El hombre del salto

El hombre del salto, de Don DeLillo, era uno de los dos libros que había dejado de leer antes de terminarlo. Existen varias teorías sobre esto de detener la lectura de un libro que, llegado un momento, no te termina de atrapar. Leí una vez a alguien que, teniendo en cuenta que nuestro tiempo es limitado carece de sentido seguir leyendo libros que no nos gusten, porque hay miles esperando hacernos gozar. Reconozco que me atrajo esa mentalidad, pero también digo que, no sé por qué razón, soy incapaz de dejar de leer un libro que he empezado. Me guste más o menos siempre termino las lecturas que empiezo. Jamás salí del cine antes de terminar una película, por ejemplo.

 El caso es que esta novela era una de las dos que no había podido terminar. No me convenció. Me costaba. Le he dado una segunda oportunidad al libro, aunque es más preciso y justo decir que ha sido el libro el que me la ha concedido a mí. Y ha cambiado radicalmente mi impresión sobre la novela, lo cual alimenta otro debate interesante, el de que las lecturas se miran con distintos prismas en función del momento vital por el que atraviesa el lector. Me ha fascinado, de hecho, una novela  que hace tan sólo unos años dejé de leer cuando llevaba unas pocas hojas. 

Narra esta obra cómo se derrumba la vida de Keith Neudecker, un abogado que trabaja en una de las Torrer Gemelas y sobrevive el atentado del 11-S. Refleja el autor con precisión de cirujano los sentimientos de él como víctima y el estado de shock en el que quedó un país entero tras el ataque terrorista. No habla la novela del 11-S, sino que muestra de forma descarnada el vuelco que da a la vida de sus personajes este suceso. Es una sombra que les persigue desde entonces, algo que les transforma, les conmueve, les condiciona, les aterra. Tres días después de los aviones. Cuatro meses después de los aviones. Estas serán las acotaciones de la novela. 

Hay pasajes del libro que desasosiegan. Son pasajes en los que el lector siente la zozobra de los personajes de la novela, su angustia, su desorientación y su confusión. Aborda la novela sentimientos. El miedo, el pánico, el amor, la culpa, el odio, la intransigencia. Keith se conducirá desde las Torres Gemelas, lleno de polvo y sangre, a la casa de su ex, donde esta vive con su hijo y de la que llevaba tiempo separado. Instintivamente, el protagonista se dirige hacia allí, la que fue su casa, cuando todo a su alrededor se ha venido abajo, cuando parece irreal la destrucción que ha presencia allí donde la vida transcurría rutinaria y normal hasta hacía sólo unos minutos. Llega entonces la reconstrucción de la relación con su exmujer, el revivir de sus afectos, el recuerdo del pasado y el modo en el que ambos viven, en realidad, solos con sus miedos y angustias tras el atentado. Keith saca un maletín de las Torres que no es suyo y buscará devolvérselo a su propietaria, si es que sigue con vida. 

El 11-S lo envuelve todo y lo llena de desconfianza, de dolor, de angustia. Cambia la vida del hijo de la pareja, que espía el cielo con sus amigos para atisbar nuevos aviones que el fanatismo estrelle contra otros  edificios. Trastoca mentalmente a la ex de Keith, Lianne, y a la madre de esta, Norma. La novela no sólo aborda el derrumbe que implica el atentado en sus vidas, sino que también incluye interesantes reflexiones sobre la religión, sobre el fundamentalismo, sobre el papel de Estados Unidos en el mundo. Es, en suma, una analítica exhaustiva al estado emocional de todo un país. Una precisa crónica de ficción sobre el suceso que cambió la historia reciente. 

También incluye el autor varios pasajes en los que se pone en la piel de los autores del atentado y narra su preparación. Lo hace desde la óptica de un suicida que duda sobre la masacre que van a provocar. Un islamista que sale con mujeres, que ama la vida y no comprende esa misión religiosa que le han encomendado. Es formidable cómo expresa en la obra el autor las dudas existenciales de este terrorista, sus recelos, sus temores. Incluye la obra muchas reflexiones y esta parte de la novela le aporta también un gran valor. Son de gran interés las discusiones sobre los atentados que mantiene Lianne, la exmujer de la protagonista, con su madre y el amante de esta. Como lo es el personaje que da nombre a la novela, el hombre del salto, un artista callejero que hace actuaciones en plena calle emulando a las víctimas que saltaron de las Torres para reflejar el estado de conmoción y dolor en el que se sumió el país. Una novela maravillosa que hay que leer. Aunque sea dejándose conceder una segunda oportunidad. Merece la pena. 

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