Lo esperado

Ambiente de las grandes ocasiones en el Congreso de los Diputados. Supongo. Esta clase de frases hechas quedan muy bien para definir plenos especiales como el de ayer, en el que tres diputados del Parlamento catalán acudieron al Congreso a reclamar la cesión de la competencia estatal para convocar un referéndum de autodeterminación en Cataluña. No podemos decir que sorprendieran las intervenciones de los solicitantes, ni tampoco la de los partidos con representación en el Congreso. No sorprendió el resultado final, una abrumadora mayoría contraria a permitir que Cataluña convoque la consulta.
 
Jordi Turull (CiU), Marta Rovira (ERC) y Joan Herrera (ICV) fueron los representantes del Parlament que defendieron la propuesta. Se criticó, con razón, la ausencia de Artur Mas, presidente de la Generalitat y abanderado del proceso soberanista en Cataluña en el Congreso. Todos recordamos cuando Ibarretxe, entonces lehendakari, acudió a la Cámara Baja para defender su propuesta de autodeterminación para Euskadi. Fue valiente. Dio la cara. La escena de Mas siguiendo el debate desde su despacho para después comparecer a contar lo que le había parecido es bastante esperpéntica. Es posible que Mas con este gesto pretenda no acaparar protagonismo, pero también lo es que sencillamente busque no quemarse. Que este marrón, este trámite que por todos era sabido cómo transcurriría y terminaría se lo comieran otros. En todo caso, Mas lleva desde hace mucho tiempo en una huida hacia delante con final incierto.
 
De las intervenciones de los defensores de la propuesta llama la atención, sobre todo, el modo en el mezclaron reivindicaciones políticas, críticas a la política del gobierno (críticas que, evidentemente, no son exclusivas de los independentistas catalanes) con su defensa de la consulta soberanista. Así, Marta Rovira criticó esgrimió, por ejemplo, la nueva ley del aborto para defender la consulta. O Joan Herrera, crecido, se gustó ayer este solvente parlamentario, sacó a relucir la supeditación del gobierno a los mercados. ¿Qué tendrá que ver? ¿Por qué asocian a España con el gobierno español actual? O sea, que estamos hablando de una reivindicación de tres siglos, de una cuestión de identidad, pero para defender la independencia empleamos argumentos de la actualidad política. Poco comprensible. La cosa sería distinta si volviera la España de Machado y de Lorca, dijo en algún momento Herrera. De sus intervenciones, pues, tendremos que deducir que ese hipotético Estado catalán sería un Estado con ideología propia. ¿O de qué estamos hablando exactamente?
 
Por lo demás, el problema principal que presenta el nacionalismo (el catalán, el español y todos los nacionalismos que en el mundo existen) es que es una cuestión de sentimientos, de identidades. Es decir, opera en el campo de lo irreal, de lo fantasioso. Hablamos de sentirse catalán en lugar de español, o de sentirse más español que catalán. Hablamos de amar Cataluña. Hablamos de derechos de territorios. No se puede rebatir al nacionalismo con argumentos lógicos. En general, no se puede rebatir a los ismos con argumentos lógicos. Porque el nacionalismo, todos los nacionalismos, es un todo. Un discurso de sentimientos antes que de ideas. Se trata de sentirse distinto, especial, de remarcar lo que te diferencia del resto en lugar de buscar lo que te une. Siempre buscará el nacionalista los puntos que separan. Y para ello vale todo. Falsear la realidad, manipular la historia, convencerse de que todos sus males se deben a un malvado enemigo exterior (la opresora España, en este caso). Sentirse diferente y sentirse superior. Remarcar esa diferencia. Que en el mundo globalizado en el que vivimos, tú puedas campar a tus anchas por tu terruño. Ha hecho mucho daño a lo largo de la historia todo este embrollo de banderas, identidades y patrias, del que cada día me distancio más por cuestiones de salud mental. Pero es un embrollo que para mucha gente es importante. A mí me puede parecer un sainete, algo intrascendente, secundario. Nací en España como podía haber nacido en otro sitio. ¿Por qué tiene que decirme algo la bandera? ¿Por qué estúpida razón voy a sentirme especial por ser español?
 
