, lo llaman

La masacre israelí en Gaza, que ha causado ya más de 500 muertos (un 70% de ellos civiles y un 20%, niños) continúa. Lo hace bajo la tramposa e indignante tesis de que Israel no está haciendo más que defenderse frente a un grupo terrorista que pone en riesgo la propia existencia del país. Es una perversión espeluznante del lenguaje llamar derecho a la defensa lo que Israel está haciendo en Gaza. Bombardear a unos niños que están jugando en la playa puede recibir muchos calificativos (terrorismo de Estado, vil asesinato, masacre fruto de la sinrazón, odio racial...) pero ninguno de ellos podría ser defensivo. Tampoco parece fruto de la legítima defensa de un Estado democrático frente a un grupo terrorista bombardear a un hospital o rematar a un joven que busca a su familia en medio de la ruina y los escombros en los que el ejército israelí ha convertido su barrio. 

No se trata de construir con esta atroz realidad una película de buenos y malos. No buscamos simplificar un conflicto de enorme complejidad que lleva décadas desangrando Oriente Próximo y que mantiene a dos pueblos enfrentados. Lo que no se puede hacer es dar carta blanca a Israel para que ataque al pueblo palestino como le venga en gana por el hecho de que sea una democracia, un Estado homologable a las democracias occidentales, el país más estable de la región, un aliado de las grandes potencias. Eso no puede otorgarles el derecho a imponer su voluntad mediante la fuerza y, desde luego, no es justo que cada acción brutal, salvaje, inhumana del ejército israelí en territorio palestino reciba justificaciones más o menos sutiles por aquellos que se presentan como defensores de Israel, quienes no tardan nada en llamar antisemitas a los que claman contra la brutalidad desmedida del país hebreo. 

No es una acción defensiva lo que Israel está haciendo en Gaza. En absoluto. Es simple y llanamente una venganza. Una acción de venganza en respuesta al asesinato execrable de tres jóvenes israelíes que fueron secuestrados y después asesinados. El ejército de ese país democrático, de ese aliado modélico de los países occidentales en la zona, está actuando con afán de venganza y está buscando sacar partido del clima de indignación y odio tras aquel asesinato para lograr objetivos militares contra un pueblo, el de Palestina, que vive como extranjero en su propio país, encerrado en el campo de refugiados más grande del mundo. Israel no para de comer terreno a Palestina y con ello dificulta la solución de los dos Estados, única viable en la zona. La muerte de los tres jóvenes, una muerte sin sentido y odiosa, un acto criminal repudiable y espantoso, está sirviendo como argumento para que los halcones de Israel, aquellos responsables políticos y militares partidarios de la mano dura, impongan su visión. A ellos, es duro decirlo pero parece una evidencia, les ha venido bien la ocasión que les han brindado estos crímenes. Con esta escalada de tensión, sucede lo mismo en territorio palestino. Las facciones moderadas perderán peso frente a Hamas y el resto de grupos radicales. La guerra, la sinrazón de la muerte, no hace sino alimentar los odios y dar más y más poder a los radicales de uno y otro bando. A quienes defienden cualquier acción militar contra Palestina en un lado y a los que niegan a Israel el derecho a existir en el otro. 

El presidente de Estados Unidos mostró el domingo su preocupación por las muertes de civiles en las operaciones militares de Israel en Gaza, pero a la vez reiteró su apoyo al derecho de Israel a defenderse. Hamas es, en efecto, un grupo terrorista. Condenar las violaciones de los Derechos Humanos que está haciendo el ejército israelí y sus intolerables excesos contra la población civil en Gaza no supone defender a Hamas ni ponerse de su lado. Porque, así como los halcones de la política israelí no representan al conjunto de la sociedad de aquel país, tampoco todos los palestinos, ni mucho menos, respaldan las posturas de Hamas ni comparten sus ideas. Los civiles palestinos, quienes sólo quieren vivir en paz y que el mundo reconozca al fin el derecho de su pueblo a tener un Estado propio, son las víctimas de esta conflicto. Defender a los más débiles, los civiles que están huyendo despavoridos de sus casas por los bombardeos de Israel, no es ni mucho menos lo mismo que respaldar a Hamas. 

La violencia no tiene justificación y es condenable venga de donde venga. La violencia no traerá a Oriente Próximo ninguna solución. Todo lo contrario. La violencia genera más violencia. El odio conduce a más odio. La guerra de Gaza nos deja a diario informaciones estremecedoras. Este fin de semana, por ejemplo, conocimos la historia de una familia de palestinos que había destrozado el brutal bombardeo del ejército israelí. Siete personas de esa familia habían muerte en el ataque, seis de ellos eran niños. Ni hay justificación a la violencia, lo repito una vez más. Ahora bien, ¿de verdad nos extrañaría que familiares de estos niños asesinados por el ejército israelí, guiados por el odio y la desesperación, por la rabia ante tamaña injusticia, se plantearan acercarse a milicias radicales en busca de venganza? En absoluto lo justifico. Sólo expreso una obviedad: la violencia engendra más violencia. La venganza y el odio, no otras razones, guían esta acción militar israelí. O, mejor dicho, los partidarios de la mano dura están aprovechando las ansias de venganza tras el asesinato de los tres jóvenes para justificar sus tesis. Los menores que vean morir a gente de su edad, que vean destruirse sus casas, que tengan que huir de los bombardeos, nacerán con el odio inyectado en su cuerpo. Es el efecto más dañino de la violencia. No sólo ya las víctimas mortales, los heridos y desplazados. También, y muy especialmente, el poso de odio y rencor que genera. 

Hamas, como digo, no es un grupo que merezca el menor apoyo ni la menor justificación. Es una organización terrorista radical islámica. Pero denunciar las salvajadas del ejército israelí no es lo mismo que defender a Hamas. Ponerse del lado de los civiles no es adoptar una postura antisemita. No sirve la explicación de que Israel es un Estado democrático y que, por tanto, tiene el derecho a usar la fuerza de forma legítima frente a un grupo terrorista. Todo, hasta la guerra, tiene un límite, e Israel lo está sobrepasando con esta masacre contra la población civil en Gaza. Dicen que en el hospital bombardeado ayer Hamas escondía armas. ¿Eso les da derecho a bombardearlo? No saldré en defensa de Hamas ni negaré que pueda estar usando a la población civil como escudo humano en algún caso, pero tampoco deberíamos olvidar que la franja de Gaza es una de las zonas más densas del planeta, es una ratonera donde los palestinos están cada vez más encerrados, con muy poco espacio. 

Los defensores ciegos de Israel, aquellos que son capaces de buscar explicaciones o paliativos al asesinato de niños palestinos, también nos dicen siempre que el ejército de aquel país avisa a los habitantes de un edificio antes de bombardear. En realidad, según parece, el aviso es un misil lanzado en las proximidades de la casa. La opción que les da Israel, pues, es abandonar su casa, dejarla civilizadamente para que el ejército destruya su hogar y convierta en ruinas su vida, para que puedan vagar por la calle y se queden sin lugar donde vivir. Todo muy normal. Todo muy propio de un Estado democrático. Otro día hablaremos de la cobertura mediática de este conflicto, que merece comentario aparte. Lo cierto es que civiles inocentes siguen muriendo en Gaza y que nadie es capaz de frenar la violencia. Lo cierto es que Israel dice que está ejerciendo su derecho a la defensa, pero matar niños y bombardear hospitales no es ningún tipo de defensa. 

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