Gracias por tanto

Hoy es un día raro, especial. Jornada festiva en Madrid, con la ciudad blindada por la proclamación de Felipe VI como nuevo rey y con la resaca de la eliminación mundialista consumada ayer con la derrota por dos goles a cero de la selección española frente a Chile. La vigente campeona del mundo se despide del campeonato a la primera de cambios. Tras ser goleada por Holanda en el primer partido, ayer España intentó sacar fuerzas de donde no las tenía para plantar cara a Chile y lograr mantenerse con vida en el torneo. No fue posible. Ni física ni anímicamente este portentoso bloque de jugadores a los que tantos buenos ratos debemos estaban en condiciones. A la selección le resta un partido intrascendente ante Australia antes de volver derrota a casa. 

Sólo quedar dar las gracias a este grupo de jugadores y técnicos. Todo tiene un principio y un final en la vida. Probablemente lo más difícil es saber reconocer con honestidad cuando comienza el declive de un ciclo exuberante de éxitos. Hay multitud de ejemplos en el mundo del deporte. Pienso en Michael Jordan, el mejor jugador de baloncesto de la historia, que regresó a la competición años después de su retirada y ya no pudo exhibir la aplastante autoridad de sus mejores años. O en Michael Schumacher, felizmente fuera de peligro tras su último accidente, por cierto. El piloto de Fórmula 1 no fue ni la sombra de aquel káiser triunfal de sus mejores años en su parte final en los circuitos. Incluso Eddy Merckx, el mejor ciclista de siempre, el caníbal, se resistió a reconocer en sus últimos años de competición que ya no rendía al nivel de antaño. Son ejemplos que me vienen a la cabeza de astros del deporte a quienes les costó poner fin a su carrera deportiva. Eso, por supuesto, no desluce lo más mínimo su trayectoria anterior. La analogía no significa que piense que los jugadores que componen la selección deban retirarse, ni mucho menos. Uso este ejemplo para decir que, muy probablemente, España debería haberse renovado de forma profunda. No se supieron ver las señales de agotamiento de un equipo legendario. Es comprensible que así haya sido. A todo el mundo le cuesta reconocer que un momento glorioso toca a su fin y es tiempo de renovarse. 

La selección española de fútbol rompió con la maldición de los cuartos, del fatalismo en todos los grandes torneos, en la Eurocopa de 2008. Con Luis Aragonés al frente y un grupo de virtuosos del balón a sus órdenes, La Roja deslumbró. España hacía el mejor fútbol del mundo y ya no caía en cuartos, sino que batía a Italia en esa ronda decisiva por penaltis. La furia española quedó enterrada y llegó el tiki taka, el juego bonito. Ahí cambió nuestra suerte. Ahí pasamos a ser un equipo campeón. España se impuso en la Eurocopa de Austria. Se marchó Luis Aragonés, artífice de este bloque de leyenda, y fue sustituido por Vicente del Bosque. Un formidable entrenador y una persona con una educación exquisita que tuvo la honradez de mantener una idea que funcionaba y alimentar ese bloque que tanto nos hizo gozar en el verano de 2008. Tiene mucho mérito lo que hizo Del Bosque entonces y todo lo logrado desde entonces al frente de la selección. 

El éxtasis futbolístico para nuestro país llegó en el Mundial de Sudáfrica de 2010. Primer Mundial que se disputó en tierras africanas y primer Mundial que ganó España. Fue un torneo esplendoroso en el que la selección, tras un comienzo con derrota frente a Suiza, logró recomponerse y mostrar sus poderes en el terreno de juego. Llegó a la final y logró la victoria en la prórroga con aquel gol de Andrés Iniesta que forma parte de la historia de España. No recuerdo una explosión de alegría colectiva semejante en España a la de aquella final. Aquel gol de Iniesta. Esa larga noche del 11 de julio de 2010 en la que España entera vivió una fiesta abrazando a desconocidos, brindando por los nuestros, saboreando la gloria. Atrás quedó el fatalismo, las derrotas, las excusas, la mala suerte, las críticas a los árbitros. Éramos campeones del mundo. 

Aún habían de regalarnos los chicos de Del Bosque otra gozosa celebración, la de la Eurocopa de 2012. También entonces comenzamos con dudas, pues situados ya en la posición de nuevos ricos nos desagradó ver cómo los nuestros sólo fueron capaces de arañar un empate frente a Italia en el primer partido. Las dudas y las críticas a una selección que merecía todo el crédito del mundo se ciñeron sobre España. El final del torneo no pudo ser más arrollador. Ahora sabemos que entonces tocamos techo y no hemos hecho más que ir bajando. La selección goleó inmisericorde a Italia en la final por cuatro goles a cero. El primer serio aviso de que esta edad de oro llegaba a su final fue la Copa Confederaciones celebrada el año pasado en Brasil y en la que los nuestros cayeron por tres a cero en la final frente a la selección anfitriona. No se supo ver esas señales y la renovación a la que invitaba aquella derrota. 

Ahora tenemos el regusto amargo de la derrota de ayer y la eliminación del Mundial, pero debemos poner en la balanza las alegrías que nos ha dado esta generación de astros con esta decepción. Y sin duda pesan más los buenos momentos, los títulos, las victorias que parecían imposibles, el bofetón a la historia lúgubre de España en los grandes torneos, la burla al destino que establecía que debíamos caer en cuartos, siempre en cuartos. No podemos ser tan ingratos como para quedarnos con la triste decadencia de este bloque en el Mundial de Brasil. Es un epílogo lamentable a un libro prodigioso, a una obra maestra. 

Leía ayer en Twitter muchos mensajes en los que se decía que habrá que explicar a los niños que esto antes era así. Gracias a esta selección irrepetible, los españoles más jóvenes no recuerdan más que victorias de España en los grandes torneos. No saben lo que es sufrir con eliminaciones dolorosas de las que recordamos a puñados los más mayores. Pienso en mi prima de 13 años. Ella sólo recuerda triunfos y más triunfos de la selección. Cuando España ganó su primera Eurocopa tenía 8 años y no le agradaba mucho el barullo que se montó en aquella final. Vio a España convertirse en campeona del mundo, la vio repetir su triunfo en la Eurocopa. No recuerda más que triunfos. Como decían ayer acertadamente en Twitter, habrá que recordar que antes de esta era prodigiosa, lo habitual era esto, sufrir con la selección, ver eliminaciones pronto, muy pronto. 

Ahora, como todo en la vida, toca renovarse. La selección de los Xavi, Casillas, Xabi Alonso, Iniesta, Torres, etc. nos ha ofrecido impagables momentos, pero toca dar un aire nuevo al equipo. No señalo a estos nombres en concreto, ojo, que yo de fútbol no entiendo ni me parece justo culpar a nadie de lo que es ley de vida, lisa y llanamente el final de una época gloriosa, el final de un ciclo. De esto va la vida. Nada es perpetuo. Un equipo, por muy aplastante que sea su dominio, no puede prolongar el reinado eternamente. Las otras selecciones también juegan, también crecen, también se preparan y mejoran. De hecho, lo más lógico sería que a partir de ahora España comience un periodo de transición en el que nos costara muchos años volver a la élite. Será entonces cuando echaremos de menos a la generación de oro del fútbol español. Pasa en todos los deportes, pasa en todos los ámbitos de la vida. Toca renovarse y dar paso a una nueva generación con la que habrá que tener paciencia y que, sin duda, lo tendrá extremadamente complicado para igualar los méritos imborrables de la selección de leyenda que ayer firmó su abdicación como reina del planeta fútbol. 

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