En todo caso, sobre el nacionalismo y su irrealidad ya he hablado otras veces en este blog y tampoco me quiero extender más en esta discusión teórica. Me espantan los nacionalismos, sean cuales sean. Entiendo y comparto la defensa del interés común de unos conciudadanos. Si nacionalismo fuera amar tu cultura, hacerla respetar, defenderla, proteger tu idioma, procurar que tu gente viva mejor o  llegar a acuerdos para el interés común desde el respeto a todos los demás, sin duda, no tendría nada en contra de ellos. Pero aún  no he conocido ningún nacionalismo así. Lo que veo en todos los nacionalistas es otra cosa. Es fanatismo, radicalismo, una visión de la realidad bastante trasnochada, provincianismo, sentimiento de superioridad, afán de remarcar siempre en qué se es diferente, desprecio al diferente y necesidad de buscar un malvado enemigo al que culpar de todos tus males. ¿Nacionalismo es defender a tus corruptos, tapar los errores de tus líderes? ¿Nacionalismo es no tolerar críticas que puedan enturbiar tu realidad nacional?
 
Mariano Rajoy y Alfredo Pérez Rubalcaba respondieron ayer a los solicitantes del Parlament. Como era de esperar, los dos repitieron el mismo discurso que vienen pronunciando estos últimos meses. El presidente del gobierno reiteró que la soberanía nacional reside en todo el pueblo español y que los catalanes no pueden decidir sobre una cuestión que afecta a todos los españoles como es la división de su territorio nacional y llamó a los nacionalistas a promover un cambio constitucional. Rubalcaba también se apoyó en cuestiones legales y en el alto grado de autonomía del que goza Cataluña.
 
En el discurso de los dos grandes partidos se apela mucho a la Constitución. Y, efectivamente, la ley actualmente no permite celebrar una consulta como la que solicitan desde Cataluña. Pero con eso no vale. Está claro que la ley no está de la parte de los independentistas catalanes, es evidente, por eso buscan cambiar el sistema y el marco legal. Se debe dialogar. Es imprescindible. Tienen razón los comparecientes catalanes que ayer defendieron la consulta en el Congreso sobe algunas cosas. Sin duda, la más clara es su crítica a la nefasta gestión del Estatuto de autonomía. Es evidente que los catalanes respaldaron el Estatut y que tiempo después el Constitucional anuló partes de esa ley que habían aprobado los ciudadanos. Es totalmente comprensible que exista desazón y resquemor por ello. También tienen razón los representantes en una cosa. Así como asusta ver la absurda generalización que hacían ayer Herrera y Rovira sobre España, asociándola al gobierno, es estúpido presentar las reivindicaciones soberanistas en Cataluña como la obsesión de un político loco (Artur Mas). Por algo fueron tres los representantes que defendieron la moción. Representan a tres partidos de Cataluña: CiU, ERC e ICV que defienden la consulta. Y hay más formaciones (la CUP) que lo respaldan. Una amplia mayoría del Parlament.
 
Negar la realidad nunca es solución para nada. Parece que gusta presentar esto como el proyecto mesiánico de Mas o las locuras de un par de políticos catalanes. Pero no es así. Nos podrá parecer mejor o peor. Pero no es así. Así como hoy los contrarios a la consulta sacan pecho de que un 86% del Congreso de los Diputados, la representación del pueblo español, dijo no a ese referéndum soberanista; habremos de convenir que una amplia mayoría del Parlament catalán, es decir, de la representación del pueblo catalán, es partidario de esa consulta. Los diputados del Congreso están ahí porque les han votado los ciudadanos, exactamente igual que los miembros del Parlament. Negar que existe una amplia parte de la sociedad catalana que quiere pronunciarse en una consulta sobre las relaciones entre Cataluña y España es una necedad. Y no asumir esa realidad poniendo las leyes como muro insalvable parece un error. Ayer hubo apelaciones retóricas al diálogo por ambas partes. Ojalá se decidan a transitar ese camino. Creo que Cataluña perdería sin España tanto como España perdería sin Cataluña.

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